EL VETO DE CANNES A NETFLIX ES UNA VERGUENZA Y HASTA PERJUDICA AL MISMO FESTIVAL [www.facebook.com/actoresdirectoresguionistas]
Dos películas candidatas a la Palma de Oro del Festival de Cannes de este año están en manos de Netflix, pero Netflix sólo estrena en cines con una condición: que se emita a la vez en salas y para sus 98,8 millones de abonados
El Festival Internacional de Cannes cumple 70 años y el abuelo ya chochea. Primero, se cubrieron de infamia con el vergonzoso cartel en el que adelgazaron digitalmente a Claudia Cardinale.
Y ahora, el veto a Netflix a partir del año que viene, con una norma escrita de la noche a la mañana pensada únicamente para perjudicar al cine digital. La secuencia es simple: Netflix ha conseguido colar dos películas en la competición oficial (Okja, de Bong Joon-Ho; y The Meyerowitz Stories, de Noah Baumbach). Una de ellas incluso cuenta con el actor fetiche de Netflix, Adam Sandler. Pero que la Palma de Oro y Adam Sandler puedan quedar unidos para siempre no es lo que ha molestado a los franceses.
No, es el hecho de que Netflix no estrene en cines salvo en contadas ocasiones y, sobre todo, que "impida a los espectadores franceses ver libremente estas obras en salas de cine, como es tradición". Cuando un grupo de empresarios, en este caso los exhibidores franceses, apelan a la tradición, ya sabes que te están mintiendo. Son ellos los que han presionado para que Cannes no juzgue películas a partir de ahora, sino dónde se ven esas películas. Pero, vamos por partes.
A mediados de abril, la Federación Nacional de Cines Franceses (los exhibidores) ponía el grito en el cielo por la selección de los dos títulos. Porque no estaban pensados para estrenarse en salas de cine "como es tradición", sino para que los 98,8 millones de usuarios de Netflix puedan verlas en su casa. En televisores que por menos de 1000 soles ya ofrecen mayor calidad que la mayor parte de los cines, con un 100% menos de compañeros de butaca indeseables (niños, sobretodo). Con una tarifa mensual cercana a lo que cuesta ver una película en la capital francesa (o en la peruana). ¿Libremente? ¡Nada impide que libremente un espectador francés prefiera dar su dinero para tener un mes de Netflix y ver sus películas que ir un fin de semana al cine! O de Amazon. Nada lo impide.
Eso es lo que les parece mal a los cines franceses, por supuesto. Pero lo que peor les parece es que las películas producidas por Netflix puedan optar a premios. Y sus números, al contrario que los demás europeos, no son ridículos. Para Francia, 2016 fue el segundo mejor año de la historia en asistencia a cines (con 213 millones de espectadores).
Mientras en todo europa el cine pierde, en promedio, medio millón de espectadores en dos años, en Francia triunfan a lo grande. ¿Es porque han mantenido estable el precio de las entradas durante años? ¿Es porque allí el salario mínimo es de 1480 euros y 30 céntimos y sin embargo una entrada vale más o menos lo mismo que en Perú y Sudamérica? No, es porque tienen una ley que identifica cine con sala y punto. Pensada para que el internauta quede por debajo del tipo que tiene butacas. Una ley que mira al pasado con nostalgia y orgullo.
Netflix no ha puesto obstáculo a que esas dos películas se estrenen en salas francesas, salvo uno: o la película se estrena en salas y en Netflix a la vez o nada. Algo que, no sólo ha contado con el "no" rotundo de los exhibidores franceses, sino con el de la propia ley francesa. Porque en Francia, si estrenas una película en salas no puedes ponerla en una plataforma tipo Netflix hasta tres años después. 36 meses. Evidentemente, en Netflix serían imbéciles si accedieran a esa condición con una película producida por, pagada por y pensada para Netflix. Explícale eso a tus abonados franceses: "no puedo poner esta película que ve el resto del mundo porque la tradición dicta..." ¡Andá a cagar!
De ahí que la presión de la Federación haya llevado a que Cannes se saque de la manga una nueva norma que sólo beneficia a un puñado de empresarios: a los exhibidores. No a los cineastas. Ni al público. Ni desde luego a Cannes. Ni a nadie que no sean ellos. Porque desde el año que viene no podrán acceder a la competición las películas que no se estrenen en salas francesas. Es decir, si eres Amazon, Netflix, o cualquier otra plataforma y cuentas con una película maravillosa, digna de la Palma de Oro, tienes que sacrificarla en el altar de un negocio que no tiene nada que ver contigo.
