INFINITY WAR NO PODRÍA EXISTIR SIN GWYNETH Y ROBERT, MADRE Y PADRE DE MARVEL [www.facebook.com/actoresdirectoresguionistas]
[Diez años después del estreno de Iron Man, recordamos a la pareja sobre la que descansa la franquicia más colosal de la historia del cine]
Cuando F. Scott Fitzgerald aseveró que "las vidas norteamericanas no tienen segundos actos", uno no puede sino sentir pena por un tipo que claramente no había visto Iron Man (2008). Dirigida por Jon Favreau, esta quintaesencial historia de orígenes protagonizada por uno de los puntales del Universo Marvel supuso una apuesta considerable para un estudio que, hasta el momento, había apostado por vender sus propiedades literarias a diferentes majors -Fox, Universal, Sony-, en lugar de desarrollar el músculo necesario para hacerse cargo por sí mismo. También demostró que, en tiempos de superhéroes taciturnos post-11 de septiembre, una vía alternativa (y medularmente más jovial) era posible. Sobre todo, con Iron Man nació el proverbial segundo acto en la vida, y la carrera, de Robert Downey Jr.
En honor a la verdad, la rehabilitación crítica del ex-actor problemático número uno de Hollywood había empezado tres años antes. Kiss Kiss, Bang Bang (Shane Black, 2005) acabó con un breve purgatorio de papeles secundarios en elencos corales, colocándolo de nuevo al volante de una filmografía que pronto sumaría títulos como A Scanner Darkly (Richard Linklater, 2006) o Zodiac (David Fincher, 2007). Si le preguntas, Downey te dirá que su particular renaissance empezó un poco antes y de la mano de una persona muy concreta: Mel Gibson, antiguo compañero de aerolínea y responsable último de su fichaje como protagonista en The Singing Detective (Keith Gordon, 2003), pues para algo la producía. Sin embargo, ningún remake de Dennis Potter iba a lograr recaudar lo que Iron Man sumó al final de su vida comercial: casi 600 millones de dólares, y partiendo de un presupuesto que no llegaba a los 150. De repente, el paria de Manhattan se había convertido en una de sus estrellas más rentables. Y ya nada podría pararlo.
El secreto fue Tony Stark, personaje a quien el actor decidió llevar como si se tratase de una segunda piel, o una cámara de resonancia ideal para todos sus tics, trucos y, en una palabra, carisma. La simbiosis entre ambos llegó a influir en el propio argumento de la película: cuando Tony es rescatado de su infierno como prisionero de guerra, lo primero que pide al llegar a casa es una buena hamburguesa con queso. A principios de los 2000, Downey había conocido a la que sería su esposa, Susan Levin, durante un rodaje. Ella siempre pensó que su romance no estaba destinado a durar por dos razones fundamentales: el actor tenía fama de mujeriego y, bueno, ella no podía permitirse acoger a un adicto en su vida. Downey siempre cuenta que eso fue lo que le animó a dar el paso definitivo y limpiarse del todo, decisión trascendental a la que llegó mientras se comía una hamburguesa gigante de Burger King. De repente, sintió que ese camino vital sólo podía llevar a más decisiones reprobables, de modo que decidió tirar todas sus drogas al océano en ese preciso instante. Susan y él siguen juntos hoy en día, con la meditación trascendental como tabla de salvación cada vez que el viejo RDJ amenaza con volver a aparecer en sus vidas.
Sin embargo, Iron Man no estaría completa sin la segunda pierna (largaza) fundacional de la Casa Stark. Gwyneth Paltrow aceptó el papel de Pepper Pots tras descubrir que el grueso del rodaje tendría lugar a unos quince minutos en carro desde su casa, pero pronto descubriría una forma de hacer interesante al personaje-cliché de La Secretaria Sexy del Jefe. Para empezar, su Pepper está a varios kilómetros de ser objetificada, desarrollando en su lugar una química entre iguales con Tony que bebe mucho de la screwball comedy de los años cuarenta. En parte porque Favreau diseñó así sus escenas de diálogo, y en parte porque la película se empezó a rodar sin un guión terminado. Downey improvisaba la mayor parte de sus escenas, mientras que Paltrow era la encargada de aterrizar todo eso y casarlo con lo que fuera que estuviese escrito en ese momento. Esta dinámica tocó el cielo -o el infierno, dependiendo del punto de vista- en Iron Man 2 (2010), donde cada secuencia que comparten los personajes parece la clase de improvisación mejor pagada de la historia.
Tras una tercera entrega tan idiosincrática que no pudo sino dividir a los fans, la presencia de Paltrow en el Universo Cinematográfico Marvel se ha reducido a un par de cameos sustanciales, mientras que Downey pasó a convertirse en algo así como la espina dorsal de las tres primeras fases ideadas por el superproductor Kevin Feige. De las 18 películas estrenadas hasta el momento, Tony Stark ha aparecido en siete, realidad que está a punto de cambiar drásticamente tras Infinity War (Hermanos Russo, 2018) y su secuela. Sabemos que el contrato del actor vence con esa cuarta entrega de The Avengers, pero eso no significa que su personaje vaya a llegar vivo a ella... En cualquier caso, no hay duda de que el décimo aniversario del Iron Man cinematográfico debe entenderse también, de algún modo, como su vuelta de la victoria. A partir de este momento, el UCM queda en manos de la segunda generación, formada por un puñado de actrices y actores perfectamente conscientes de lo que Papá y Mamá Marvel lograron allá por 2008.
Los toma-y-dacas entre Paltrow y Downey son la piedra angular de (sin lugar a dudas) la franquicia cinematográfica más colosal de la historia. El hecho de que estuvieran medio improvisados no devalúa un ápice su potencia, sino que la engrandece: eran sólo dos estrellas imitando a Cary Grant y Rosalind Russell en una película de gran presupuesto que nadie tenía claro que fuera a funcionar, pero que acabó consolidando un imperio.
