KONG: SKULL ISLAND NOS RECONCILIA CON EL ACTUALMENTE VILIPENDIADO BLOCKBUSTER DE MONSTRUOS Y AVENTURAS [www.facebook.com/actoresdirectoresguionistas]
Jurassic World servía, en sus contados momentos brillantes, como una crítica con cierta acidez al cine de la era Starbucks, Kong: Skull Island plantea precisamente lo contrario, que aún hay esperanza para ese blockbuster con alma, que a lo mejor todavía podemos vivir historias trepidantes como las de antaño
En una época de descrédito del cine palomitero, de CGI, franquicias y remakes (recordemos aquello del Record Disney, que con un puñado de películas superó a competidoras más prolíficas), lo que necesitamos para recuperar la fe en el blockbuster son películas con alma, sean del tamaño que sean. Las enormes proporciones de Kong: Skull Island eran de esperarse, pero quizá no tanto su habilidad para devolver vida a un par de arquetipos del género de aventuras, o para poner sobre la mesa un par de temas actuales. Y no hablamos de la era Trump (para la que también hay alguna chiquita), sino de un interesante discurso progresista sobre la conciliación política y la concienciación verde. Kong: Skull Island funciona a más niveles de lo previsible, y lo hace, más que por su clásica reinvención del mito del Gran Simio, por la fuerza de su dirección, por su universo y sus imágenes fascinantes.
Alguna de las reviews sobre la película que se han podido leer hasta el momento la emparentan con una inevitable, Jurassic World, no sólo por estar ante dos cintas gigantescas que recuperan imaginarios populares, y porque comparten a un guionista (Derek Connolly), sino porque en sus diferencias radica lo interesante de ambas propuestas. Donde Jurassic World servía, en sus contados momentos brillantes, como una crítica con cierta acidez al cine de la era Starbucks, Kong: Skull Island plantea precisamente lo contrario, que aún hay esperanza para ese blockbuster con alma, que a lo mejor todavía podemos vivir historias trepidantes como las de antaño. El otro referente es la nueva Godzilla, otra con la que comparte guionista (Max Borenstein), y las posibilidades que aquella abrió a los incondicionales de la serie B.
Escrita por Dan Gilroy (The Bourne Legacy), Borenstein y Connolly, dirigida por Jordan Vog-Roberts (conocido por series como Death Valley o You're the Worst), Kong: Skull Island nos devuelve a 1973, a un enclave perdido en el Pacífico. El científico Bill Randa (John Goodman) convence a un senador amigo para financiar una expedición a la misteriosa Isla Calavera, con el respaldo de la unidad de Preston Packard (Samuel L. Jackson), un coronel del ejército estadounidense dolido por la marcha de Vietnam. A ellos se unen el capitán James Conrad (Tom Hiddleston), un rastreador mercenario británico, y Mason Weaver (Brie Larson), una fotógrafa pacifista. Son ellos, Hiddleston y Larson, quienes sirven de guía al espectador en la película, quienes cargan sobre sus hombros el peso moral frente al beligerante Jackson, pero destaca sobre todo la actuación de John C. Reily, irónico y sabio conocedor de Kong.
El gran reto de Kong: Skull Island era combinar ese espíritu de aventuras clásicas con el cinismo y la agilidad que requiere el blockbuster moderno, pero lo logra de forma inesperada, con alguno que otro lúcido momento de humor y un puñado de agotadoras escenas de acción. Lo más encomiable de la película es el improbable protagonismo de Kong, que más allá de servir sólo como premisa monstruosa se convierte en su figura poderosa. El trabajo de Vog-Roberts es notable, más que por su pulso en la dirección de secuencias de ese calibre, por su capacidad para sugerir iconografías (el trepidante e imprescindible enfrentamiento con los helicópteros, ese juego de espejos entre las siluetas de Kong y Packard, apretando el puño al contraluz del fuego). El dispositivo coral de los personajes es precisamente tan efectivo porque funcionan como secundarios del Gran Simio, al que se retrata con evidente respeto y cariño.
Los creadores consagran un tributo al mito de King Kong que le devuelve su aura de fábula magnánima, una producción entretenida, de imágenes fascinantes, que hasta nos convence de algunas de sus clásicas moralejas. Es cierto que los personajes de Hiddleston y Larson resultan demasiado tradicionales como arquetipos nobles y heroicos, pero también que conducen la película hacia una bonita historia sobre el respeto a los orígenes y a la naturaleza, sobre el poder de la conciliación frente a la radicalización política. Y además abre todo un universo de posibilidades fantásticas y monstruosas, lo que interesa a los productores para seguir amortizando una enésima franquicia. Kong: Skull Island gustará a los incondicionales del cine blockbuster, al culto de Kong y de las criaturas de serie B, pero también, el más difícil todavía, a los que pensaban que ya no se hacían películas de aventuras como las de antes.
