LA NUEVA VERSIÓN DE IT SÓLO FALLA CUANDO INTENTA SER UNA PELÍCULA DE ESPANTOS [www.facebook.com/actoresdirectoresguionistas]

Andy Muschietti adapta la novela terrorífica de Stephen King con un buena mano para los personajes y la atmósfera, aunque... ¿y ese payaso?


Como cualquier novela de más de mil páginas, It es un ente poliformo. Lo que la convierte, por supuesto, en una odisea para cualquier adaptación con el más mínimo ánimo de hacer justicia al espíritu de su prosa -muy al contrario, sin ir más lejos, que la reciente The Dark Tower (Nikolaj Arcel, 2017)-. Carga las tintas en el horror cósmico que palpita detrás de Pennywise, el Payaso Bailarín, y perderás el intrincado relato de camino a la madurez que Stephen King construyó, basculando con astucia dos tiempos narrativos. Piérdete por su laberinto de traumas infantiles y olvidarás la representación de Derry (sus calles, sus alcantarillas, su dramatis personae) como pesadilla casi psicogeográfica. Tommy Lee Wallace entendió que todas esas lecturas y dimensiones de It constituirían una experiencia demasiado brutal para una sóla película, de modo que su miniserie en dos partes sirvió como modelo estructural para un Cary Fukunaga que, pese a seguir acreditado como co-guionista, se vio obligado a dejar el proyecto en manos de Andy Muschietti. La buena noticia es que, contra todo pronóstico, la It que llega hoy a nuestras pantallas se las arregla para flotar de verdad, reproduciendo con fidelidad y nervio la retorcida atmósfera del original.

Desde el prólogo, Muschietti deja patente que esta mitad de la historia necesita articularse como una confrontación entre inocencia y terror, entre los perfumes embriagadores de la nostalgia y la muy real crueldad de la experiencia (pre)adolescente. King escribió la novela mirando hacia finales de los cincuenta desde la primera mitad de los ochenta, luego su It se puede entender como un homenaje a todos esos tótems culturales (Famous Monsters of Filmland, el autocine, las reposiciones televisivas de los monstruos Universal, las ansiedades paranoicas de la era Eisenhower) que sirvieron de caldo de cultivo para creadores posmodernos como él. Tiene sentido, por tanto, que Muschietti sitúe su versión de la historia en 1989: tal como Stranger Things (con la que comparte al actor Finn Wolfhard) se ha encargado de subrayar, la segunda mitad de los ochenta representa ahora ese mismo territorio arcádico que 1957 representaba para King y sus contemporáneos. No deja de ser paradójico que It vaya a ser recibida como una invitada tardía a la fiesta de ese terror nostálgico tan en boga actualmente, cuando el libro de King es, quizá junto a la producción de Steven Spielberg en ese mismo periodo de tiempo, el manantial primordial del que emana todo. Muschietti trabaja, por tanto, sobre el origen de nuestra fascinación por la cultura popular de la era Reagan (aunque, por una cuestión de calendario y atadura de cabos pensando en la segunda entrega, The Gipper ya hubiesee abandonado la Casa Blanca en verano del 89).


It resulta más interesante cuanto más se adhiere a la gran contribución de King dentro de la literatura norteamericana de nuestro tiempo: la construcción de personajes. Cada uno de los miembros de El Club de los Perdedores está perfectamente definido antes incluso de que comience la batalla contra el ser de las cloacas, tanto por sus anhelos como, sobre todo, por sus miedos. El corazón de It siempre ha consistido en explorar la conexión secreta entre aquello que nos da miedo y aquello que nos inspira, entre la parálisis traumática y la necesidad de encontrar una conexión humana (forjada a través de la confianza) para seguir adelante.

En cierto sentido, Pennywise no es tanto la metonimia de todas las atrocidades prosaicas y cotidianas que batutean el relato como una catártica válvula de escape. ¿Qué es una criatura metafísica surgida del espacio exterior (y obsesionado con el maquillaje estrambótico) frente a la auténtica monstruosidad del bullying, el maltrato, el autodesprecio, el abuso infantil, la tortura psicológica, el incesto, la violencia estructural? La película comprende a la perfección que los Perdedores, tal como los imaginó King, son víctimas de su entorno mucho antes de caer en las garras de Pennywise y su ola de crímenes cíclicos, que finalmente acabará sirviéndoles como tabla de salvación. Esta primera mitad se revela, por tanto, como un delicado estudio de los mecanismos que la nostalgia pone en funcionamiento en pos de nuestra supervivencia, capaces de primar el poder de los recuerdos positivos (el primer amor, la exaltación de la amistad, el sacrificio como ritual para mejorar el mundo) por encima de su realidad que es una mierda.

Muschietti retrata tan bien el factor humano de It que resulta descorazonador ver cómo patina ligeramente a la hora de representar el horror metafísico. Un arsenal de trucos baratos de posproducción se empeña constantemente en arruinar el notable trabajo que Bill Skarsgard y su caracterización realizan con el componente irreal de Pennywise. Es una lástima, porque el resto de decisiones que ha tomado el director (sobre todo, la de eliminar uno de las peores y más irresponsables pasajes sexuales que King escribiese jamás) contribuyen a dotar a su adaptación de una personalidad propia, al tiempo que la conectan de un modo muy natural con la delicada atmósfera de la novela, donde cualquier momento de júbilo veraniego puede ser arruinado por un estallido de violencia y crueldad. It -al menos, esta primera entrega de It- pasa de puntillas por lo lovecraftiano para centrarse en el drama de unos personajes que, bañados por la cálida fotografía de Chung Chung-hoon (habitual de Park Chan-wook), acaban pareciéndose a unos antiguos amigos de la infancia, difuminados para siempre en la bruma de un recuerdo agridulce. Esperemos que la entrega final sepa llevar a buen puerto las promesas de esta estupenda adaptación y, sobre todo, que no vuelva a sobreactuar sus sustos hasta devaluarlos por completo. A veces, un payaso no necesita nada más que sonreír para arruinar tus noches durante semanas.

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