En la Federación se han puesto de la nuca. Su presidenta, Frédérique Berdin, ha emitido un comunicado en el que afirma que "las plataformas digitales se están convirtiendo en actores importantes del sector, pero deben acatar el modelo francés de financiación y difusión de la creación europea". Sí, Berdin llama "creación europea" a "tener butacas y cobrar a la gente por sentarse en ellas un par de horas mientras ponen algo en la pantalla".
No a lo que se pone en las pantallas, sino a una forma muy concreta de ver cine, que además lo secuestra legalmente para el resto del público. La excepción cultural francesa a pleno rendimiento. Peor todavía, la norma de Cannes de que las películas exhibidas allí tienen que comprometerse a ser estrenadas en salas francesas es un arma de doble filo. Si Netflix y Amazon (y quien surja, pero por citar dos nombres con Globos de Oro y Oscars a cuestas) se ven obligadas a cumplir con una ley francesa que no tiene que ver con su negocio, sino con el de gente muy tradicional, lo mas factible es que renuncien a Cannes.
Porque el festival es lo de menos. De hecho, ni siquiera todas las películas en competición consiguen estrenarse en salas de países como Estados Unidos. Lo que importa de verdad en Cannes es el festival de distribución y negociación de derechos paralelo. A Cannes se va a hacer negocios mientras se proyectan películas.
Si el peaje para ello es mantener la obsoleta forma de vida de una gente que saca la tradición cuando le conviene (la tradición también es que el cine se emita en película, no en los proyectores digitales que hoy conforman el 99% de la exhibición en Francia), blindados por una ley proteccionista que lo único que hace es poner freno a la innovación y a que la gente, "libremente", pueda ver el cine en la plataforma que escoja… ¿Para qué ir?
Y eso sin hablar del prestigio del Festival: si las cinco o seis mejores película del año no se estrenan (o no quieren hacerlo) en salas francesas y, por tanto, no pueden ir a Cannes, entonces la Palma de Oro no estará premiando la mejor película del año. Estará premiando lo que le permitan juzgar las salas de cine de su país. Y, por tanto, Cannes ya no podrá presumir de ser el mejor festival de cine del mundo. Será un festival títere de vendedores de palomitas.
El Festival Internacional de Cannes cumple 70 años y el abuelo ya chochea. Primero, se cubrieron de infamia con el vergonzoso cartel en el que adelgazaron digitalmente a Claudia Cardinale.
Y ahora, el veto a Netflix a partir del año que viene, con una norma escrita de la noche a la mañana pensada únicamente para perjudicar al cine digital. La secuencia es simple: Netflix ha conseguido colar dos películas en la competición oficial (Okja, de Bong Joon-Ho; y The Meyerowitz Stories, de Noah Baumbach). Una de ellas incluso cuenta con el actor fetiche de Netflix, Adam Sandler. Pero que la Palma de Oro y Adam Sandler puedan quedar unidos para siempre no es lo que ha molestado a los franceses.
No, es el hecho de que Netflix no estrene en cines salvo en contadas ocasiones y, sobre todo, que "impida a los espectadores franceses ver libremente estas obras en salas de cine, como es tradición". Cuando un grupo de empresarios, en este caso los exhibidores franceses, apelan a la tradición, ya sabes que te están mintiendo. Son ellos los que han presionado para que Cannes no juzgue películas a partir de ahora, sino dónde se ven esas películas. Pero, vamos por partes.
A mediados de abril, la Federación Nacional de Cines Franceses (los exhibidores) ponía el grito en el cielo por la selección de los dos títulos. Porque no estaban pensados para estrenarse en salas de cine "como es tradición", sino para que los 98,8 millones de usuarios de Netflix puedan verlas en su casa. En televisores que por menos de 1000 soles ya ofrecen mayor calidad que la mayor parte de los cines, con un 100% menos de compañeros de butaca indeseables (niños, sobretodo). Con una tarifa mensual cercana a lo que cuesta ver una película en la capital francesa (o en la peruana). ¿Libremente? ¡Nada impide que libremente un espectador francés prefiera dar su dinero para tener un mes de Netflix y ver sus películas que ir un fin de semana al cine! O de Amazon. Nada lo impide.
