YA VIVIMOS EN UNA DISTOPÍA Y TE LO DEMOSTRAMOS CON UN PUÑADO DE PRUEBAS [www.facebook.com/actoresdirectoresguionistas]

Ya fuera como advertencia o como puro ejercicio especulativo, numerosos creadores nos han presentado distopías a lo largo de la historia y siempre pensamos que eran ciencia ficción, pero ahora nos asusta la inteligencia artificial o nos atemoriza el fanatismo religioso


En las primeras semanas de Trump en la Casa Blanca, 1984 de Orwell trepó a lo más alto del top de ventas de Amazon. "El 1984 de Trump", "Diez pruebas de que ya vivimos en Black Mirror", "La espectacularización del sufrimiento", "La insensibilización tecnológica", "Black Mirror ya está aquí y no te gusta lo que ves", "Las lecciones de The Handmaid's Tale", "La distopía presente: en Reino Unido nombran a un ministro de la Soledad para generar políticas públicas contra una realidad que afecta seriamente a la salud de la población", "El torrente de información, las fake news, las informaciones falsas, socavan la democracia", "El oscuro pronóstico de que The Handmaid's Tale está basado en hechos reales", "El terrorismo restringe, de nuevo, la libertad". Convivimos con todos esos titulares, convivimos con la distopía. En este 2018, tenemos distopía orwelliana por doquier, y también distopía huxleyana, la que nos presenta como sociedad insustancial y frívola. Tenemos distopía en las series, en el cine, en las librerías, en los discos. En todos los ámbitos artísticos.

Las distopías de este siglo XXI tienen un común denominador, un mensaje cohesivo pesimista: el ser humano es derrotado por el sistema. Luego cada una discurre por su propio camino: la ética de la inteligencia artificial, el socavamiento de la realidad, la identidad individual dentro de la colectiva, o el feminismo. Pero en todas subyace el sistema como alienador. A principios de la presente década, las distopías adolescentes fueron la base de las principales franquicias cinematográficas. Por ejemplo, con The Hunger Games a todos nos dieron ganas de mejorar nuestro manejo del arco y la flecha por lo que pudiese pasar. Después de la elección de Donald Trump, los lectores anhelaron ficciones que les ayudasen a expresar la incertidumbre que sentían sobre el futuro.

La distopías de ahora son incapaces de imaginarse un futuro mejor, en gran parte debido al presente. Un presente en el que vivimos un desencanto global de la política. Es Trump, pero no sólo es Trump. Es un dolor de cabeza colectivo. Nos cansa la insensibilidad. Nos asusta la inteligencia artificial. Nos atemoriza el fanatismo religioso. Nos agota tener muchas cosas que hacer y no tener tiempo para hacerlas. Que como en In Time terminemos heredando, mercadeando con los minutos. Que como dice Margaret Atwood en The Handmaid's Tale, nos acostumbremos a cosas que no son normales porque "lo normal es aquello a lo que te acostumbras": "Tal vez ahora no les parezca normal, pero al cabo de un tiempo se acostumbrarán". Y precisamente el éxito de The Handmaid's Tale viene por ahí. Porque no presenta ruinas post-apocalípticas o tecnociudades, no se transfieren conciencias, no hay clones o carros voladores. Simplemente presenta una parte de un mundo que reconocemos, pero habitado por mujeres que no tienen el control sobre sus cuerpos.

Así que hoy en día, junto a afiches diciendo que va a ser un gran año o de camisetas que te dicen que eres feliz, conviven con nosotros distopías por doquier. Vemos Black Mirror con nuestra taza de 'Nada es imposible'. Distopía y utopía en un café.

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