CRÍTICA DE ‘VIAJE A TOMBUCTÚ’: "THAT VOICE IS A KNIFE IN MY FUCKING HEART"

Miénteme, pero no me aburras. Rossana Díaz Costa es todo corazón y eso le hace mal. Es muy sensible a la nostalgia. La desventaja de ser así es que ningún humano tienen la misma percepción del mundo en el que vive que el otro (¿nunca escucharon esa frase: ‘cada cabeza es un mundo’?). Y resulta que, al presentar una película como ‘Viaje a Tombuctú’, el resultado es que te quedas solo, con tu obra en las manos, sin que nadie la aprecie como tú. 


Algunos dirán que en la película no hay una historia que ver. Otros la defenderán diciendo que sí la hay y que es justamente la historia de amor entre Ana (Andrea Patriau) y Lucho (Jair García). El problema es algo difícil de explicar con palabras, ya que se expresa mejor al ver la película, pero podría decirse que la historia y las imágenes se estorban la una a la otra. El guión totalmente inmaduro cae en el desacierto de la cursilería en su máxima expresión. No es cursi poner una escena en la que los personajes principales se besan, ya que la escena significa algo (que se aman, obviamente). Pero, ¿poner la misma escena con el mismo significado cuatro veces? ¿Para qué? Cuando Patriau y García no se están besando, se están abrazando, y cuando no se están abrazando, se están besando. Primer WTF?!

La película tiene otros errores que hacen al espectador preguntarse qué es lo que quiere decir la dirección del filme. Hay niños como de 10 años que van a ver una película al cine, OK, es E.T. El Extraterrestre, o sea, estamos en 1982. Pero, luego, los personajes crecen como hasta estar en edad universitaria y en la radio hablan sobre la matanza de la Isla del Frontón (y para colmo Alan García está en la televisión juramentando su primer mandato imitando la voz de Haya de la Torre), o sea, estamos en 1986. Entonces, WTF?! Qué pasó? ¿Ese tipo tiene 15 años y ella tiene 14? Total caída de patas arriba de la audiencia completa. ¿Y así dicen que quieren hacer una película sobre lo que pasó en los años ochentas? Pero, esto es la dimensión desconocida. ¿Esto es ciencia ficción o qué? A estas alturas la voz del maestro mexicano Andrés García se escuchó desde el D.F. cuando decía: “A las mujeres hay que amarlas siempre. Lo que nunca hay que hacer es tratar de entenderlas, porque te puedes volver loco”.

Pero, está bien, vamos justamente a dejarnos llevar por los ochentas, vamos a poner el Some Great Reward de los Depeche y vamos a cantar: Come on! Lie to Me. Y es que de verdad nos damos cuenta de que nos están mintiendo. Nos entra la pregunta: ¿Deberíamos notar eso? Y también nos preguntamos: Si iban a necesitar que el personaje protagónico pusiera expresiones faciales necesarias y que se notaran por la cámara: ¿por qué no contrataron a un actor profesional que pueda hacerlo? Es de verdad insoportable escuchar a un actor hablando en una película como si estuviera haciendo una locución para el programa Reportaje al Perú del canal 7. Encima las expresiones que tenía que hacer para la cámara no le salen bien. Se debió tomar una decisión: O bien cambiar el guión o bien cambiar de actor. Mano suave en la dirección, debilidad en el filme. Como le dijo Chazz Palminteri a John Cusack en Bullets Over Broadway: “That voice is a knife in my fucking heart. He can´t act”. Este problema se recrudece ya que la película es cursi de por sí. Y la pobre Andrea Patriau, por más que hace su mejor esfuerzo y trata de ponerse la película al hombro, no la puede soportar sola. Además, nada la ayuda, ni el guión, ni la dirección, ni qué hablar del reparto. La cursilería se torna insoportable y mata todo lo que anda a su paso, hasta a las canciones que tanto costaron comprar. En ‘The Notebook’ teníamos muchos recursos de donde agarrarnos para no aburrir y no sufrir, pero, acá, la chica está sola peleando con todo y ganándole a nada.