En una época de descrédito del cine palomitero, de CGI, franquicias y remakes (recordemos aquello del Record Disney, que con un puñado de películas superó a competidoras más prolíficas), lo que necesitamos para recuperar la fe en el blockbuster son películas con alma, sean del tamaño que sean. Las enormes proporciones de Kong: Skull Island eran de esperarse, pero quizá no tanto su habilidad para devolver vida a un par de arquetipos del género de aventuras, o para poner sobre la mesa un par de temas actuales. Y no hablamos de la era Trump (para la que también hay alguna chiquita), sino de un interesante discurso progresista sobre la conciliación política y la concienciación verde. Kong: Skull Island funciona a más niveles de lo previsible, y lo hace, más que por su clásica reinvención del mito del Gran Simio, por la fuerza de su dirección, por su universo y sus imágenes fascinantes.
Alguna de las reviews sobre la película que se han podido leer hasta el momento la emparentan con una inevitable, Jurassic World, no sólo por estar ante dos cintas gigantescas que recuperan imaginarios populares, y porque comparten a un guionista (Derek Connolly), sino porque en sus diferencias radica lo interesante de ambas propuestas. Donde Jurassic World servía, en sus contados momentos brillantes, como una crítica con cierta acidez al cine de la era Starbucks, Kong: Skull Island plantea precisamente lo contrario, que aún hay esperanza para ese blockbuster con alma, que a lo mejor todavía podemos vivir historias trepidantes como las de antaño. El otro referente es la nueva Godzilla, otra con la que comparte guionista (Max Borenstein), y las posibilidades que aquella abrió a los incondicionales de la serie B.
Escrita por Dan Gilroy (The Bourne Legacy), Borenstein y Connolly, dirigida por Jordan Vog-Roberts (conocido por series como Death Valley o You're the Worst), Kong: Skull Island nos devuelve a 1973, a un enclave perdido en el Pacífico. El científico Bill Randa (John Goodman) convence a un senador amigo para financiar una expedición a la misteriosa Isla Calavera, con el respaldo de la unidad de Preston Packard (Samuel L. Jackson), un coronel del ejército estadounidense dolido por la marcha de Vietnam. A ellos se unen el capitán James Conrad (Tom Hiddleston), un rastreador mercenario británico, y Mason Weaver (Brie Larson), una fotógrafa pacifista. Son ellos, Hiddleston y Larson, quienes sirven de guía al espectador en la película, quienes cargan sobre sus hombros el peso moral frente al beligerante Jackson, pero destaca sobre todo la actuación de John C. Reily, irónico y sabio conocedor de Kong.
El gran reto de Kong: Skull Island era combinar ese espíritu de aventuras clásicas con el cinismo y la agilidad que requiere el blockbuster moderno, pero lo logra de forma inesperada, con alguno que otro lúcido momento de humor y un puñado de agotadoras escenas de acción. Lo más encomiable de la película es el improbable protagonismo de Kong, que más allá de servir sólo como premisa monstruosa se convierte en su figura poderosa. El trabajo de Vog-Roberts es notable, más que por su pulso en la dirección de secuencias de ese calibre, por su capacidad para sugerir iconografías (el trepidante e imprescindible enfrentamiento con los helicópteros, ese juego de espejos entre las siluetas de Kong y Packard, apretando el puño al contraluz del fuego). El dispositivo coral de los personajes es precisamente tan efectivo porque funcionan como secundarios del Gran Simio, al que se retrata con evidente respeto y cariño.
Los creadores consagran un tributo al mito de King Kong que le devuelve su aura de fábula magnánima, una producción entretenida, de imágenes fascinantes, que hasta nos convence de algunas de sus clásicas moralejas. Es cierto que los personajes de Hiddleston y Larson resultan demasiado tradicionales como arquetipos nobles y heroicos, pero también que conducen la película hacia una bonita historia sobre el respeto a los orígenes y a la naturaleza, sobre el poder de la conciliación frente a la radicalización política. Y además abre todo un universo de posibilidades fantásticas y monstruosas, lo que interesa a los productores para seguir amortizando una enésima franquicia. Kong: Skull Island gustará a los incondicionales del cine blockbuster, al culto de Kong y de las criaturas de serie B, pero también, el más difícil todavía, a los que pensaban que ya no se hacían películas de aventuras como las de antes.
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