'LISTEN TO ME MARLON': EL DOCUMENTAL DE MARLON BRANDO HECHO POR EL PROPIO MARLON BRANDO [www.facebook.com/actoresdirectoresguionistas]

Las miles de grabaciones a modo de diario que dejó el actor sirven a Stevan Riley para contar la verdadera historia de la estrella de Hollywood


"Todo el mundo tiene una historia que contar. Todo el mundo esconde algo". Desde la primera escena del nuevo documental del director Stevan Riley, 'Listen to Me Marlon' (una película extraordinaria hecha enteramente de imágenes de archivo, entrevistas poco conocidas y grabaciones de audio inéditas) se arroja luz sobre una época de agitación y tragedia sin precedentes para su protagonista, el actor Marlon Brando.

Las imágenes de archivo muestran a un Brando con sobrepeso y angustiado que se enfrenta a periodistas de todo el mundo en las escaleras de su casa en Mulholland Drive (Beverly Hills), con la cara pálida y la voz quebrada. "El mensajero de la desgracia", anuncia elocuentemente, "ha visitado mi hogar". La tarde anterior, el 16 de mayo de 1990, un hombre fue asesinado de un disparo en la cabeza mientras estaba tumbado en el sofá de la sala de Brando. El propio Marlon, que estaba en la casa en aquel momento, escuchó el disparo, corrió al lugar del crimen y le practicó el boca a boca en un intento desesperado por salvarle la vida. Era demasiado tarde. El fallecido, de 26 años de edad, era Dag Drollet, descendiente de una reconocida familia de Tahití y novio de Cheyenne Brando, la hija de Marlon.

Cheyenne, en aquel momento embarazada de ocho meses, era hija de la actriz tahitiana Tarita Teriipaia, a quien Brando conoció, de quien se enamoró y con quien se casó (fue su tercera mujer) durante el rodaje de 'Mutiny on the Bounty' (1962). Desafortunadamente, Marlon también conocía al asesino: era su querido hijo Christian.



Fue un escándalo. Con 32 años, el primogénito de Marlon había disparado, borracho de rabia, a la pareja de su hermana, después de que ella confesase durante la cena, horas antes, que Drollet le pegaba. Más tarde, descubrieron que la declaración de Cheyenne era mentira. Se suicidó cinco años después.

Para Brando, todo empezó a ir de mal en peor. Durante toda su vida había intentado proteger a su familia, especialmente a sus hijos, de lo que él consideraba la toxicidad de la fama. Y de la noche a la mañana, a pesar de sus esfuerzos, la familia se estaba destruyendo a sí misma desde dentro. Ya había habido incidentes problemáticos en el pasado. Su primera mujer, la actriz de origen indio Anna Kashfi, simuló el secuestro de su hijo Christian a manos de los mafiosos mexicanos por 10.000 dólares mientras Brando estaba en Francia rodando 'Last Tango in Paris' (1972); pero nada de eso podía igualar el horror del asesinato de Dag. Aquello destrozó a Marlon.

"El terrible suceso que tuvo lugar en la casa aquella noche es el punto de inflexión para replantearnos los temas concernientes al mito Marlon Brando", explica el director Riley, quien trabajó de cerca con la familia, los administradores y el productor británico John Battsel ('Searching for Sugar Man', 'Restrepo', 'Fire in Babylon') para conseguir acceso a la nueva fuente de información crucial (más de 200 horas de grabaciones de audio hechas por el propio Brando a lo largo de su vida).

En esencia, esto es Brando según sus propias palabras. El actor (usando dictáfonos y una colección de micrófonos) se grabó a sí mismo durante toda su vida, con mayor frecuencia e introspección según se hacía mayor. De hecho, actualmente hay un aumento de documentales que usan material preexistente para construir una película que pretende arrojar una nueva luz sobre alguna persona de interés cultural, especialmente si ha fallecido. Por ejemplo, en el emotivo documental 'Senna' (2010) de Asif Kapadia y también en el de este año, 'Amy', otra película sobre la pérdida y la confusión de Amy Winehouse. En el pasado, los críticos argumentaban que para hacer un buen documental necesitabas dos ingredientes imprescindibles: la presencia del director en las grabaciones y un nuevo punto de vista sobre el impacto del pasado en el presente o, incluso, el impacto del pasado en el futuro.



