NO TODOS LOS INVENTORES SE HAN FORRADO EN BILLETE [www.facebook.com/actoresdirectoresguionistas]

Desde el walkman al mouse pasando por logotipos y botellas: grandes ideas que fueron muy mal pagadas



¡Eureka! Se te prende el foco y tienes una idea que a ti, y probablemente a tu madre, les parece estupenda. Con lo que te ha costado... Ideas geniales ha habido miles a lo largo de la historia pero, ¿sabes qué tienen en común algunas? Pues que aunque la creación haya supuesto un cambio en nuestras vidas o se haya convertido en una marca global, absolutamente nadie recuerda el nombre del creador y, peor aún, a él se le pagó una miseria por su ingenioso invento...

Busca en tu casa: seguro que tienes una chapa, un póster, una camiseta, algo con el icono que mejor identifica a The Rolling Stones: la boca. Los Stones pasaron de ser un grupo que malvivía económicamente cuando trabajaban con la discográfica Decca a ser unos supervendedores de discos a partir de los 70. Y uno de los secretos fue transformarse de grupo de rock a marca. Una de las formas de conseguirlo fue el merchandising, y la jugosa boca roja, The Licks, tuvo mucho que ver. Se imprimió por primera vez en un álbum en 1971 y en la actualidad está presente en 30 categorías de productos distintos, desde ropa hasta bebidas alcohólicas. El icono hace facturar miles de euros a sus Satánicas Majestades, pero, ¿sabes cuánto pagaron a su autor? John Pasche, el ilustrador a quien Jagger había hecho el encargo, se llevó unas miserables 50 libras por su creación. Imagínate lo que debe de pensar hoy de esa cantidad al ver la imagen impresa por doquier.

Hay otro logo muy famoso por el que también se desembolsó una cantidad irrisoria: el de la marca deportiva Nike (por cierto, el nombre de la compañía procede de la diosa griega Niké). El emblema es obra de la estudiante de diseño Carolyn Davidson, a la que el fundador de la compañía, Phil Knight, le encargó realizar, por un lado, diseños para sus zapatillas y, por otro, el logotipo de la empresa. La única pista que le dio es que buscaba una imagen que sugiriera movimiento. Ella le presentó varios bocetos y, al parecer, ninguno le convenció, pero como necesitaba imprimirlo con urgencia, se decidió por el conocido y sencillo Swoosh. La diseñadora cobró 35 dólares por su trabajo. 12 años después, cuando la empresa ya era mundialmente conocida, Knigth invitó a la diseñadora a comer y la agasajó con un lote de acciones de la marca y un anillo conmemorativo de oro y diamantes con el símbolo que ella creó años atrás.




Veamos otro artículo que no sabe de fronteras ni de nacionalidades: la Coca-Cola. Varios son los factores que explican su éxito y se han escrito ríos de tinta sobre el tema, pero sin duda uno de ellos fue que el refresco pasó de venderse a granel a hacerlo en botellas. Hasta 1889, la bebida se servía en vaso en farmacias y en bares, a través de dispensadores, pero el consumidor quería beberse su Coca-Cola en cualquier parte.

En 1894, el dueño de una tienda de dulces de un pueblo de Misisipi empezó a embotellar el refresco. Envió 12 botellas a Asa Candler, el fundador del emporio, pero a éste no le gustaba la idea de venderlo en vidrio. Años más tarde, en 1899, dos abogados consiguieron los derechos exclusivos para embotellar la bebida. ¿Cuánto pagaron por ello: cientos, miles de dólares, millones...? Un mísero billete verde.

"Muchas veces, a lo largo de la historia, la gente ha tenido grandes ideas o ha creado cosas pero no las ha registrado, y luego llegaban las grandes corporaciones y se las apropiaban", comenta Pedro García-Noblejas, de Interbrand. Una gran verdad: e incluso registrándolas, en algunas ocasiones el creador se las tiene que ver con las multinacionales para que le reconozcan la autoría de la idea y le paguen los derechos correspondientes.

Es lo que pasó con el TPS-L2. ¿Te suenan estas letras? Seguro que no pero, ¿y si te decimos walkman? Detrás de este ochentero artilugio que marcó a toda una generación está Andreas Pavel, que ideó esta forma de escuchar música en los inicios de los 70 y que por aquél entonces denominó stereobelt. Presentó su idea a varias empresas como Grundig, Philips o Yamaha, pero nadie se interesó en el aparato y además, le contestaban diciendo que "nadie estaba tan loco como para ir por la calle con auriculares". A pesar de las negativas, Pavel patentó su invento. En 1979 Sony empieza a comercializar el walkman bajo el nombre de TPS-L2. Rápidamente vendió millones de unidades, con unos números tan bestiales que les causaron un agujero en las ventas de tocadiscos. Pavel pidió ser reconocido como el creador del walkman, pero Sony se negó a reconocerle los derechos, lo que originó una batalla legal que se mantuvo hasta 2005, año en que la empresa llegó a un acuerdo extrajudicial para pagarle los derechos de autor.

En otros casos, la duración de las patentes (que no son para siempre) pueden jugar una mala pasada a la hora de cobrar los derechos. Es lo que le sucedió a Douglas Engelbart, el inventor del ratón de ordenador. Comenzó a desarrollarlo en los años 60 y lo patentó en 1970. Se trataba entonces de una simple carcasa de madera con dos ruedas metálicas, pero la idea de poder operar con el ordenador desde una herramienta externa supuso toda una revolución en ese entonces.


El ratón finalmente fue materializado por los ingenieros de Xerox, al que bautizaron como 'mouse', pero la firma que le dio más repercusión fue Apple.

La patente tuvo una validez de 17 años y en 1987 la tecnología pasó a ser de dominio público, lo que impidió que Engelbart cobrase por sus ventas precisamente en el momento de mayor éxito comercial.

Tampoco se llevó muchos chibilines el que está detrás de uno de los iconos que identifican a la ciudad de Berlín; y no nos referimos al oso, sino al muñequito verde de los semáforos, el denominado Ampelmann.




Nació en la extinta RDA y aunque parecía estar condenado al olvido, no ha sido así: de hecho las tiendas Ampelmann prueban que ha sabido sobrevivir a la caída del Muro y a la reunificación de las dos Alemanias. Karl Peglau fue su creador: trabajaba como psicólogo en el servicio de transportes de la RDA. Corrían los años 50 y el tráfico, sobre todo de Trabant, aumentaba sin parar en el Berlín oriental. Empezó a trabajar en el diseño de algo que sirviese para que los viandantes no se jugasen el físico y así nació el hombrecito del sombrero. Hubo que esperar casi a finales de los 60 para verlo en los semáforos, y no, su autor tampoco se llevó una gran ganancia, considerando la filosofía y los sueldos de la República Democrática Alemana. Sí le llegó más tarde un reconocimiento económico a partir de 1996, cuando nació la primera tienda Ampelmann. Su fundador, Heckhausen, que jugó un papel fundamental en la recuperación del icono, aseguró al autor una participación en las ganancias.

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