[CRÍTICA] GUARDIANS OF THE GALAXY VOL.2: CUANDO NIETZSCHE LLEGA AL UNIVERSO MARVEL [www.facebook.com/actoresdirectoresguionistas]

James Gunn disecciona los conflictos paternofiliales de una generación entumecida por la nostalgia pop. *Bonus: Baby Groot baila


Al igual que Out Of The Blue (1977), el disco de la Electric Light Orchestra que mantuvo viva la llama espacial de toda una generación meses después de que George Lucas estrenase Star Wars, esta crítica es un disco doble. La primera cara puede leerse antes de entrar a ver Guardians Of The Galaxy Vol. 2, ya que está completamente libre de spoilers potenciales. La segunda, en cambio, está pensada para aquellos espectadores que quieren entrar informados y advertidos a la sala para mejorarse la experiencia a sí mismos. Ahí quedan, pues, las instrucciones de uso. Ahora a leer el texto.


CARA A: GUARDIANS 2 - SIN SPOILERS

Puede que Groot y Mapache Rocket se llevaran toda la gloria del primer Guardians Of The Galaxy (2014), pero a los viejos seguidores de James Gunn, uno de los talentos más dinámicos e imprevisibles de nuestro tiempo, no les costó demasiado detectar que el corazón palpitante de aquel blockbuster marvelesco se encontraba en el Peter Quill de Chris Pratt. Su walkman no era simplemente un gimmick necesario para poder condimentar la película de éxitos pop de los 70 y 80 (convirtiendo, por tanto, una space opera extravagante en una experiencia más cercana para el espectador), sino la mismísima clave temática del conjunto: Quill, como tantos jóvenes criados con una generosa dieta diaria a base de Han Solo, Pacman, Cheers y comics de Jim Starlin, es un adulto que sólo sabe expresar sus emociones a través de la cultura pop. No era un walkman lleno de hits, sino un walkman lleno de los hits que su madre le grabó antes de morir. Como en su notable novela de culto -The Toy Collector (2000)- o en sus iconoclastas incursiones previas en materia superheroica -su guión para The Specials (Craig Mazin, 2000) y su extraordinaria Super (2010)-, Gunn estaba diagnosticando una suerte de anemia generacional con su Awesome Mix Vol. 1. El siguiente paso lógico, ya apuntado en el cierre de la primera entrega, era explorar el más colosal de los traumas de la Generación X: las relaciones padre-hijo.

Contemporáneos de Gunn como J.J. Abrams o Damon Lindelof han convertido todas sus carreras (por no hablar de franquicias completas, como es el caso de la nueva Star Trek) en catedrales de gloria, así que era absolutamente inevitable que Quill enfrentáse a una gloria en la secuela de Guardians Of The Galaxy. Tal es así que Pratt y un afinadísimo Kurt Russell escenifican una de las secuencias más abiertamente paródicas de Vol. 2. Existe toda una generación de cineastas norteamericanos atormentados por el hecho de no haber podido jugar nunca a la pelota con su padre, ya sea porque estaban muy ocupados pintando sus maquetas del Millenium Falcon o enviando a una revista local sus relatos "inspirados" en Stephen King. Al consagrar la mayor parte de su metraje a este conflicto íntimo de Star-Lord, Guardians Of The Galaxy se convierte en una de esas extrañas sagas que no toman la decisión de amplificar sus decibelios en la segunda entrega: todo aquí es más exuberante que la primera vez, pero da la sensación de que la escala es menor, como en esos arcos argumentales que se centran en los sentimientos de los personajes durante una de sus atípicas calmas entre tempestades. El golpe de genio del Gunn guionista consiste, en esta ocasión, en introducir a Mantis (Pom Klementieff), una alienígena que actúa como un oráculo de la verdad emocional en mitad de un grupo de cínicos que preferirían comerse sus propios pies antes de expresar lo que sienten (o, en el caso de Quill, que sólo pueden expresar lo que sienten a través de referencias pop ochenteras).

El momento más Guardians de todo Guardians Of The Galaxy Vol. 2, en el que un cameo absolutamente chiflado interrumpe una revelación que cualquier otro blockbuster de superhéroes se tomaría más en serio que un infarto, sintetiza de forma transparente el toque Gunn: añadir un contrapeso descreído a cada escena épica, o equilibrar su sobrecarga de referencias culturales con eso que los profesores de guión describen como "la verdad de los personajes". Es una fórmula que ya ha sido imitada tanto fuera (Suicide Squad, 2016) como dentro (la inminente Thor: Ragnarok) de su propio estudio, pero nadie ha conseguido aún ponerla en práctica con la misma confianza que despliega aquí su creador. Llena de guiños estéticos a las ramas más vanguardistas del Universo Marvel, Guardians Of The Galaxy Vol. 2 deja de ser space opera para convertirse en space disco: una experiencia tan idiosincrásica y estimulante como bailar un temazo de la ELO después de haberte dado una aspirada química... o como recuperar la inocencia de un bebé árbol tan adorable que trasciende cualquier referencia pop.