El documental 'Amy' de Kapadia, por ejemplo, fue capaz (al menos durante un tiempo y para el disgusto del padre de la cantante) de replantear el fallecimiento de Amy Winehouse a través de material de archivo capturado por teléfonos móviles; algo tan simple no habría sido posible hace diez años. Pero lo más extraordinario de 'Listen to Me Marlon', sin embargo, es que el testigo, juez y jurado de Brando es el mismo Marlon (es su voz, su riguroso análisis y, por supuesto, su propia versión de la verdad). La revelación, en esta ocasión, está en su confesión.

"El proceso para conseguir el audio vino de John Battsek y Passion Pictures", explica Riley. "Había un chico llamado Austin Wilkin que era responsable del Archivo Brando en Los Ángeles, junto con los administradores y la familia. Una gran parte de las posesiones de Brando fueron vendidas en Christie's después de su muerte, y su casa fue comprada y demolida por su vecino Jack Nicholson quien, supongo, no quería que se convirtiese en un santuario. El resto de sus cosas se metieron en cajas y no se han abierto en diez años".

Battsek había trabajado con Wilkin anteriormente en un documental llamado 'We Live in Public', una película que, irónicamente, trataba sobre la pérdida de privacidad en la era de internet. Aunque el interés de Battsek se había despertado por la mera mención de un icono, sabía que la película tenía que ofrecer más que el habitual desfile de cabezas parlantes, los Johnny Depp o Sean Penn de este mundo. Hasta que Wilkin no habló a Battsek sobre la existencia de las cintas olvidadas de Marlon, este no supo que había encontrado el camino.

Una vez que la familia dio luz verde a la idea de usar ese material, Battsek convenció a Riley de subirse al carro y adentrarse en lo que resultó una pila de archivos de casi dos semanas enteras de grabaciones con la voz de Marlon Brando. Battsek ya había trabajado antes con Riley en 'Fire in Babylon' (2010) (sobre el apogeo del críquet en las islas del Caribe) y en una película sobre toda la franquicia Bond, 'Everything or Nothing'. Battsek sabía que Riley era el único hombre capaz de darle un sentido coherente a esa maraña de material.



Lo que consiguieron Battsek y Riley con ese patrimonio de Brando posiblemente podría ser etiquetado como la última actuación del actor. Durante más de 100 minutos la voz de Marlon invade toda la sala. Le escuchamos pensar, preguntar, explorar. Escuchamos al rebelde, al amante, al payaso, al activista y, sí, también al aspirante. Abarca todo, desde su éxito en Brooklyn con 'A Streetcar Named Desire' (1947), hasta el prestigio que alcanzó con 'On The Waterfront' (1954), su desconfianza en la industria del cine o la muerte de Dag; y todo ello narrado por un hombre que, por su fama, resulta familiar y desconocido a la vez. El resultado es una especie de audiencia privada con el mejor actor de todos los tiempos (una etiqueta indiscutible) y una película a veces tan íntima que uno se pregunta si debería estar viéndola.

Brando aborrecía a su padre. Era un odio que le quemaba bajo la piel como sólo la mala sangre entre familiares puede hacerlo. Cuando nació su primer hijo, las cintas aquí escuchadas revelaron, por primera vez, la profundidad que habían alcanzado su desconfianza y su ira. "No quería que mi padre se acercase a Christian", dice. "El día en que nació me dije a mí mismo, con lágrimas en los ojos, que mi padre no se acercaría jamás a ese niño, por culpa del daño que me había hecho a mí".

Gracias a la sensibilidad y la destreza del director, la ira de Brando aflora en el metraje. Estaba más unido a su madre, una mujer creativa que disfrutaba escribiendo poesía en sus ratos libres, a pesar de que era también alcohólica. "The Town Drunk", la llamaba él, y como chico que creció en Illinois, en ocasiones se vio obligado a recoger a su madre del suelo de un bar.

