LOGAN LUCKY ES UNA PELÍCULA TAN INTELIGENTE QUE PARECE TONTA [www.facebook.com/actoresdirectoresguionistas]

El regreso de Steven Soderbergh lo acredita como un maestro de la comedia de atracos y un as de la sátira social



Sobre el papel, podría parecer que el ostracismo autoimpuesto es aburrido y que Steven Soderbergh ha vuelto a dirigir porque necesitaba recordarse a sí mismo lo que es pasársela bien. Esta es una lectura que contempla Logan Lucky como un riff hillbilly de sus logros en la trilogía Ocean's (2001-2007), ya que la propia película es lo suficientemente juguetona como para permitirse hacer un chiste al respecto. Y, hasta cierto punto, es una lectura perfectamente válida: el cineasta vuelve a retorcer las convenciones genéricas, espaciales e incluso morales del cine de atracos para ejecutar un golpe que, como sucedió en la extraordinaria Ocean's Twelve (2004), parece planificado con el gozo cinéfilo como única gran recompensa. Su manera de dilatar, acelerar y reordenar los tiempos responde a una patente voluntad por alejarse del camino fácil, como si su cámara y su mesa de edición se hubiesen conjurado para intentar extraer siempre el máximo nivel de diversión que esta operación clandestina en la Charlotte Motor Speedway tenía que ofrecer. Astuta, sinuosa, impecable a nivel formal y dotada de un sopredente arsenal de apariciones especiales pasándoselo en grande, Logan Lucky ofrece escapismo de primera calidad a todo aquel que decida tomársela así.

Por supuesto, hay más. Con Soderbergh siempre hay más, pues el viejo zorro lleva demasiados años acostumbrándose a trabajar pisando huevos en el seno de un mainstream que siempre lo mirará como a un outsider. No hay duda de que ha vuelto a dirigir tras cuatro años de exilio por la simple diversión de hacerlo, pero también para lanzar un certero mensaje social a quien esté dispuesto a escarbar un poco más en sus imágenes.

Channing Tatum y Adam Driver interpretan a dos hermanos que intentaron jugar según las reglas de su país. Se supone que Estados Unidos exigía de ellos, respectivamente, la excelencia deportiva y la defensa patriótica de sus intereses militares, pero entonces fue cuando el sueño americano los golpeó a ambos hasta dejarlos irreconocibles. Logan Lucky comienza con dos hombres rotos, tristes, abandonados y físicamente impedidos por el sacrificio que se supone que tuvieron que hacer por un país que ahora se desentiende de su sufrimiento. No es casualidad que un personaje secundario se cuestione la integridad del atraco al establecer un paralelismo entre el NASCAR y la propia Norteamérica: lo que los hermanos quieren es, de alguna manera, devolvérsela a ese país que les prometió ser estrellas del fútbol y héroes de guerra, sólo para dejarlos tirados al menor contratiempo. En ese sentido, esta película tiene más que ver con Magic Mike (2012) y sus strippers/entrepreneurs en tiempos de crisis económica que con la saga Ocean's. Ambas reaccionan a sus tiempos a través de una serie de claves genéricas más o menos amables, pero el trago amargo y el aguijón satírico están ahí. Logan Lucky es cine político, al igual que esa película de hombres bailando en tanga te estaba hablando, en realidad, del recrudecimiento de la lucha de clases tras un colapso capitalista.

Donde el regreso de Soderbergh acierta como pocas otras veces es en el factor humano, simbolizado por su uso de la canción Take Me Home, Country Roads. La farsa acaba encontrando poesía y dignidad en el territorio de las alitas de pollo gigantes, los refrescos XXL y los desfiles de belleza infantiles, al igual que incluso el más caricaturesco de sus personajes (un glorioso Daniel Craig) pone en marcha un motor de sutileza que había mantenido oculto hasta el momento adecuado. El director no mira a sus rednecks desde la barrera, sino que él también se identifica -no podría ser de otro modo para alguien que aún se siente paria- con su cruzada contra el sistema. Ni los hermanos Logan son los paletos codiciosos con los que una película menos empática se habria conformado, ni su hermana (Riley Keough) es una peluquera descerebrada. Al igual que su historia, contada con maestría por un director que no para de lucirse hasta que llega el mismísimo plano final, estos personajes son tan condenadamente listos que parecen tontos.

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