CARA B: GUARDIANS 2 - CON SPOILERS

Vol. 2 pasará a la historia como la película de Marvel Studios en la que el protagonista, literalmente, mata al padre. Nada que ver con los ejemplos de papás fetiches de Tony Stark, presentes incluso en entregas tan tardías como Captain America: Civil War (Anthony Russo, Joe Russo, 2016), o con los quebraderos de cabeza patriarcales de Thor y Odin. De hecho, el Ego de Russell le explica a Quill su concepción del patriarcado a través del único lenguaje que sabe que comprenderá: la letra de una canción country-rock de Looking Glass. Lo que James Gunn consigue en esta película, más ambiciosa de lo que parece a simple vista, es recorrer todo el camino que media entre dos figuras tan centrales en nuestra cultura audiovisual como el Padre Ausente y el Padre Terrible, presentados aquí como dos caras de la misma moneda. Al entregarle a su protagonista exactamente lo que él cree que anhela (jugar a la pelota con Snake Plissken y Jack Burton a la vez), la película también está tentando al héroe de acción moderno con la posibilidad de seguir la misma estela heteropatriarcal de sus referentes del siglo XX: crápulas, chauvinistas centrados en sí mismos incapaces de concebir a una compañera como algo más que un interés sexual y completamente cerrados a cualquier exhibición emocional. Peter Quill comienza la película intentando ligar con una extraterrestre dorada y la acaba llorando con una canción de Cat Stevens, además de compartir un momento íntimo con Gamora (Zoe Saldana) que no podría estar más alejado de la conquista alfa más usada. En otras palabras: deja de posar como un héroe de ciencia-ficción testosterónica y crece como ser humano. Pero lo más universal del tema no está en las situaciones sino en la metáfora que es el personaje de Russell: la voluntad de poder nietzschiana está personificada en él. ¡Nada puede ser más universal que la voluntad expansionista! El poder no se puede detener porque, si lo hace, muere; así como Ego cuando es muerto por las propias manos de su hijo. El poder y su voluntad de expansión no se ha detenido, seguirá en la tercera entrega, es un hecho, pero ahora expandiéndose por acción del hijo. El poder está en el mal tanto como en el bien porque al poder no le importa si está en el mal o en el bien, al poder lo único que le importa es expandirse y estará siempre del bando del que se pueda expandir.


Y aquí es donde entra el as que Gunn tenía bajo la manga y que nadie vio venir: ¡Michael Rooker como centro emocional de una película Marvel! Las pistas estaban ya escritas a lo largo de la primera entrega, pero la progresiva revelación de una faceta oculta en un personaje al que conocimos como simple secundario excéntrico resulta deliciosa. ¡El hombre azul le da a la película el tan ansíado clímax que todos estábamos esperando durante las dos horas! Y lo hace a lo grande, con expresión, con gestos, con el espacio de fondo, volando, llenando el vacío de la galaxia con sus lágrimas (sí, lágrimas). Sí, el padre es el que cría y, así como lo hizo un tal Jor-El alguna vez, también se convierte en el hijo. Porque: ¿qué son los guardianes de la galaxia sino una familia de pícaros? Luego es imposible leer la película como otra cosa que no sea un sentido homenaje de James Gunn a su actor fetiche: todos soñamos con pertenecer a la misma estirpe creativa de las grandes estrellas del mainstream, pero quizá sea más sano que nos reconozcamos a nosotros mismos nuestra deuda con esos titanes de la serie B que siempre han estado ahí. No es casual que el tercer acto de Vol. 2 se salve de caer en el odiado CGI sin personalidad ni definición gracias a un inusual abuso de los primeros planos: a Gunn no se le escapa que el público acudió a esta franquicia seducido por los fuegos artificiales de la galaxia marvelesca, pero se quedó por lo increíblemente bien escritos que estaban sus personajes. Tengamos en cuenta que, antes de dejar paso a su cabalgata de escenas post-créditos, esta película se cierra con un mapache modificado genéticamente mirando, emocionado, una explosión de colores en el espacio. El foco de Gunn no está en los colores, sino en la mirada. La cara de Sean Gunn (hermano de James) al ver el funeral de su amigo es impagable.

Está por ver si esta alquimia tan propia de su creador puede sobrevivir a su implantación en ese gigantesco mash-up que puede ser la tercera entrega de The Avengers. O, de hecho, a una nueva entrega en solitario: el fracaso de algún chiste recurrente (Taserface) o el evidente abuso de Drax y sus Funny One Liners (o Funny Short Jokes) que, por muy bien que Dave Bautista esté en el personaje, ya denotan cierto agotamiento, como si la película se fuera dando cuenta secuencia a secuencia de que no va a poder jugar su mejor baza (el factor sorpresa) para siempre. Sin embargo, la cantidad de ideas lúdicas que el director consigue insertar en cada escena, como esos combates espaciales que mezclan el recuerdo de las recreativas con el influjo de los eSports, le sigue garantizando a los fuckings Guardians Of The Galaxy un puesto de honor en el cosmos del blockbuster contemporáneo. Sólo que Groot no utilizaría la palabra 'fuckings'.

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