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La franquicia de terror sociológico desembarca en la pequeña pantalla con una serie que conserva intacto su toque inquietante


"¿Quién sobrevivirá en América?", se preguntaba Kanye West en el último corte de My Beautiful Dark Twisted Fantasy (2010), su obra maestra. En realidad, el autor se ausentaba voluntariamente de la canción para dejar que el poeta y genio del jazz Gil Scott-Heron, a través de una versión editada de su Comment No. 1, resumiese la experiencia afroamericana en el pasado, presente y futuro. Para Kanye, la hipocresía fundacional de un país que prometía justicia y libertad a los mismos hombres y mujeres a los que les estaba colocando los grilletes rimaba con su propia experiencia de la cultura estadounidense del exceso, tan depravada y obsesionada con la fama que, finalmente, él también tendría que acabar renunciando a su alma bajo el yugo de esta nueva forma de esclavitud.

Ambas realidades, la brecha racial y la degradación desmedida de los valores patrióticos, están presentes en The Purge (James DeMonaco, 2013), película con la que Universal arrancó una de las franquicias más rentables de todos los tiempos. Su high concept es de sobra conocido, pero merece la pena recalcar en su brillantez: después de que una ola de ultraconservadurismo se haga con el poder en Washington, el pueblo americano asume la existencia de una Purga anual -doce horas en las que todas las leyes se apagan- como la única solución posible para reducir sus índices de criminalidad. La primera entrega se centra en una familia de clase alta y el asedio al que les someten sus vecinos, pero su punto de máximo interés llega cuando un muchacho negro aparece en su (fuertemente electrificada) valla suplicando que le den asilo. El pulso entre la compasión y el recelo, siempre sobrevolado por la sombra del prejuicio, marcará la relación entre la familia protagonista y este extraño que, finalmente, resultará una víctima inocente de circunstancias demenciales. Un pobre hombre que, como tantos otros, se pregunta quién sobrevivirá en América.

La secuela, The Purge: Anarchy (DeMonaco, 2014), acertó al poner el foco en las clases más desfavorecidas, presentando a un héroe del proletariado (Frank Grillo) que tendrá que aprender a domar sus demonios si no quiere convertirse en la misma escoria depredadora que los está eliminando a él y a los suyos. Si The Purge estaba recorrida por una sátira social aún tímida, Anarchy elevó las apuestas al identificar psicopatía con capitalismo neocon: en esta franquicia, los cazadores dispuestos a sacar su bestia interior durante una noche suelen ser ricos que deciden cazar a los pobres por deporte, lo que lo convierte todo en una metáfora extrema de la lucha de clases. Anarchy es cine combativo y con una conciencia social bastante inusual en el mainstream contemporáneo, pero también se trata de un simple aperitivo de lo que estaba por llegar.

La premisa de la saga siempre se articuló en torno a una idea de política-ficción demasiado rocambolesca para poder arraigar en la realidad, pero entonces llegó a la Casa Blanca un nuevo gobierno formado por gente a la que visualizamos, sin ningún problema en absoluto, participando en la Purga. Sólo la existencia de Donald Trump puede explicar una entrega como The Purge: Election Year (DeMonaco, 2016), interesada en indagar en el sustrato xenófobo y clasista que subyace tras el lema Make America Great Again. No es precisamente el punto álgido de la saga, pero la reciente The First Purge (Gerard McMurray, 2017) corrige el rumbo al conducirnos hasta el origen mismo de la pesadilla. La gran fortaleza de estas películas reside en su pulso para reaccionar a la actualidad, luego no debería sorprendernos comprobar como el trauma de Charlottesville se filtra entre las imágenes de una secuela que ya no está para la fina sátira social, sino que directamente se recibe como una llamada a las armas: la administración Trump le ha declarado la guerra a la mitad de la población, luego el asunto de sobrevivir en América nunca había estado tan crudo.


The First Purge se cierra con una (malograda) bandera de barras y estrellas ondeando a ritmo del Alright de Kendrick Lamar, himno no oficial del movimiento Black Lives Matter y mantra para todas aquellas personas de color que, en medio de un tsunami de brutalidad policial e injusticia institucionalizada, se niegan a perder la esperanza en un futuro mejor. Resulta un tanto insatifactorio que esta catarsis de serie B (The Purge es cine de barrio en el sentido más amplio del término) se haya diluido un poco en su adaptación a la pequeña pantalla.

Producida por DeMonaco, Jason Blum y Michael Bay, la serie se mantiene fiel a su voluntad de narrar los acontecimientos de una única noche en la vida de varios protagonistas, pero pierde el componente claustrofóbico y urgente de las películas al tener que dilatar la cacería a lo largo de diez episodios (de hecho, hacia el segundo ya empiezas a sentirte un tanto agotado). La serie de The Purge sigue siendo inquietante, pero el concepto funciona mejor cuanto más se centra en capturar las ansiedades sociales de un país violento, dividido y al borde del colapso, no cuando inventa situaciones interesantes sobre el papel (una secta partidaria del sacrificio voluntario, un sicario que se especializa en las noches de purga, un tipo aparentemente aburrido que combina el asesinato en masa con la autoayuda motivacional), pero muy alejadas del foco combativo de la saga. Dentro de unas décadas, los analistas volverán la vista atrás sobre ella y se darán cuenta de que una ficción de terror para el público masivo encapsuló las pulsiones psicosociales de toda una era mucho mejor que cualquier sesudo análisis literario. Todo lo que necesitas saber sobre los Estados Unidos de hoy día está en The Purge.

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