LOS SETS MÁS RAROS DE LA HISTORIA DEL CINE: ¿DÓNDE DICES QUE VAMOS A GRABAR? [www.facebook.com/actoresdirectoresguionistas]

¿Cámaras frigoríficas? ¿Desiertos? ¿Trenes en marcha? ¡Algunos directores están dispuestos a hacer sus películas en lugares de pesadilla!


Seguro que, al descubrir que el guión de The Hateful Eight había salido a la luz antes del rodaje, Quentin Tarantino se quedó helado. Pero, durante el rodaje en sí, quienes se quedaron tiritando fueron sus actores: según ha declarado Samuel L. Jackson, tanto él como Kurt Russell, Jennifer Jason Leigh y el resto de sus compinches acabaron deseando estar en el infierno mientras se helaban dentro de una cámara frigorífica, con la cómoda temperatura de menos un grado centígrado. "Primero estábamos en la nieve, y después nos meten en una nevera", comenta el actor, quien acto seguido se explaya: "Éramos muy desgraciados ahí dentro, pero lo que conseguimos fue increíble".

Como el nuevo western de Tarantino llegará a las pantallas en otoño, todavía es un poco pronto para decir si Jackson tiene razón o no (esperemos que sí). Lo que en Actores, Directores y Guionistas de Latinoamérica podemos afirmar es que ese no es un sitio tan raro para hacer una película. Muchos han sido los directores que se han llevado sus producciones a platós de pesadilla o a localizaciones de lo más inhóspitas. Es decir, a la clase de sitios ante los que, cuando los lee en un planning de rodaje, uno sólo puede echarse a temblar y preguntarle al cineasta de turno: "¿Dónde dices que vamos a hacer esto?".




Una cámara frigorífica



La película: El Exorcista (W. Friedkin, 1974)

Lo sentimos, Quentin, pero lo de dejar tiritando a tus actores no es precisamente una novedad. Para dotar a su obra maestra (y satánica) con una atmósfera lo bastante siniestra, William Friedkin ordenó instalar un sistema especial de refrigeración en el decorado que representaba la habitación de Regan (Linda Blair). El ingenio (cuatro aparatos de aire acondicionado funcionando a la vez, y a toda potencia) consiguió su objetivo, haciendo visible el aliento de Max Von Sydow entre jaculatoria y jaculatoria. Y no sólo eso: también provocó nevadas dentro del propio set, cuando la humedad ambiental se condensaba y caía en forma de bonitos copos.



Una centrifugadora de gravedad



La película: 2001 A Space Odyssey (S. Kubrick, 1968)

Cuando Stanley Kubrick quería realismo, lo conseguía aunque para ello tuviese que agarrar por el pescuezo a las leyes de la física. Sin ir más lejos, como aquello de construir la astronave Discovery a escala real y lanzarla rumbo a Júpiter no entraba en el presupuesto, el genio del Bronx montó su decorado dentro de una gigantesca centrifugadora, que rotaba sobre sí misma para crear la ilusión de la gravedad artificial. El set no sólo recreaba el vehículo hasta el más mínimo detalle, con pantallas planas y todo, sino que también estaba lleno de recovecos y mecanismos para que Kubrick pusiera su cámara donde le diera la realísima gana.



Un desierto radiactivo



La película: The Conqueror (D. Powell, 1956)

Cuando alguien tan duro como John Wayne acaba renegando de un rodaje, cabe suponer que tendrá sus razones. Y, desde luego, el 'Duque' las tuvo aquí de sobra: no es sólo que The Conqueror partiese de un concepto disparatado (¿a quién se le ocurre poner al actor de Stagecoach a interpretar a Genghis Khan?), sino que su productor, el magnate Howard Hughes, tuvo la "genial idea" de llevarse la producción a un lugar del desierto de Mojave donde habían tenido lugar pruebas nucleares. Llegado 1980, 91 personas que habían participado en el filme habían contraído cáncer, y 26 de ellas (incluyendo al propio Wayne, Agnes Moorehead, Pedro Armendáriz y el director Dick Powell) habían fallecido a causa de esa enfermedad.



Una central nuclear (abandonada)



La película: The Abyss (James Cameron, 1989)

Si Kubrick movió Roma con Santiago a la hora de recrear el espacio exterior, el canadiense más megalómano tampoco paró en mientes para rodar su aventura subacuática. Cuando constató que un rodaje en pleno océano sería irrealizable, a la par que carísimo, Cameron buscó un receptáculo artificial lo bastante grande como para dar el pego, y lo encontró en la central nuclear de Cherokee, una instalación energética, sita en Carolina del Sur, que había dejado de funcionar en 1980. La sala de turbinas de la central fue reconvertida en un estanque, con capacidad para casi 9.000 metros cúbicos de agua. Pero esto seguía resultando insuficiente, de modo que el cineasta mandó levantar otro contenedor (23.000 metros cúbicos, nada menos) en el antiguo alojamiento de los reactores. Visto el carácter que (dicen) mostró Cameron durante el rodaje, más de uno debió sospechar que en realidad aquel tipo no era un director de cine, sino un pariente lejano de Godzilla.