Eso es lo que les parece mal a los cines franceses, por supuesto. Pero lo que peor les parece es que las películas producidas por Netflix puedan optar a premios. Y sus números, al contrario que los demás europeos, no son ridículos. Para Francia, 2016 fue el segundo mejor año de la historia en asistencia a cines (con 213 millones de espectadores).
Mientras en todo europa el cine pierde, en promedio, medio millón de espectadores en dos años, en Francia triunfan a lo grande. ¿Es porque han mantenido estable el precio de las entradas durante años? ¿Es porque allí el salario mínimo es de 1480 euros y 30 céntimos y sin embargo una entrada vale más o menos lo mismo que en Perú y Sudamérica? No, es porque tienen una ley que identifica cine con sala y punto. Pensada para que el internauta quede por debajo del tipo que tiene butacas. Una ley que mira al pasado con nostalgia y orgullo.
Netflix no ha puesto obstáculo a que esas dos películas se estrenen en salas francesas, salvo uno: o la película se estrena en salas y en Netflix a la vez o nada. Algo que, no sólo ha contado con el "no" rotundo de los exhibidores franceses, sino con el de la propia ley francesa. Porque en Francia, si estrenas una película en salas no puedes ponerla en una plataforma tipo Netflix hasta tres años después. 36 meses. Evidentemente, en Netflix serían imbéciles si accedieran a esa condición con una película producida por, pagada por y pensada para Netflix. Explícale eso a tus abonados franceses: "no puedo poner esta película que ve el resto del mundo porque la tradición dicta..." ¡Andá a cagar!
De ahí que la presión de la Federación haya llevado a que Cannes se saque de la manga una nueva norma que sólo beneficia a un puñado de empresarios: a los exhibidores. No a los cineastas. Ni al público. Ni desde luego a Cannes. Ni a nadie que no sean ellos. Porque desde el año que viene no podrán acceder a la competición las películas que no se estrenen en salas francesas. Es decir, si eres Amazon, Netflix, o cualquier otra plataforma y cuentas con una película maravillosa, digna de la Palma de Oro, tienes que sacrificarla en el altar de un negocio que no tiene nada que ver contigo.
En la Federación se han puesto de la nuca. Su presidenta, Frédérique Berdin, ha emitido un comunicado en el que afirma que "las plataformas digitales se están convirtiendo en actores importantes del sector, pero deben acatar el modelo francés de financiación y difusión de la creación europea". Sí, Berdin llama "creación europea" a "tener butacas y cobrar a la gente por sentarse en ellas un par de horas mientras ponen algo en la pantalla".
No a lo que se pone en las pantallas, sino a una forma muy concreta de ver cine, que además lo secuestra legalmente para el resto del público. La excepción cultural francesa a pleno rendimiento. Peor todavía, la norma de Cannes de que las películas exhibidas allí tienen que comprometerse a ser estrenadas en salas francesas es un arma de doble filo. Si Netflix y Amazon (y quien surja, pero por citar dos nombres con Globos de Oro y Oscars a cuestas) se ven obligadas a cumplir con una ley francesa que no tiene que ver con su negocio, sino con el de gente muy tradicional, lo mas factible es que renuncien a Cannes.
Porque el festival es lo de menos. De hecho, ni siquiera todas las películas en competición consiguen estrenarse en salas de países como Estados Unidos. Lo que importa de verdad en Cannes es el festival de distribución y negociación de derechos paralelo. A Cannes se va a hacer negocios mientras se proyectan películas.
Si el peaje para ello es mantener la obsoleta forma de vida de una gente que saca la tradición cuando le conviene (la tradición también es que el cine se emita en película, no en los proyectores digitales que hoy conforman el 99% de la exhibición en Francia), blindados por una ley proteccionista que lo único que hace es poner freno a la innovación y a que la gente, "libremente", pueda ver el cine en la plataforma que escoja… ¿Para qué ir?
Y eso sin hablar del prestigio del Festival: si las cinco o seis mejores película del año no se estrenan (o no quieren hacerlo) en salas francesas y, por tanto, no pueden ir a Cannes, entonces la Palma de Oro no estará premiando la mejor película del año. Estará premiando lo que le permitan juzgar las salas de cine de su país. Y, por tanto, Cannes ya no podrá presumir de ser el mejor festival de cine del mundo. Será un festival títere de vendedores de palomitas.
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