CRITICA: EL EVANGELIO DE LA CARNE de Eduardo Mendoza
¿La película que pudo ser perfecta? Gracias al presupuesto y al ingenioso guión... casi.
Cuando la publicidad no va acorde
con la película se corre el riesgo de perderse una ingeniosa y muy buena trama
pocas veces vista en el cine peruano. Se dice que no existe ni existirá nunca
la película perfecta, y nadie se atreverá a decir que El Evangelio de la Carne
roza siquiera la perfección, nada de eso; pero el filme de Eduardo Mendoza
deja, por lo menos, el sabor en los ojos de haber podido ver una película
perfecta. Pero, lamentablemente, no podrá ser así, ya que desde el título nos
metemos en un gran lío: ¿El evangelio? ¿De la carne? El título no va para nada
con la historia, y no sólo no va con nada, sino que maltrata la película que se
merece un título mucho mejor.
El cine peruano, a lo largo de su
historia, ha carecido de un elemento artístico básico para cualquier producción
audiovisual: El vestuario. Una actuación puede estar bien preparada y mejor
realizada, pero si el personaje tiene encima un vestuario de sitcom, todo el
trabajo se desperdicia en la pantalla. En el inicio de la película el vestuario
es exageradamente “sitcomniano”, la bata (y los pantalones cortos) de un
enfermo de hospital estatal no puede estar más blanca que el mismo cielo, la
chompa que cubre el hábito de una mujer dedicada al Señor de los Milagros no
puede ser la misma siempre, las chicas que atienden un stand de reparación de
computadoras no pueden ser tan sexys todas a vez (¡las tres juntas, vestidas
como modelos “gamarrinas”, apretadas incómodamente, todas juntas, en una tienda
que no va para nada con ellas!), las camisetas cremas de una caterva de
barristas no pueden ser todas limpias y bien cuidadas a la vez (como si todos
se la sacaran al terminar de grabar para que se las lleven a la lavandería para
usarlas otra vez el próximo día de grabación), y así, etc., etc., etc. Cosas
que parecen no necesitar de un artista para ser logradas, pero que cualquier
cinéfilo común y corriente se da cuenta que no se puede estar más equivocado si
se piensa de esta manera.
Del guión, podría decirse, que es
uno de los mejores pensados de los últimos tiempos. Grandes cosas pasan y todo
se vuelve mejor mientras transcurre la cinta, y el espectador se siente muy
bien viéndola. ¡Qué gran película gané con solo el precio de una entrada al
cine! ¡Bacan! Pero, ¿Cuánto costó esto? Las incontables locaciones que se
requirieron deben haber costado mucho. Este evangelio, tiene un guión del que
se va a hablar mucho gracias el presupuesto que se ha manejado, que debe haber
sido super excesivo para el nivel del cine peruano. Pero, bueno, hay que
dejarle eso a la producción. ¡Pobres tipos! Flor de trabajo que deben haber
tenido.
Veamos la película en sí. Que no
es una película para la gran masa es evidente. El dedicado a este arte y el
cinéfilo lo agradecerán, los demás, ni siquiera se habrán dado cuenta de lo qué
han visto. Pero, ambos podrán disfrutar del casi alcance de la “superlatividad”
en la actuación que brinda Sebastián Monteghirfo, que hace conmover la pantalla
entera, hace llorar, te atrapa, te quiere, te odia, te filtra sus emociones, te
da pena y hasta se muere por ti. Él es el Cristo crucificado que no tiene la
culpa de nada pero que paga por los pecados de los otros, pero que no se da
cuenta ni siquiera de quién es él. Y la mezcla de historias entrelaza a este
destino con su contraparte, un personaje interpretado perfectamente por Ismael
Contreras, que es un tipo al que le va mal, que hace cosas peores y que sí
sabe, perfectamente, quién es. Y se perfecciona todo cuando se cruzan con el
tipo que, en potencia, es capaz de levantarse todos los carros de un
embotellamiento para salir del caos en el que vive, un personaje interpretado
por Givanni Ciccia. El problema está en que ese ‘en potencia’ nunca dejó de ser
eso. Un personaje en potencia que nunca explotó. Pero, aún así, no se pierde el
trago dulce que es el comerse esta producción de principio a fin que se
disfruta, casi, en su totalidad.