Otra cosa son los diálogos regalados. Si no tenemos dinero para producir apelamos al ingenio. Si no tenemos ingenio, bueno, nos la safamos con un diálogo. Pero, si ya tenemos el dinero y la producción: ¿para qué vamos a regalar diálogos? Dos chicos salen de sus casas en la noche con camisetas impresas con la caratula del disco de Soda Stereo de 1984 (y luego nos van a hacer escuchar la voz de Cerati en una concierto); entonces, ¿para qué hacemos que uno de los chicos diga: “Nos vamos al concierto de Soda Stereo!”? Luego, una señora ha acompañado a su hija al terrapuerto de buses interprovinciales y están esperando; luego, la señora le pregunta a su hija: ¿Con quién vas a ir? O sea, ¿de qué han hablado en todo el camino desde su casa hasta el terrapuerto? ¿De los variados colores de los ositos gominola? Es más, ¿de qué han hablado en toda la semana? ¿O una chica, de edad universitaria, recién le dice a su mamá que se va a ir de Lima a la sierra una hora antes de irse? ¿En plenos años ochentas con Sendero Luminoso en todo su esplendor? ¿Lo están haciendo para que el personaje diga los nombres de los personajes y así nos enteremos de los nombres de los personajes? Asu… ¿Resultados de un guión al que ‘le falta’?

En el libro ‘Poética’, Aristóteles nos dice que existe una relación entre el tamaño de la historia y el número necesario de cambios importantes de sentido. O sea, cuanto más extensa sea la obra, más cambios requerirá. En otras palabras, Aristóteles, tan educado como siempre fue, está rogando lo mismo que yo: “POR FAVOR, ¡NO NOS ABURRAN! No nos hagan permanecer sentados durante dos horas sobre esas incómodas butacas, en donde no puedo estirar mis largas y flacuchas piernas y donde mis borceguíes se chocan con todo, viendo escenas contemplativas y paisajes de cine independiente europeo sin que realmente ocurra nada.” ‘Viaje a Tombuctú’ parece de este modo una denuncia, tan larga que aburre, tan sentimental que causa la misma sensación de quien ve a una pareja besarse en un parque, pero que, sin embargo, contra todo pronóstico, ¡TIENE CLÍMAX!



Todos coincidirán en que la escena más lograda es cuando un militar entra al bus, en donde están todos los personajes, con su fusil en la mano, dispuesto a meter bala al primero que grite: ‘Viva Sendero’. Por supuesto, nadie grita eso, pero esa tensión se siente en toda la sala y es lo único que paga la película. Pero, nos llevamos otro WTF?! ¿Sales de tu casa en un viaje a la sierra en los ochentas y no llevas tu libreta electoral de tres cuerpos? Era necesario, por lo menos, mostrar la razón por la cual el tipo no la pudo llevar. Saquen una escena de besos o abrazos de esas que están sobrando y pongan la escena del porqué el tipo no pudo llevar sus documentos… ¡Por favor! ¡Hagan algo! ¡La Patriau no va a poder sola con esto! En fin.

LO MEJOR: El soundtrack (aunque la versión del Pasajera en Trance se escucha muy digital y ni hablar del bajo que jamás va a sonar como el de Aznar o el del mismo Charly, las demás son originales y por lo menos hay algo que escuchar). La dirección artística (se nota que tuvieron menudo trabajo para obtener esos buenos resultados). Las remembranzas. La fotografía en la escena del bus. Andrea Patriau.

LO PEOR: El guión. La dirección. Las escenas de besos. Las escenas de abrazos. Nuevamente las escenas de besos. Nuevamente las escenas de abrazos. El final que no se entiende. El final que no recompensa las dos horas perdidas. El final que deja la sensación de que uno mismo lo pudo haber hecho mejor (y eso que uno mismo es un agente hipotecario de aseguradoras inmobiliarias que nada sabe de cine).

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