SI DE ALGÚN HOMBRE ES DE QUIEN TIENES QUE APRENDER A VESTIRTE, ES DE BENEDICT CUMBERBATCH [www.facebook.com/actoresdirectoresguionistas]
Es tan hábil en los registros formales como torpe con los códigos de vestir sport, pero podrías aprender una buenas lecciones de estilo con uno de los hombres más elegantes de Hollywood
Cumberbatch ha sido noticia por su nueva paternidad. La nómina de cumberbitches se acaba de ampliar con Hal Auden Cumberbatch, nombre de tufo shakesperiano y homenaje encaletado a su amigo Tom Hiddleston, que encarnó a Enrique V, cuyo apodo como príncipe era 'Hal'. Mientras el actor sigue esparciendo herederos por el mundo, su legado de alta elegancia sigue inspirando al resto de mortales.
Si algo caracteriza al bien vestido de Cumberbatch es la paradoja de estilo en la que incurre: hábil con la elegancia, incómodo con atuendos informales. El actor conjuga una capacidad innata para el hábito patricio y una torpeza casi simpática para el sport más relajado. Se intuye que a este ejemplar aristocrático el mundo le queda pequeño. Él nació para desenvolverse en castillos de estilo Tudor, para recorrer caballerizas reales y apacentar unicornios en jardines fantásticos, para reinar en salones de caballeros con bata de seda. Algo de fuerte poso shakesperiano vive adherido a él, a su vocalización sobrenatural, a su acento de colegio particular, a su porte elegante, herencia quizá de sus antepasados (bisnieto de un cónsul, nieto de un oficial de submarino condecorado en las dos guerras mundiales y primo del astronauta Chris Hadfield). Incluso dentro del fantasioso, adolescente y palomitero universo Marvel, Cumberbatch se las arregla para dotar a su Doctor Strange de la elocuencia adquirida en las tablas inglesas.
Así Cumberbatch parece haber captado que su palestra es la dificultad, y su hábitat natural es la sastrería inglesa. Dale una camiseta de la teletón y todo el mundo preguntará a dónde hay que enviar los donativos. Ponle un traje bespoke y no parecerá de este mundo. En un continente donde el abismo clasista ha puesto al hooligan y al dandy como arquetipos antagónicos de la pirámide social, el actor inglés encarna al segundo con comodidad y soltura. Uno puede imaginárselo perfectamente saliendo con una bata de armiño de su bañera con grifería de oro y patas, alérgico al chándal y a cualquier otra prenda oprobiosamente democrática. Cuanto más larga sea la cuerda, más alto volará Benny.
Siempre elegante, es adicto a las solapas de chal, al blanco y negro, a los trajes tallados a la medida de su anatomía por afanosos sastres. Quítale eso y le habrás desahuciado del olimpo. Es como el albatros del poema de Baudelaire: majestuoso en las alturas y objeto de mofa a ras del suelo, donde padece las burlas de los marineros. Si las poleras y los jeans son tu zona de confort, Benny te mostrará la salida. Es difícil parecerse a Benedict Cumberbatch, pero sigue siendo un espejo en el que mirarse. Si es más difícil, mejor.
Cumberbatch ha sido noticia por su nueva paternidad. La nómina de cumberbitches se acaba de ampliar con Hal Auden Cumberbatch, nombre de tufo shakesperiano y homenaje encaletado a su amigo Tom Hiddleston, que encarnó a Enrique V, cuyo apodo como príncipe era 'Hal'. Mientras el actor sigue esparciendo herederos por el mundo, su legado de alta elegancia sigue inspirando al resto de mortales.
Si algo caracteriza al bien vestido de Cumberbatch es la paradoja de estilo en la que incurre: hábil con la elegancia, incómodo con atuendos informales. El actor conjuga una capacidad innata para el hábito patricio y una torpeza casi simpática para el sport más relajado. Se intuye que a este ejemplar aristocrático el mundo le queda pequeño. Él nació para desenvolverse en castillos de estilo Tudor, para recorrer caballerizas reales y apacentar unicornios en jardines fantásticos, para reinar en salones de caballeros con bata de seda. Algo de fuerte poso shakesperiano vive adherido a él, a su vocalización sobrenatural, a su acento de colegio particular, a su porte elegante, herencia quizá de sus antepasados (bisnieto de un cónsul, nieto de un oficial de submarino condecorado en las dos guerras mundiales y primo del astronauta Chris Hadfield). Incluso dentro del fantasioso, adolescente y palomitero universo Marvel, Cumberbatch se las arregla para dotar a su Doctor Strange de la elocuencia adquirida en las tablas inglesas.
Así Cumberbatch parece haber captado que su palestra es la dificultad, y su hábitat natural es la sastrería inglesa. Dale una camiseta de la teletón y todo el mundo preguntará a dónde hay que enviar los donativos. Ponle un traje bespoke y no parecerá de este mundo. En un continente donde el abismo clasista ha puesto al hooligan y al dandy como arquetipos antagónicos de la pirámide social, el actor inglés encarna al segundo con comodidad y soltura. Uno puede imaginárselo perfectamente saliendo con una bata de armiño de su bañera con grifería de oro y patas, alérgico al chándal y a cualquier otra prenda oprobiosamente democrática. Cuanto más larga sea la cuerda, más alto volará Benny.
Siempre elegante, es adicto a las solapas de chal, al blanco y negro, a los trajes tallados a la medida de su anatomía por afanosos sastres. Quítale eso y le habrás desahuciado del olimpo. Es como el albatros del poema de Baudelaire: majestuoso en las alturas y objeto de mofa a ras del suelo, donde padece las burlas de los marineros. Si las poleras y los jeans son tu zona de confort, Benny te mostrará la salida. Es difícil parecerse a Benedict Cumberbatch, pero sigue siendo un espejo en el que mirarse. Si es más difícil, mejor.
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