Dentro de todo el tiempo que dura
la historia se prepara el gran buffet final que, desde poco antes de aparecer,
nos damos cuenta que se vendrá. Aunque se denota, a leguas, que el papel de la
mujer en la película es criticado por ella misma. Las mujeres de esta historia,
para ser crueles, están siempre para joder al hombre. Pero ese no es el
problema, porque la obra puede ser así y disfrutarse así sin quejas, sino que,
tal vez, se ha tenido que apelar a licencias fuera de lo común. ¿Una chica de
17 años se enamoraría de un policía casado de 40? ¿Y su madre lo permitiría? La
actuación de Cindy Diaz es muy buena. Deja pensando en todo lo que podría hacer
esta actriz en el futuro, ya que el personaje que interpreta acá no puede ser
explotado mucho más de lo que fue. Pero: ¿Tan sexy es Giovanni Ciccia? Aun
suponiendo que puede ser así: ¿Queremos darle empatía o antipatía a nuestro
personaje principal? ¿Qué pensaría una madre que va a ver la película y que
tiene una hija de 17 años? A pesar de que jugamos al límite de la antipatía
hacia nuestro personaje cuando vemos como manda a la mierda a la chica que le
organizó una fiesta para reunir fondos y ayudarle a resolver su problema, justo
el problema no está ahí, sino en el final.
El viejo (Contreras), el otro
protagonista, el del tatuaje en la espalda con la gran imagen del Cristo
Morado, brinda dos clímax grandiosos, dignos del buen cine. Ese juego de
miradas con Monteghirfo diciéndole que se puede ir y tener otra oportunidad que
él mismo ya no tendrá, conmueve mucho. El personaje es conmovedor, cualquiera
podría ponerlo en su cabeza en el lugar de su padre, pero, eso sí, no resultará
interesante para todos (finalmente es un borracho que mató a siete personas y
cree que resolverá todo con dinero). Para variar, su mujer también lo jode, y
le va muy mal. No se quiere así como es, quiere ser otro, quiere reivindicarse
con su hinchada, él es hincha de él mismo y poner el hombro en el anda del mito
es para él la reivindicación, y por eso cuando lo hace, todos nos conmovemos.
Pero, cuando el mayor Gamarra (del cual ya tenemos una gran incógnita, ya que
lo vimos como fiscalizador de productos “piratas”, pero usa pistola, y nunca
vimos en una oficina y además tiene tiempo para todo ¿?) llega a tocar el anda
del mito, llega pero no hace nada en nadie, ¿por qué? Porque no sabemos qué
significa para él tocar el mito. Toda la película se ha preparado al espectador
para este final. La película es, por naturaleza, así. Pero no sucede nada si no
sabemos qué significa para él tocar el mito. Ni siquiera sabemos qué significa
tocar el mito para ella. El espectador puede ser agnóstico, ateo, budista,
musulmán, lo que sea, pero todos se conmoverán de igual manera, no si se es
fanático o creyente del mito que es El Señor de Los Milagros, sino si se sabe
qué es para el personaje ese mito. En el caso del viejo del tatuaje en la
espalda, se sabe, por eso es un gran clímax final. En el caso del mayor
Gamarra, no se sabe.
LO BUENO: El trabajo de
Monteghirfo. El guión. Las actuaciones. Los clímax alcanzados. El aporte al
cine con situaciones no vistas antes (eliminación del cliché).
LO MALO: Las escenas de peleas.
Parte del final. El vestuario. El título. La publicidad.
EXTRAS: Se debió decidir qué
hacer con el personaje de Lucho Cáceres. Así como está queda en nada. Se debió
preguntar: ¿Le daremos empatía o antipatía? Más aún si va a morir: ¿Es malo o
es bueno? Si es bueno se debió aclarar que roba el dinero falso para conseguir dinero
verdadero y ayudar a su compañero con su esposa enferma. Si es malo de debió
aclarar que se pensaba fugar con el dinero verdadero que conseguiría con el
falso. Si se pensó que se quedó como malo, estamos en un error, porque el
espectador podría asumir que es bueno con su gente, con las personas que son de
su entorno, como su compañero. Si uno es malo con los demás para proteger y
ayudar a las personas que quiere: ¿Es malo o es bueno?
Por: Berenice Guerra Machado
Periodista - Revista Caretas
Por: Berenice Guerra Machado
Periodista - Revista Caretas
Siempre he visto como algunas personas que se consideran cultas desprecian el fútbol. Por desgracia para ellos este también es parte de nuestra cultura, sino, sin historias como las de las barras bravas; no se hubiera podido concebir al personaje de Narciso. Sin embargo se nota que muchos IGNORAN cuestiones básicas del fútbol nacional, como qué por ejemplo NUNCA se juega una final en octubre, un error realmente grosero que termina por distorsionar la realidad que pretende contextualizar para contar las historias de los personajes. He leido varias críticas y ninguna menciona tan garrafal error, parece que no muchos conocen su propia realidad; una lástima.
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