JOHN CAZALE: EL ACTOR QUE NUNCA HIZO UNA PELÍCULA MALA [www.facebook.com/actoresdirectoresguionistas]
Su última película fue The Deer Hunter. Cuando comenzaron el rodaje, ya se estaba muriendo. Cimino tuvo que adelantar sus escenas por miedo a que no pudiera grabarlas. Temía que pasara lo que iba a pasar, que Cazale se apagara
Todos los actores tienen al menos una mala película. Todos menos John Cazale. Antes de morir a los 42 años, dejó cuatro papeles perfectos para cinco largometrajes. Se estrenó en la pantalla con el más débil de los hermanos Corleone. Cazale era aquel Fredo inseguro y mentiroso, el que se convierte en nada para su hermano Michael. Fredo, el vulnerable, el de la tristeza infinita en los ojos asustados.
Su actor preferido era Montgomery Clift. Y parecía haber calcado de él esa melancolía, esa mirada de animal acorralado. Será porque aprendió a construir sus personajes a través del dolor. Eso fue lo que le enseñó Olympia Dukakis en la Universidad de Boston. A conectar con las penas del otro. Y lo hacía tan bien, que años después Al Pacino reconocería que nadie le había enseñado tanto de interpretación como Cazale.
Se conocieron trabajando como repartidores para Standard Oil. El teatro nunca había sido un negocio fácil. Pero los dos tenían talento y acabarían compartiendo tablas. Y premios. Y captando la atención de un director de casting. Coppola les convirtió en los hijos de don Vito. El listo y el tonto. El guapo y el feo. El duro y el frágil. Pero Cazale tenía algo que ni se aprende ni se enseña, algo que se lleva como sin llevarlo. Pacino lo llama presencia. En el rodaje de The Deer Hunter, Michael Cimino decía que esa presencia tenía un efecto prodigioso sobre el resto de los actores. Gene Hackman comprobaría en The Conversation que no había manera de dejarse ver si Cazale estaba en plano.
"Era una lección verlo. Ver cómo actuaba". Al Pacino se emociona treinta años después recordándolo: "Sueño con él a veces". Se le corta la voz y por primera vez no parece un actor intentando darlo todo. No, si se trata de recordar a John. Juntos vivieron demasiado. Juntos le dieron al cine escenas demasiado buenas. Aunque demasiado escasas. Sidney Lumet venció sus reticencias iniciales y terminó juntando a los dos amigos en Dog Day Afternoon. Y Cazale conseguía de nuevo lo imposible: hacer que un psicópata con un arma pareciera adorable. Era el contrapunto perfecto a un Pacino desbocado. Aquellos dos tipos funcionaban juntos. Su química era tan potente que Lumet les permitió que improvisaran. A punto estuvo el director de arruinar una de las mejores escenas de la película con una carcajada. Los dos atracadores ineptos mantienen a sus rehenes en un banco. Saben que están acorralados. "¿Hay algún país en especial al que quieras ir?" preguntaba Pacino. Cazale tragaba saliva. Se abrazaba al cañón de su arma como el niño que aferra el último juguete que ha rescatado de un incendio. Y después de una pausa -ni corta, ni larga- contestaba: "Wyoming". Al Pacino todavía no sabe cómo pudo reprimir la risa ante la genialidad de Cazale.
No volvería a juntarlos el destino. O los repartos. O la jodida enfermedad que se llevó a John demasiado pronto. Su última película fue The Deer Hunter. Cuando comenzaron el rodaje, ya se estaba muriendo. Cimino tuvo que adelantar sus escenas por miedo a que no pudiera grabarlas. Temía que pasara lo que iba a pasar, que Cazale se apagara. Lo temían los productores que no querían asumir riesgos. Pero Robert de Niro se comprometió, sin que los demás lo supieran, a pagar de su bolsillo cualquier imprevisto. Meryl Streep se plantó y dijo que se marcharía. Era su prometida. John y ella se habían conocido haciendo un Shakespeare y se habían enamorado.
Cazale no vio terminada la película. Ni vio a su chica nominada para el Oscar. "Esto nunca se acaba. Siempre hay que seguir adelante. Aprendiendo. Avanzando". Se lo había dicho a Pacino cuando trabajaban con Coppola. Apenas seis años después su camino sí había terminado.
A Cimino le gustaba recordarlo extasiado frente a las montañas "mirando aquellos campos y aquellas flores salvajes, con su esmoquin y su gorro de piel". Quizá se estaba interrogando por el enigma que le llevó a convertirse en actor: a veces me pregunto si la incapacidad para encontrarnos a nosotros mismos nos lleva a buscarnos en otros, en los personajes. En esos cuatro personajes del actor que nunca hizo una película mala.