Marlon Brando padre era exactamente como el personaje que describe el protagonista de 'Last Tango in Paris' (1972), la película en la que el director Bernardo Bertolucci engañó al actor para que revelase más sobre su propia vulnerabilidad de lo que él hubiese pretendido. "Mi padre era un borracho", dice Brando a su coprotagonista, Maria Schneider, en una escena. "Un matón, un putero y un buscapeleas. Muy masculino".



La relación de Brando con su padre, o la falta de ella, se reflejaba en cada momento de su vida. Era como una enfermedad. Hay una escena particularmente reveladora hacia la mitad del documental, un programa para la televisión en blanco y negro que muestra un perfil de Brando trazado por el periodista americano Edward R. Murrow y grabado justo después de su primer Oscar por 'On The Waterfront', en 1954. Brando, considerado hijo predilecto de la industria por aquel entonces, aparece sorprendentemente reflexivo, considerado y sincero. Hasta tal punto que Brando padre aparece en público y se sienta junto a su hijo. "Ahora debe de estar sumamente orgulloso de su hijo, ¿no?", le preguntaron. La respuesta deja poco hueco a la interpretación en cuanto a lo que este hombre mayor piensa sobre la carrera elegida por su hijo. "Como actor, no muy orgulloso; pero como hombre, mucho". El talante de Marlon pasó de amigable y cortés a un malestar inquieto. "Hubo momentos en la vida en los que yo hice de padre y él de hijo", confiesa el actor en el documental. "En la tele hice el papel de amado hijo y ellos de adorables padres. Pero había mucha hipocresía".

Brando utilizaba la actuación como vía de escape, de su infancia, de su infelicidad en casa y en especial de su tiránico padre. "Cuando de niño no eres bien aceptado", explica, "buscas otra identidad".

Al comienzo de su carrera esas identidades se convertían en recompensas ("actuar es sobrevivir") aunque no fue hasta que conoció a la legendaria profesora de interpretación Stella Adler cuando se dio cuenta de que tanto las malas como las buenas experiencias pueden ser utilizadas como detonantes para una auténtica interpretación. "Nunca había hecho nada en mi vida en lo que me dijesen que era bueno", afirma Brando. "Adler puso su mano sobre mi hombro y dijo: 'No te preocupes, chico. Te he visto y el mundo va a saber de ti".

Su trabajo en la adapatación para Broadway de 'A Streetcar Names Desire' fue el primero que permitió a Brando saborear el éxito y, al principio, le encantó. El problema, como siempre, llegó cuando se aburrió. Existen numerosas leyendas de cómo intentaba sacarle provecho a sus noches en el teatro, incluso en los cortos descansos entre las escenas. Esto conllevaba buscar constantemente algo de acción, bien con un miembro del sexo opuesto o, alguna vez, en forma de minicombates de boxeo con el tramoyista en el sótano. El tramoyista había sido boxeador amateur y terminaba siempre golpeando la nariz del actor como si de un camote arrebozado se tratase. Pero Brando volvía al escenario con sangre en la cara y una sonrisa tan ancha como la espalda de Stanley Kowalski.

Siempre surgía ese lado canalla en el carácter de Brando, el lado impredecible, problemático y rebelde. Una característica que, según él, nació después de que le rompiesen el corazón por primera vez, cuando tenía siete años y fue abandonado por su madre (para beber), y por su querida niñera holandesa Ermi (que volvió a Europa para casarse).

Con el tiempo, el aburrimiento le llevó a la duda, a preguntarse por las razones para estar en la profesión. "Actuar es mentir para ganarte la vida. Lo único que he hecho es ser consciente del proceso. Pero todos son actores. Y, buenos actores, porque son mentirosos. Cuando dices algo que no quieres o cuando te abstienes de decir lo que realmente piensas, eso también es actuar".

