EL WRESTLING NO ES UN DEPORTE FALSO [www.facebook.com/actoresdirectoresguionistas]

Sí, hasta un niño sabe que no se pegan de verdad, pero también sabe que puede ser dramático, espectacular, intenso y bellísimo


1. En un memorable episodio de GLOW, dramedia de Netflix inspirada en el circuito de wrestling profesional femenino nacido en los años ochenta, un puñado de personajes acude a un combate entre brutotes de serie B para inspirarse. A mitad del evento, Debbie (Betty Gilpin), actriz de telelloronas con problemas para encontrar trabajo, tiene una revelación: lo que estos tipos embadurnados en aceite para bebés hacen sobre el ring no es deporte, sino soap opera. O quizá una forma de expresión híbrida que no tiene sentido más allá de esas cuatro esquinas, pero que lleva décadas enganchando a millones de fans en todo el mundo por las mismas razones que la ficción televisiva: los arcos argumentales, la intensidad dramática, los giros inesperados, la extraña satisfacción de ver cómo una línea narrativa se cierra con la derrota del heel (o villano) a manos del baby face (o héroe). El wrestling proporciona las mismas gratificaciones que cualquier otra forma de contar historias conocida por el ser humano, sólo que aquí la interpretan atletas que pasan toda su vida entrenando para ejecutar la clase de movimientos que nadie debería intentar en casa. Sabemos que Meryl Streep puede interpretar, pero... ¿puede ejecutar un spinebuster técnicamente perfecto? Dave Bautista puede hacer ambas cosas. Y por eso es el intérprete más completo. El wrestling no es un deporte falso, sino una forma hiperbólica de fabulación basada en dolor, emociones y acrobacias muy reales.

2. La lucha como deporte de contacto se remonta como mínimo a los tiempos del Gilgamesh (es decir, al 2.300 antes de Cristo), pero los sumerios no podían haber previsto que un evento de pay-per-view como WrestleMania 34, celebrado el pasado 8 de abril, iba a reunir a más de 78.000 personas en el Mercedes-Benz Superdome de New Orleans, bajo el patrocinio de Sneakers y el videojuego Rocket League. La World Wrestling Entertainment, o WWE, no sólo es una de las mayores empresas de entretenimiento deportivo del planeta, sino que sus tentáculos multimedia se extienden también hacia el cine, la televisión, el mundo editorial, Internet e incluso los bienes raíces. Su principal promotor y CEO, Vince McMahon, es conocido como el hombre que llevó el wrestling hasta el siguiente nivel, convirtiendo el espectáculo más o menos rentable que heredó de su padre en un circo corporativo de tres pistas, todo ello alimentado por el boom de las cadenas por cable a mediados de los ochenta. McMahon no tiene el monopolio comercial de la lucha libre en Estados Unidos, pero quizá sí el cultural: pensar en wrestling profesional es pensar en la WWE, sus programas televisivos y su inimitable estilo directo y a la yugular, tan irresistible que otros medios deportivos no han tenido más remedio que imitarlo. En palabras de la superestrella John Cena: "Si te fijas en cómo ESPN ha cambiado sus contenidos, en la forma en que sus programas tienen un puñado de debates confrontacionales en lugar de reportajes informativos, entonces el deporte está cogiendo un montón de la WWE. Me hace mucha ilusión ver eso".


3. Esta colonización tonal no ha llegado sin su generosa ración de pasos en falso -McMahon lo intentó primero en 2001 con la XFL, experimento deportivo que ahora vive una improbable resurrección-, pero podríamos decir que Cena se queda corto al limitarlo sólo a la prensa deportiva. En 2007, Donald Trump y el luchador Bobby Lashley iniciaron una línea argumental que acababa con ellos ganándole una apuesta a McMahon, retenido contra su voluntad (por nada menos que 'Stone Cold' Steve Austin) mientras le rapaban la cabeza. La relación entre Trump y la WWE se remonta a la edad de oro ochentera, cuando dos empresarios con similar background cultural e idéntico gusto por la teatralidad decidieron que la parodia de un hombre hecho a sí mismo que el primero interpreta las 24 horas del día funcionaría muy bien dentro del show (por no hablar de las posibilidades que su cadena hotelera ofrecía a la hora de alojar eventos). Corte a: finales de 2016, cuando The Donald es elegido presidente tras una campaña electoral increíblemente parecida a los feuds que las superestrellas de la WWE mantienen entre ellas fuera y dentro del ring. Sólo que aquí el premio no era un cinturón, sino la Casa Blanca. El tipo tardó semanas en invitar a la familia McMahon al Despacho Oval, pero tenía sentido: Linda, esposa de Vince, fue su primera y única elección para el puesto de Administración de Negocios Pequeños. Da la sensación de que, hoy por hoy, entender el wrestling es la única manera de entender la política norteamericana.

4. Por muy monolítico que pueda parecer en ocasiones, el wrestling ha demostrado una capacidad notable de cambiar y adaptarse a los nuevos tiempos. Así, la WWE confirmó la temporada pasada que su decisión de prescindir de la marca 'Divas' para referirse a su división femenina estuvo motivada, en gran parte, por la conversación en redes sociales. El hashtag GiveDivasAChance se hacía eco de un malestar muy concreto: desde el principio, las luchadoras femeninas habían ocupado un espacio muy problemático dentro del espectáculo, más cercano a la exhibición para el goce de la mirada masculina que al respeto y pompa que obtenían sus compañeros masculinos. Ese estado de cosas comenzó a cambiar en el WrestleMania de 2016, cuando Lita (una auténtica leyenda dentro de la WWE) anunció por primera vez el campeonato femenino sin la palabra "Diva". En adelante, tanto los hombres como las mujeres serían simplemente superestrellas de la compañía.

5. El wrestling es algo más que todo esto cuando hablamos del Medio Oeste del país, como demostró Greg Couch en un poético artículo para The Guardian. "En Iowa, se lucha (...) Representa un modo de vida, una cultura, una tenacidad en mitad del estilo de vida helado y duro del Medio Oeste. Hay un orgullo en ello aquí. Dominar los elementos, y sobrevivir al frío y sus rigores, se lleva como una medalla". Quizá eso también explique por qué el Pressing Catch lleva décadas obnubilando a varias generaciones de niños y adolescentes: los luchadores son, más que dioses griegos, personificaciones de la perseverancia. No sólo tipos duros (y hembras musculadas), sino titanes que no se dan por vencidos tan fácilmente. Que se alimentan de los aplausos o los abucheos del público, siempre dispuestos a transformarlos en puro espectáculo. En ocasiones, lo que hacen sobre la lona es poesía en movimiento, o una coreografía de golpetazos tan técnica y precisa que produce pura belleza ruda y precisa. Son intérpretes que no abandonan al personaje durante las 24 horas del día, que se comprometen y sacrifican para que todo salga bien en esa acrobacia de cinco segundos que podría elevarlos al olimpo del wrestling. Son estrellas tan carismáticas como The Rock, tan colosales como The Undertaker, tan más-grandes-que-la-vida como Andre The Giant, cuyo inminente documental para HBO lo descubre como una figura clave para la cultura pop del siglo XX. Son leyendas. Son dioses griegos.

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