Cuando F. Scott Fitzgerald aseveró que "las vidas norteamericanas no tienen segundos actos", uno no puede sino sentir pena por un tipo que claramente no había visto Iron Man (2008). Dirigida por Jon Favreau, esta quintaesencial historia de orígenes protagonizada por uno de los puntales del Universo Marvel supuso una apuesta considerable para un estudio que, hasta el momento, había apostado por vender sus propiedades literarias a diferentes majors -Fox, Universal, Sony-, en lugar de desarrollar el músculo necesario para hacerse cargo por sí mismo. También demostró que, en tiempos de superhéroes taciturnos post-11 de septiembre, una vía alternativa (y medularmente más jovial) era posible. Sobre todo, con Iron Man nació el proverbial segundo acto en la vida, y la carrera, de Robert Downey Jr.
En honor a la verdad, la rehabilitación crítica del ex-actor problemático número uno de Hollywood había empezado tres años antes. Kiss Kiss, Bang Bang (Shane Black, 2005) acabó con un breve purgatorio de papeles secundarios en elencos corales, colocándolo de nuevo al volante de una filmografía que pronto sumaría títulos como A Scanner Darkly (Richard Linklater, 2006) o Zodiac (David Fincher, 2007). Si le preguntas, Downey te dirá que su particular renaissance empezó un poco antes y de la mano de una persona muy concreta: Mel Gibson, antiguo compañero de aerolínea y responsable último de su fichaje como protagonista en The Singing Detective (Keith Gordon, 2003), pues para algo la producía. Sin embargo, ningún remake de Dennis Potter iba a lograr recaudar lo que Iron Man sumó al final de su vida comercial: casi 600 millones de dólares, y partiendo de un presupuesto que no llegaba a los 150. De repente, el paria de Manhattan se había convertido en una de sus estrellas más rentables. Y ya nada podría pararlo.
El secreto fue Tony Stark, personaje a quien el actor decidió llevar como si se tratase de una segunda piel, o una cámara de resonancia ideal para todos sus tics, trucos y, en una palabra, carisma. La simbiosis entre ambos llegó a influir en el propio argumento de la película: cuando Tony es rescatado de su infierno como prisionero de guerra, lo primero que pide al llegar a casa es una buena hamburguesa con queso. A principios de los 2000, Downey había conocido a la que sería su esposa, Susan Levin, durante un rodaje. Ella siempre pensó que su romance no estaba destinado a durar por dos razones fundamentales: el actor tenía fama de mujeriego y, bueno, ella no podía permitirse acoger a un adicto en su vida. Downey siempre cuenta que eso fue lo que le animó a dar el paso definitivo y limpiarse del todo, decisión trascendental a la que llegó mientras se comía una hamburguesa gigante de Burger King. De repente, sintió que ese camino vital sólo podía llevar a más decisiones reprobables, de modo que decidió tirar todas sus drogas al océano en ese preciso instante. Susan y él siguen juntos hoy en día, con la meditación trascendental como tabla de salvación cada vez que el viejo RDJ amenaza con volver a aparecer en sus vidas.
Sin embargo, Iron Man no estaría completa sin la segunda pierna (largaza) fundacional de la Casa Stark. Gwyneth Paltrow aceptó el papel de Pepper Pots tras descubrir que el grueso del rodaje tendría lugar a unos quince minutos en carro desde su casa, pero pronto descubriría una forma de hacer interesante al personaje-cliché de La Secretaria Sexy del Jefe. Para empezar, su Pepper está a varios kilómetros de ser objetificada, desarrollando en su lugar una química entre iguales con Tony que bebe mucho de la screwball comedy de los años cuarenta. En parte porque Favreau diseñó así sus escenas de diálogo, y en parte porque la película se empezó a rodar sin un guión terminado. Downey improvisaba la mayor parte de sus escenas, mientras que Paltrow era la encargada de aterrizar todo eso y casarlo con lo que fuera que estuviese escrito en ese momento. Esta dinámica tocó el cielo -o el infierno, dependiendo del punto de vista- en Iron Man 2 (2010), donde cada secuencia que comparten los personajes parece la clase de improvisación mejor pagada de la historia.
Tras una tercera entrega tan idiosincrática que no pudo sino dividir a los fans, la presencia de Paltrow en el Universo Cinematográfico Marvel se ha reducido a un par de cameos sustanciales, mientras que Downey pasó a convertirse en algo así como la espina dorsal de las tres primeras fases ideadas por el superproductor Kevin Feige. De las 18 películas estrenadas hasta el momento, Tony Stark ha aparecido en siete, realidad que está a punto de cambiar drásticamente tras Infinity War (Hermanos Russo, 2018) y su secuela. Sabemos que el contrato del actor vence con esa cuarta entrega de The Avengers, pero eso no significa que su personaje vaya a llegar vivo a ella... En cualquier caso, no hay duda de que el décimo aniversario del Iron Man cinematográfico debe entenderse también, de algún modo, como su vuelta de la victoria. A partir de este momento, el UCM queda en manos de la segunda generación, formada por un puñado de actrices y actores perfectamente conscientes de lo que Papá y Mamá Marvel lograron allá por 2008.
Los toma-y-dacas entre Paltrow y Downey son la piedra angular de (sin lugar a dudas) la franquicia cinematográfica más colosal de la historia. El hecho de que estuvieran medio improvisados no devalúa un ápice su potencia, sino que la engrandece: eran sólo dos estrellas imitando a Cary Grant y Rosalind Russell en una película de gran presupuesto que nadie tenía claro que fuera a funcionar, pero que acabó consolidando un imperio.
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