Y entonces Brando pone un ejemplo: "Llegas a casa a las cuatro de la mañana y ahí está tu esposa esperándote en las escaleras. Y tú improvisas diciendo: 'No te lo vas a creer, cariño. ¡No te vas a creer lo que me ha pasado!'. Tu mente va a 10.000 revoluciones por hora, estás mintiendo a la velocidad de la luz, estás mintiendo para salvar tu vida. Lo último que quieres que pase en el mundo es que ella sepa la verdad. Mientes por conservar la paz, la tranquilidad. Mientes por amor".



La película también reafirma, de alguna manera, lo que ya sabemos sobre el actor. Las alabanzas, por ejemplo, nunca le sentaron bien al hijo más famoso de Nebraska. A lo largo de toda su carrera, se fue desilusionando con su popularidad. La fama parecía echar raíces dentro de él. Se volvió grosero y desagradable: "Quería involucrarme en el cine para poder recibir algo más cercano a la verdad", dice Brando algo resignado. "Pensé que podría hacerlo".

A pesar de su creciente desconfianza en la industria de Hollywood, Brando entendía que las películas podían ser herramientas poderosas, tanto para el actor como para el público. Podían cambiar el lugar en el mundo de un hombre, crear mitos y ser usados para conseguir propósitos: "La gente mitificará cualquier cosa que hagas", dice. "Hay algo absurdo en el hecho de que la gente vaya, con el dinero que ha ganado trabajando, a una sala oscura para sentarse y mirar una pantalla sobre la que las imágenes se mueven y hablan. Y la razón por la que no hay luz en el teatro es porque estás allí con tu fantasía. La persona que está en la pantalla está haciendo todas las cosas que tú querrías hacer, besar a la persona que quieres besar, pegar a la persona que quieres pegar…".

Tras escuchar a Brando editado por Riley, sientes que nunca encontró el equilibrio entre el cinismo de alguien que ha aborrecido la industria con el idealista y el soñador. Incluso a su escena más alabada le hace una autopsia. "Ha habido, muchas veces, en las que he actuado mucho mejor que en la escena de 
'On The Waterfront'. No tenía nada que ver conmigo. El público hizo el trabajo; ellos eran los que actuaban. Todo el mundo siente, en algún momento, que es un fracasado. Todo el mundo piensa que podría haber sido alguien".

Al final, el éxito se convierte en una horca alrededor del cuello de Brando. Continuamente se sentía tergiversado, malinterpretado, bien por los periodistas o escritores como Truman Capote (Brando insistió al autor para que no hiciese ningún comentario o tomase ninguna anotación de su larguísima entrevista para The New Yorker) o bien por la constante intrusión con la que tenía que lidiar allá donde fuera una vez que abandonaba el santuario de su casa en Beverly Hills. Se volvió paranoico. Empezó a grabar todo obsesivamente: cada persona con la que quedaba en casa, cada reunión de negocios, incluso ideas o medidas de seguridad adicionales que quería para su casa. "Instalar una cámara en la puerta para que podamos ver a cualquiera que esté ahí fuera por la noche". Sus cintas se convirtieron en listas de cosas que hacer, recordatorios, broncas…

"A la mayoría de los actores les gusta que su nombre aparezca en los periódicos", dice. "Les gusta atraer toda la atención. A menudo me sorprende la ilusión por el éxito. Me resulta difícil conocer gente porque te prejuzgan y piensan que no pueden tratarte con normalidad. La gente se te queda mirando como a los animales del zoológico, como a una criatura de una isla lejana".

Rebecca Brando es hija de Marlon y Movita Castaneda, una actriz mexicano-americana que se casó con su padre en 1960. Nació en 1966, y tenía un hermano cinco años mayor que ella, Miko Castaneda Brando. "Mi padre me enseñó muchas cosas, especialmente sobre la compasión. Al final sólo ganaba dinero para poder luchar contra las injusticias. Ayudó a los movimientos por los derechos civiles, a Martin Luther King, a las Panteras Negras. Realmente no recuerdo el momento en que mi padre no aceptó el Oscar por 'The Godfather', pero, según me fui haciendo mayor, ese tipo de cosas dejaron de sorprenderme en mi padre. Sí recuerdo cuando se estrenó 'Superman', con la que ganó algo así como tres millones de dólares por 20 minutos en pantalla. Se armó mucho revuelo, pero sé por qué lo hizo (si van a pagárselo igualmente a otro, entonces ¿por qué no hacerlo?). Él simplemente gastaba su dinero en las cosas que de verdad le importaban".