Todos los actores tienen al menos una mala película. Todos menos John Cazale. Antes de morir a los 42 años, dejó cuatro papeles perfectos para cinco largometrajes. Se estrenó en la pantalla con el más débil de los hermanos Corleone. Cazale era aquel Fredo inseguro y mentiroso, el que se convierte en nada para su hermano Michael. Fredo, el vulnerable, el de la tristeza infinita en los ojos asustados.
Su actor preferido era Montgomery Clift. Y parecía haber calcado de él esa melancolía, esa mirada de animal acorralado. Será porque aprendió a construir sus personajes a través del dolor. Eso fue lo que le enseñó Olympia Dukakis en la Universidad de Boston. A conectar con las penas del otro. Y lo hacía tan bien, que años después Al Pacino reconocería que nadie le había enseñado tanto de interpretación como Cazale.
Se conocieron trabajando como repartidores para Standard Oil. El teatro nunca había sido un negocio fácil. Pero los dos tenían talento y acabarían compartiendo tablas. Y premios. Y captando la atención de un director de casting. Coppola les convirtió en los hijos de don Vito. El listo y el tonto. El guapo y el feo. El duro y el frágil. Pero Cazale tenía algo que ni se aprende ni se enseña, algo que se lleva como sin llevarlo. Pacino lo llama presencia. En el rodaje de The Deer Hunter, Michael Cimino decía que esa presencia tenía un efecto prodigioso sobre el resto de los actores. Gene Hackman comprobaría en The Conversation que no había manera de dejarse ver si Cazale estaba en plano.
"Era una lección verlo. Ver cómo actuaba". Al Pacino se emociona treinta años después recordándolo: "Sueño con él a veces". Se le corta la voz y por primera vez no parece un actor intentando darlo todo. No, si se trata de recordar a John. Juntos vivieron demasiado. Juntos le dieron al cine escenas demasiado buenas. Aunque demasiado escasas. Sidney Lumet venció sus reticencias iniciales y terminó juntando a los dos amigos en Dog Day Afternoon. Y Cazale conseguía de nuevo lo imposible: hacer que un psicópata con un arma pareciera adorable. Era el contrapunto perfecto a un Pacino desbocado. Aquellos dos tipos funcionaban juntos. Su química era tan potente que Lumet les permitió que improvisaran. A punto estuvo el director de arruinar una de las mejores escenas de la película con una carcajada. Los dos atracadores ineptos mantienen a sus rehenes en un banco. Saben que están acorralados. "¿Hay algún país en especial al que quieras ir?" preguntaba Pacino. Cazale tragaba saliva. Se abrazaba al cañón de su arma como el niño que aferra el último juguete que ha rescatado de un incendio. Y después de una pausa -ni corta, ni larga- contestaba: "Wyoming". Al Pacino todavía no sabe cómo pudo reprimir la risa ante la genialidad de Cazale.
No volvería a juntarlos el destino. O los repartos. O la jodida enfermedad que se llevó a John demasiado pronto. Su última película fue The Deer Hunter. Cuando comenzaron el rodaje, ya se estaba muriendo. Cimino tuvo que adelantar sus escenas por miedo a que no pudiera grabarlas. Temía que pasara lo que iba a pasar, que Cazale se apagara. Lo temían los productores que no querían asumir riesgos. Pero Robert de Niro se comprometió, sin que los demás lo supieran, a pagar de su bolsillo cualquier imprevisto. Meryl Streep se plantó y dijo que se marcharía. Era su prometida. John y ella se habían conocido haciendo un Shakespeare y se habían enamorado.
Cazale no vio terminada la película. Ni vio a su chica nominada para el Oscar. "Esto nunca se acaba. Siempre hay que seguir adelante. Aprendiendo. Avanzando". Se lo había dicho a Pacino cuando trabajaban con Coppola. Apenas seis años después su camino sí había terminado.
A Cimino le gustaba recordarlo extasiado frente a las montañas "mirando aquellos campos y aquellas flores salvajes, con su esmoquin y su gorro de piel". Quizá se estaba interrogando por el enigma que le llevó a convertirse en actor: a veces me pregunto si la incapacidad para encontrarnos a nosotros mismos nos lleva a buscarnos en otros, en los personajes. En esos cuatro personajes del actor que nunca hizo una película mala.
Maestro!
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