ALIEN: COVENANT ES LA PRECUELA DE ALIEN QUE TODOS ESTÁBAMOS ESPERANDO [www.facebook.com/actoresdirectoresguionistas]

Ridley Scott vuelve al lugar del crimen con un blockbuster siniestro (en el sentido más amplio de la palabra) que corrige el rumbo de Prometheus


Es la semilla podrida del deseo y la ansiedad. Es todos los pensamientos oscuros que asaltan a un adolescente tras masturbarse por primera vez. Es la antivida, la sombra fálica y viscosa que convierte el Apocalipsis en pura biología. Es Eros, es Tánatos y es perfecto. Desde que su hipnótica danza de la muerte con Rilpey en la cápsula de lanzamiento, es el monstruo que acecha detrás de cada embarazo no deseado, de cada orgasmo furtivo, de cada condón abandonado en un descampado, de cada ardiente anuncio de la perversión y de ese acto atávico, sucio, poético y sublime que siempre es el sexo. Sus orígenes fueron un misterio durante décadas porque, en el fondo, todos sabíamos exactamente de dónde venía ese bicho viscoso. En el fondo, de alguna manera, lo sabíamos.

Prometheus (2012) se planteó en un primer momento como espeleología de un mito pop. La voluntad de Ridley Scott consistía en reclamar, atendiendo a la muy moderna querencia por las historias de orígenes, una iconografía y una saga que habían prosperado bajo la mirada de otros creadores. Problemas de producción acabaron lastrando aquel proyecto hasta convertirlo en un prólogo al evangelio xenomorfo de difícil catalogación, pero su propuesta estética, su aliento lovecraftiano y alguna que otra idea subversiva -como ligar el origen de la humanidad al de la amenaza cósmica, en una estrategia que (por alguna razón) pasó por debajo del radar fundamentalista cristiano- acabaron convirtiéndola en una catedral en ruinas, pero no por ello menos fascinante. Ahora, Alien: Covenant retoma esa misma obsesión con las reliquias y vestigios sagrados que recorría Prometheus, pero por fin parece haber encontrado una manera de integrar esos viejos diseños descartados de H.R. Giger en un Todo (más o menos) coherente, musculoso y centrado. La película consigue sincronizar la heterodoxa personalidad propia de su predecesora con la ortodoxia de la saga principal, arreglando el desaguisado narrativo que Scott heredó de sí mismo para proponer un capítulo especialmente rico en ideas y provocaciones.


La pieza fundamental de esta space opera explícitamente wagneriana es Michael Fassbender, desdoblado aquí en juego de espejos sintéticos que, quizá, podría entenderse como una referencia a dos de los padres de la criatura original: David Giler y Walter Hill. No fueron los únicos responsables de aquella semilla espacial (Scott siempre ha sido especialmente injusto con el guionista Dan O'Bannon), pero tiene sentido que el doble papel de Fassbender haga referencia a una paternidad conflictiva: si James Cameron convirtió su Aliens (1986) en una reflexión sobre el matriarcado (una más en su filmografía), Covenant trata sobre padres horribles. Sobre el horror de la paternidad, en su acepción más demiúrgica y casi divina, que acaba situándola en un terreno muy cercano al de Mary Shelley y su inmortal sátira sobre cómo algunos hombres horribles serían capaces, en nombre de la ciencia y la evolución, de eliminar a la mujer de la ecuación reproductiva (en este caso, tras un insano proceso de ensayo-error). Y así como Prometheus exhibía con orgullo todo tipo de referencias a la ciencia-ficción clásica en su diseño de producción, esta hermana mayor suya parece haber entrado en una fase gótica. David se presenta ante nosotros como un arquetipo literario altamente reconocible -quizá sea mejor no revelar exactamente cuál para evitar spoilers-, pero también como un espejo oscuro para todos esos fans de la saga que llevan desde 1979 buscando respuestas. Su fijación con el sexo y la muerte lo convierten en el centro gravitacional de una película lo suficientemente astuta como para entender que el Alien no es ya la causa de nuestros terrores, sino un simple síntoma. Cuando la pesadilla se ha normalizado tanto que ha devenido en simple icono, es hora de buscar otras nuevas. Scott las ha encontrado en los ojos del hijo ilustre de Heidelberg.

Covenant es un blockbuster de ideas deslumbrantes. Quizá demasiado deslumbrantes: en ocasiones, Scott se interesa tanto por el subtexto evocador de su propuesta que olvida necesidades tan básicas como el desarrollo de personajes -varios tripulantes de la nave mueren antes que sepamos nada sobre ellos, muy al contrario que los de la Nostromo-, el tempo narrativo o una mayor coherencia estilística en sus set pieces, cada una afín a una vertiente distinta del cine de terror. En realidad, no importa: estamos hablando de un blockbuster y de un actor protagonista tan implicados en la fiesta filo-goth que empieza a desarrollarse a partir del segundo acto (el primero es sólo una obertura previsible) que les perdonamos incluso un dilatadísimo final sostenido sobre un giro no-demasiado-sorpresa. Puede que Ridley Scott sea un ladrón, pero es un ladrón excepcional: su Covenant canibaliza sin pudor los mayores logros de Cameron (¡ese brazo-grúa!), David Fincher (¡esos planos subjetivos!) y Jean-Pierre Jeunet (¡ese híbrido blanquecino pichicateado por Javier Botet!), convirtiéndose en un afortunado mash-up de los placeres más epidérmicos que la franquicia lleva décadas proporcionando al aficionado.

Más cerca, por tanto, del corso del Carnaval de Rio de Janeiro que de El Oro del Rin de Richard Wagner, y muy en la órbita de Alien: Resurrection (1997) y los comics de los 90, esta inesperada secuela de Prometheus nos devuelve al Ridley Scott que realmente nos gusta: al que logra despreocuparse por el qué dirán y renuncia a toda voluntad academicista, dejándose llevar en su lugar por las posibilidades más estimulantes del material con el que trabaja. El resultado es una película altamente imperfecta, pero a quién demonios le importa la perfección cuando tienes a Michael Fassbender escenificando su slash fiction definitiva. Al fin y al cabo, el xenomorfo siempre fue hijo del subconsciente, y Covenant contiene algunas de las imágenes más felizmente irracionales de toda la saga.

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