Rebecca es consciente de que su padre grabó estas cintas porque, por encima de todo, quería aclarar sus pensamientos. Se convirtió en un diario que le ayudó a poner en orden la tormenta de ideas y teorías. Hay mucho contenido que Riley tuvo que dejar fuera del documental. Las conversaciones que Brando tuvo durante horas y horas con amigos famosos, como Nick Nolte o Jack Nicholson, un hombre que se convirtió en su vecino y confidente.

Riley recuerda haber escuchado una cinta en particular y haber pensado que estaba escuchando a Brando tratando de ligar con una mujer. Hizo falta algún tiempo para que el director se diese cuenta de que esa mujer era en realidad la voz chillona de Michael Jackson.

Brando murió el 1 de julio de 2004 por dificultades respiratorias y cardiacas. Dejó 14 hijos y al menos 30 nietos. Hacia el final de su vida sufrió pérdida de visión a causa de la diabetes, y también cáncer de hígado. Su voz, sobrecogedora, nos lo recordaba. Grabó una frase para un videojuego como Vito Corleone poco antes de morir, y dijo algo importante a cada uno de sus seres queridos, familia y amigos, en las semanas antes de su muerte. "Me acuerdo de la última conversación que tuve con él", recuerda su hija Rebecca en una entrevista, "fue sólo unas semanas antes de que muriese. No quería que nadie, especialmente los niños, supiesen lo mal que estaba. Nos dijimos cuánto nos queríamos y eso fue todo. Nunca lo olvidaré".

Rebecca no puede dejar de preguntarte qué hubiese pensado Brando sobre la situación del mundo en 2015: "Mi padre era un visionario. Adoraba la tecnología. Le encantaba internet y quería hacer programas de tele que se emitiesen únicamente online (eso fue mucho antes de Netflix). Le habría encantado ver un carro eléctrico. Le gustaban los realities. Creo que incluso llegó a saber quiénes eran las Kardashian. Habría tenido iPhone y iPad; hacía muchas cosas con Photoshop y se llevaría de lo lindo con todas esas apps creativas, las que te deforman la cara". Pero había una tecnología que Brando quería más que ninguna otra. "Mi padre quería ser congelado. Es lo que más deseaba, que los científicos pudiesen encontrar la manera de que muriese y después traerlo de vuelta", confiesa Rebecca.

¿Qué piensa Rebecca que hubiese dicho su padre sobre el documental? "Habría estado orgulloso, espero. Sabía que esas cintas valdrían para algo, no era tonto. Siento que dejó su diario secreto para que nosotros lo encontrásemos. Podría haberlo destruido si hubiese querido. De alguna manera, esta película supone tener a mi padre de vuelta entre nosotros, y la parte más personal de su legado".


Da la impresión de que, al final de su vida, Brando llegó a alcanzar una frágil paz interior con sus demonios. Como dice Riley: "Tenía esa sabiduría que mana de algunas personas mayores". Incluso hizo las paces con su padre, aunque demasiado tarde para decírselo. En el documental Brando dice: "Supongo que cuando mi padre se iba estaba muy decaído, caminando al borde de su vida. Pero echó la vista atrás y dijo: 'Lo hice lo mejor que pude'. Al final perdoné a mi padre, me di cuenta de que yo era un pecador por él, y que él lo fue antes porque su madre lo había abandonado. No tuvo otra opción".

El final del documental nos deja con un reflejo de Brando. Escuchamos su voz solitaria flotando entre el mundo real y la pantalla, entre su mundo y el nuestro, el pasado y el futuro. Aunque todavía nos quedamos con muchas preguntas, tantas como él habría querido: "A través de la introspección y la búsqueda en mi interior, siento que estoy más cerca del común denominador de lo que significa ser humano".

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