¿POR QUÉ STRANGER THINGS ES LA MEJOR CLASE MAESTRA DE SERIE MARKETERA QUE HEMOS RECIBIDO EN LA VIDA? [www.facebook.com/actoresdirectoresguionistas]
El éxito de la serie de los hermanos Duffer sólo puede explicarse a través de una generación que se hace mayor y empieza a pensar que cualquier tiempo pasado fue mejor
Antes de despotricar contra los fanáticos de la frase: "todo tiempo pasado fue mejor", tómate un tiempo y hazte a ti mismo esta sola precisión: a tí te gusta Stranger Things. OK, tienes treintaitantos y también has visto la primera (¡la única!) Jurassic Park en el cine, quisiste tener una mascota exótica como Elliott en E.T., te agarrabas de los autobuses como Marty McFly y salías en bicicleta con tus amigos alucinando que eran Los Goonies.
El mundo del marketing funciona así: usted venda algo interesante que lleve las palabras "Píxel", "VHS", "Tierra Media" o "Fútbol Vintage" y todos nos convertiremos inmediatamente en su cliente. En serio, sólo tiene que ser interesante, ni siquiera bueno, con una idea original mal ejecutada nos conformamos. Stranger Things no es ninguna de estas cosas.
Está en todas las miles de conversaciones de este verano europeo e invierno sudamericano el tema que Stranger Things es puro entretenimiento, como si fuese un concepto universal y objetivo. Se utiliza el entretenimiento como un escudo contra la crítica, como si buscarle las vueltas a un producto de consumo fuese de mal gusto, más aún cuando nos ha tocado la fibra sensible. Es el mismo fenómeno que blinda a bodrios como Pretty Woman o Forrest Gump: son películas bonitas por aclamación y si a ti no te gustan es porque eres un insensible o un loco.
Sólo por lo que cuentan de Stranger Things en la televisión y en los diarios, antes de ver un solo capítulo los Duffer, ya me tienen a todos comiendo de la mano. Durante la primera hora de la serie uno se siente estar ante el nuevo Breaking Bad: atracón de nostalgia gourmet, repleto de referencias a Amblin Entertainment, que plantea un misterio con desapariciones y experimentos secretos. Además, y es un logro en cuanto a series con niños se refiere, el elenco hace lo suyo y técnicamente es sobresaliente. Sólo por este primer capítulo ya valió la pena.
Breaking Bad enganchó a la audiencia con las drogas y terminó por crear un universo narrativo en Albuquerque, Nuevo México, con Walter White erigido en un seimidiós. Stranger Things empieza y acaba en la iconografía, es una fachada bonita. Después del primer capítulo, el guion de los Duffer se convierte en el parque temático de la nostalgia, soltando guiños aquí y allá que nada aportan a la historia principal, vista un millón de veces. Están los niños nerds, el policía rudo, alcohólico pero bonachón, la madre coraje, el gordito simpático y una base ultrasecreta de la NASA a dos kilómetros de la población civil. Un Grandes Éxitos de la literatura de Stephen King, en palabras del propio escritor, que se permite la autoparodia ("Eres un auténtico cliché, ¿lo sabes?", le dice Nancy a su novio malote en el capítulo 3). Sí, lo sabemos, Duffers.
Después y hasta el capítulo final, seis horas de ideas gastadas que se sostienen, como pueden, en las interpretaciones de Millie Bobby Brown (Once) y la resucitada Winona Ryder (Joyce), cuyo estridentísimo papel conduce siempre a la cuestión de si está Winona haciendo de Winona y su consecuente respuesta: sí. Por el camino hay un misterio extraterrestre, por momentos bochornoso, que se articula a través de dos patas: un monstruo plagiado del Resident Evil y la errática gestión del gobierno de Estados Unidos, al que no le importa darle chicharrón a todos los clientes de un bar para encontrar a una niña que se escapa y se va con un sheriff del pueblo hasta llegar a un portal interdimensional que los de la base de experimentos tienen ocultísimo bajo tierra. Al sheriff lo sedan y lo dejan ir para que se ponga las pilas e investigue. ¿Por qué ocho capítulos con un valle argumental cuando puedes hacer tres vibrantes?
Uno se puede llegar a sentir traicionado al terminar Stranger Things si ya se quiere pasar de friki. Si te gusta ver películas de terror para gritarle a la pantalla: "¡Eso lo sacaron de Freaks and Geeks! ¡Eso es de Alien!, ¡Y eso de Stand By Me!", pues, adelante. Pero también puedes sentarte y disfrutar del espectáculo sin joder y sabiendo que ya nadie va a volver a inventar la pólvora y, si lo hacen, ¡no será en una serie para Netflix! Pero tal vez, sí, el año que viene nadie recordará un diálogo o una escena de Stranger Things, porque todo lo que usa es prestado, pero lo que es seguro es que se recordará que la vimos. Pero los Duffer y Netflix son unos viejos zorros del marketing y del guión-sin-pierde y se han aprovechado de la vulnerabilidad generacional para meternos un culebrón que, de no ser por el atractivo ochentero, iría de cabeza a las series de madrugada.