El desierto más seco del mundo



La película: Quantum of Solace (Marc Forster, 2008)

Tras una maravilla como Casino Royale, es comprensible que los fans de James Bond se quedaran algo fríos frente a su esquemática y bournizada sucesora. Ahora bien: como correspondía a una película centrada en el tráfico ilegal de agua, al rodaje de Quantum of Solace le sobró calor y le faltaron humedades. No en vano el clímax del filme se rodó en el sector chileno del desierto de Atacama, un encantador lugar de 105.000 kilómetros cuadrados con una humedad relativa de menos del 10 por ciento y en el que no ha llovido desde hace 400 años. Así las cosas, resulta natural que la película se ganara en España el apodo de "Cuánto sol hace".



Un avión en caída libre



La película: Apolo 13 (R. Howard, 1995)

Tanto hablar de Kubrick, y resulta que Ron Howard también se las trae cuando quiere poner a sus actores en gravedad cero. A falta de centrifugadoras ciclópeas, el ex niño prodigio encontró una forma mucho más económica, a la par que estilosa, para que Tom Hanks, Kevin Bacon y compañía volasen por los aires: ponerles a bordo de un Boeing KC-135, avión cisterna usado por la NASA para entrenamientos. A fin de simular la ausencia de peso, el trasto realizaba maniobras de vuelo parabólico, subiendo hasta los 3.500 pies para luego lanzarse en caída libre con un ángulo de 45 grados. Y, como dicho efecto sólo dura 45 segundos, Hanks y compañía se subieron al avión 612 veces. Lo divertido llega al recordar que los efectos de la gravedad cero son muy mareantes, y que los astronautas apodan al KC-135 el 'Cometa de los Vómitos'. Por otra parte, hay una ley no escrita que exige discreción sobre lo que ocurre durante sus vuelos: debido a ello, nunca podremos saber si algún miembro del reparto llegó a llamar a Hugo.



El edificio más alto del mundo



La película: Mission: Impossible - Ghost Protocol (B. Bird, 2011)

Uno puede meterse todo lo que quiera con Tom Cruise, pero no podrá negar que al ex actor más poderoso de Hollywood le sobran huevos. Al ponerse por quinta vez en la piel de Ethan Hunt, Cruise se pasó ocho días rodando el momento más aclamado de Ghost Protocol, cuando su personaje hace rappel sobre la fachada del Burj Khalifa de Dubai, el edificio más alto del mundo (2.722 metros). A fin de conseguir la proeza, los especialistas de la película midieron los riesgos con precisión de ingeniero aeronáutico, llegando a construir una réplica de la fachada en un estudio de Los Ángeles para comprobar factores como el deslizamiento del cristal o la fuerza del viento a esas altitudes. Según el director Brad Bird, lo primero que preguntó Cruise al rodar el último plano fue: "¿Cuándo lo repetimos?".



El estanque (marino) más grande del mundo



La película: Titanic (J. Cameron, 1997)

¡Hombre, otra vez James Cameron por aquí, qué alegría! Y, esta vez, batiendo récords y todo: si los espabilados de Kevin Reynolds y Kevin Costner habían armado un plató oceánico gigante para rodar Waterworld, el canadiense no iba a ser menos, de modo que se hizo construir un tanque de agua con capacidad para 64,3 millones de litros en Playita del Rosario (México), para así poder hacer panorámicas sin que el horizonte apareciera en ningún momento. Y, como semejante piscina quedaba un poco vacía, añadió una réplica del famoso transatlántico al 90 por ciento de su tamaño real. En un raro gesto de amabilidad, tratándose de él, también se aseguró de que el agua estuviese a una temperatura aceptable (alrededor de 26 grados) para que sus actores no cogieran frío. Claro que eso no salvó a Kate Winslet de agarrar una neumonía: por cosas del vestuario, la actriz no podía llevar un traje de neopreno durante sus largas horas de inmersión, mientras el director rodaba una toma, y otra toma, y otra toma…



Un tren en marcha



La película: Skyfall (Sam Mendes, 2012)

Tras el relativo batacazo de Quantum of Solace, Skyfall resultó una reválida de la saga Bond. Y ello se debió, además de a un buen guión y a esa Judi Dench tan señora, a unos números de especialista tan atrevidos como éste: ¿recuerdas la escena, recién comenzado el filme, en el que Daniel Craig y un villano se persiguen sobre los vagones de un tren en marcha? Pues bien: el tren estaba de verdad en marcha, y Sam Mendes sólo recurrió al CGI cuando 007 y su enemigo luchan dentro de un tunel. Para rematar la faena, el momento en el que Bond destroza el vagón de cola usando una excavadora también se hizo sin trampa ni cartón. Seguro que, cuando se rodó semejante salvajada, el ánima de Buster Keaton esbozó una sonrisa de aprobación.



Una jungla, en pleno tifón



La película: Apocalypse Now (F. F. Coppola, 1978)

En el mundo del cine, hay cosas que sólo se le ocurren al más porfiado, o a Francis Ford Coppola. Por ejemplo, irse a rodar a un país tropical justo cuando iba a comenzar la temporada de tormentas. De nada sirvió que Roger Corman, amigo y mentor del cineasta, le dijese lo que le esperaba: "¡Será una película lluviosa!", contestó el papá de Sofia cuando el viejo pirata le advirtió de que, si montaba allí sus decorados y sus helicópteros, acabaría calado hasta los huesos. Así, la cosa, terminó como tenía que terminar: con el tifón Olga reduciendo los sets a escombros, y con un consternado Coppola constatando que, sin haber empezado aún, su producción ya llevaba seis meses de retraso y se había pasado dos millones de dólares del presupuesto. Aquella fue la primera desgracia (pero no la última) que tendría lugar durante uno de los rodajes más accidentados de la historia del cine.

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