LIAM GALLAGHER ES LA ÚLTIMA ESTRELLA DE ROCK QUE NOS QUEDA [www.facebook.com/actoresdirectoresguionistas]

Tú lo llamas prepotencia, él lo llama carisma


Lunes 2 de octubre de 1995. Oasis publica su segundo disco: (What's the Story) Morning Glory? Éxito inmediato y duradero tras un debut (Definitely Maybe, 1994) arrollador: la primera semana se despachan 500.000 copias; a día de hoy se han vendido cerca de 30 millones. El nuevo disco los coloca en la cresta de una ola que muy pocos han tenido la suerte de surfear. Cinco muchachos de Manchester más británicos que el fish and chips o el Palacio de Buckingham se comen el planeta (literal) con una colección de diez canciones (más dos extractos) imperecederos. Es la cúspide del pop británico.

10 y 11 de agosto de 1996. Meses después de aquel lanzamiento, Oasis supera su propia leyenda tocando cima: actúan en dos de los conciertos más multitudinarios de la historia de la música. 250.000 personas por día. Medio millón de personas en total en un terreno situado cerca de una parroquia ubicada en el norte de Hertfordshire. 2,7 millones de personas solicitaron una entrada para ver tocar a Oasis en Knebworth. Es decir, se pudieron haber celebrado hasta once conciertos consecutivos con 250.000 asistentes en cada uno de ellos. Las tomas aéreas que muestran al grupo llegando en helicóptero al evento impresionan (imágenes que puedes ver en el documental Supersonic, de Mat Whitecross; 2016). Cientos de miles de personas aguardan pacientemente -o no- a que aparezcan sobre las tablas unos tipos que cantan sobre drogas (Champagne Supernova), pasarlo bien (Hello) o mirar el lado positivo de la vida (Roll With It). Daban carpetazo al grunge estadounidense y su pesadumbre ruidosa con melodías luminosas que sintetizaban toda la cultura pop british. Noel Gallagher, compositor de la banda, limitó de antemano la experiencia a dos noches. A Liam Gallagher, hermano de Noel y frontman de Oasis, le hubiese gustado saltar al escenario las 11 jornadas. Y mil si hubiese sido necesario. Casi no había precedentes de un evento similar (véase Monsters of Rock de 1991). Hasta hoy nadie ha logrado igualar semejante gesta.

Viernes 23 de febrero de 2018. Unas dos mil personas abarrotan la madrileña sala La Riviera en su último concierto en tierras de habla hispana. El cartel de Sold Out colgaba en la puerta desde hace semanas. En los altavoces, a las 21.00 horas, comenzó a sonar Fuckin' In The Bushes, corte instrumental que da paso a Rock N' Roll Star, uno de los himnos más electrizantes del britpop. Salió Liam Gallagher al escenario. El público vitoreó. Manos a la espalda, comenzó a cantar: "I live my life in the city. There's no easy way out". La gente saltaba, empujaba, tiraba sus cervezas sobre las cabezas de aquellos que estaban en las primeras filas. Al acabar el primer corte, Liam espeta algo ininteligible para el personal (no por falta de pericia lingüística, sino porque no hay quien lo entienda) y procedió a cantar Morning Glory. Después dio paso a algunas de las canciones (Greedy Soul, Wall Of Glass, Bold, You Better Run…) que conforman su único disco en solitario, As You Were, y cerró con cuatro clásicos de la banda que lo convirtieron en un mito: Be Here Now, Wonderwall, Cigarettes & Alcohol y Live Forever.

23 años separan estas historias. A Liam, Knebworth le sorprendió con 24 añitos. Ahora tiene 45. El contexto es distinto. El aforo, obviamente, también. Sin embargo, hay algo que se mantiene inalterable, un denominador común entre esto y aquello: la actitud de Liam Gallagher, la última rock and roll star viva, un superviviente de una especie en vías de extinción si no ponemos remedio. La puesta en escena se repite desde hace dos décadas y media: cuerpo encorvado, frío -aunque el termómetro de la sala marque los 30º C-, pandereta en mano y fuckoffs para dar y regalar. En estos tiempos de corrección-política/neocensura/puritanismo-desmedido, se antoja complicado que pueda surgir de la nada -o del suburbio de Burnage, como es el caso- un tipo capaz de espetar sin ponerse colorado frases como las siguientes:

"Kurt Cobain fue un imbécil que no pudo soportar la gloria".

"¿Ser un Beatle o Dios? Un Beatle, sin duda. ¿Cuándo fue la última vez que Dios grabó un disco decente?".

Sobre Pete Doherty (de los Libertines) y Tom Chaplin (de Keane): "Los niños finos no pueden tomar drogas, son peso pluma. Se meten una rayita pequeña y ya están en rehabilitación".

"Respeto a los Stones, pero sus últimas canciones son una pila de mierda".

"Si sintiera deseos de volarme los sesos, trabajaría en una mina de carbón o me haría paparazzi. Esta vida es fucking bella y no me volaré la cabeza por cualquiera: preferiría que alguien lo hiciera por mí".

"Descargar es lo mismo que yo hacía: solía grabar en cintas las canciones que me gustaban de la radio. No me importa. Odio ver a todas esas grandes estrellas de rock quejándose. Al menos están descargando tu fucking música, idiota; y te están prestando atención. Deberías apreciar eso, carajo. ¿De qué te quejas? Tienes cinco casas enormes de mierda, así que cállate".

Sobre uno de los libros publicados por Victoria Beckham: "No sabe mascar un chicle y caminar al mismo tiempo, imagínate escribir un libro".

¿Alguien se imagina algo así hoy en día? Parece difícil en los tiempos de la poscensura, en la época en la que es imposible hablar sin ofender a quien sea por lo que sea. Liam se mantiene erguido en un mundo que se viene abajo (el del rock tal y como lo conocíamos en los 60, 70, 80 y 90, antes de la sobresaturación vía Spotify, antes de los festivales que devienen en pasarelas y parques temáticos y antes de las estrellas de YouTube). Amigos, igual que el video killed the radio star, la corrección política está terminando con las estrellas del rock. Ya nadie saca los pies del tiesto, con lo divertido que eso es.

"Pues a mí me parece un pelotudo", puedes llegar a pensar. Y tienes razón, porque seguramente lo es. Pero es que una estrella de rock no es un Teletubbie: no te tiene que caer bien; tiene que subirse a un escenario y hostigarte para que tengas ganas de quemar tu confortable hogar, abandonar a tus hijos (que no quieres) y entregarte a las drogas y al alcohol. Y eso hace Liam Gallagher, un tipo de barrio que le dijo a las clases obreras que habían sufrido el thatcherismo (y a los hijos de éstas), y que lo mejor era que se levantaran, que saliesen de casa y que se lo pasaran bien de una santa vez.

Hoy en día, con 45 maracas en el DNI y tres hijos (reconocidos) inscritos en el libro de la familia, Liam Gallagher vuelve a ser aquel tipo que se agarró a trompadas con un puñado de hooligans del West Ham United en un ferry con dirección a Amsterdam (reyerta que le llevó al calabozo), vuelve a ser el tipo que amagó con meterse un Brit Award por el culo, aquel al que prohibieron subir a un avión de Cathay Pacific de por vida por decirle 'vaca gorda' a una aeromoza on board y el tipo que perdió dos dientes durante una trifulca con la policía (¡!) de Munich. ¿Matonería? ¿Soberbia? ¿Arrogancia? Sí. ¿Carisma? ¿Actitud? También.  

El futuro se presenta con (ficticias) estrellas del rock que se arreglan la barba y se depilan las cejas. ¿Estamos locos o qué? ¿Cuál es el ejemplo que le queremos dar a nuestros hijos? ¿Adam Levine? ¿Jared Leto? No, por favor. Cuidemos a Liam, es una especie amenazada. Como un panda, pero en brutote.

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