Antes de despotricar contra los fanáticos de la frase: "todo tiempo pasado fue mejor", tómate un tiempo y hazte a ti mismo esta sola precisión: a tí te gusta Stranger Things. OK, tienes treintaitantos y también has visto la primera (¡la única!) Jurassic Park en el cine, quisiste tener una mascota exótica como Elliott en E.T., te agarrabas de los autobuses como Marty McFly y salías en bicicleta con tus amigos alucinando que eran Los Goonies.
El mundo del marketing funciona así: usted venda algo interesante que lleve las palabras "Píxel", "VHS", "Tierra Media" o "Fútbol Vintage" y todos nos convertiremos inmediatamente en su cliente. En serio, sólo tiene que ser interesante, ni siquiera bueno, con una idea original mal ejecutada nos conformamos. Stranger Things no es ninguna de estas cosas.
Está en todas las miles de conversaciones de este verano europeo e invierno sudamericano el tema que Stranger Things es puro entretenimiento, como si fuese un concepto universal y objetivo. Se utiliza el entretenimiento como un escudo contra la crítica, como si buscarle las vueltas a un producto de consumo fuese de mal gusto, más aún cuando nos ha tocado la fibra sensible. Es el mismo fenómeno que blinda a bodrios como Pretty Woman o Forrest Gump: son películas bonitas por aclamación y si a ti no te gustan es porque eres un insensible o un loco.
Sólo por lo que cuentan de Stranger Things en la televisión y en los diarios, antes de ver un solo capítulo los Duffer, ya me tienen a todos comiendo de la mano. Durante la primera hora de la serie uno se siente estar ante el nuevo Breaking Bad: atracón de nostalgia gourmet, repleto de referencias a Amblin Entertainment, que plantea un misterio con desapariciones y experimentos secretos. Además, y es un logro en cuanto a series con niños se refiere, el elenco hace lo suyo y técnicamente es sobresaliente. Sólo por este primer capítulo ya valió la pena.
Breaking Bad enganchó a la audiencia con las drogas y terminó por crear un universo narrativo en Albuquerque, Nuevo México, con Walter White erigido en un seimidiós. Stranger Things empieza y acaba en la iconografía, es una fachada bonita. Después del primer capítulo, el guion de los Duffer se convierte en el parque temático de la nostalgia, soltando guiños aquí y allá que nada aportan a la historia principal, vista un millón de veces. Están los niños nerds, el policía rudo, alcohólico pero bonachón, la madre coraje, el gordito simpático y una base ultrasecreta de la NASA a dos kilómetros de la población civil. Un Grandes Éxitos de la literatura de Stephen King, en palabras del propio escritor, que se permite la autoparodia ("Eres un auténtico cliché, ¿lo sabes?", le dice Nancy a su novio malote en el capítulo 3). Sí, lo sabemos, Duffers.
Después y hasta el capítulo final, seis horas de ideas gastadas que se sostienen, como pueden, en las interpretaciones de Millie Bobby Brown (Once) y la resucitada Winona Ryder (Joyce), cuyo estridentísimo papel conduce siempre a la cuestión de si está Winona haciendo de Winona y su consecuente respuesta: sí. Por el camino hay un misterio extraterrestre, por momentos bochornoso, que se articula a través de dos patas: un monstruo plagiado del Resident Evil y la errática gestión del gobierno de Estados Unidos, al que no le importa darle chicharrón a todos los clientes de un bar para encontrar a una niña que se escapa y se va con un sheriff del pueblo hasta llegar a un portal interdimensional que los de la base de experimentos tienen ocultísimo bajo tierra. Al sheriff lo sedan y lo dejan ir para que se ponga las pilas e investigue. ¿Por qué ocho capítulos con un valle argumental cuando puedes hacer tres vibrantes?
Uno se puede llegar a sentir traicionado al terminar Stranger Things si ya se quiere pasar de friki. Si te gusta ver películas de terror para gritarle a la pantalla: "¡Eso lo sacaron de Freaks and Geeks! ¡Eso es de Alien!, ¡Y eso de Stand By Me!", pues, adelante. Pero también puedes sentarte y disfrutar del espectáculo sin joder y sabiendo que ya nadie va a volver a inventar la pólvora y, si lo hacen, ¡no será en una serie para Netflix! Pero tal vez, sí, el año que viene nadie recordará un diálogo o una escena de Stranger Things, porque todo lo que usa es prestado, pero lo que es seguro es que se recordará que la vimos. Pero los Duffer y Netflix son unos viejos zorros del marketing y del guión-sin-pierde y se han aprovechado de la vulnerabilidad generacional para meternos un culebrón que, de no ser por el atractivo ochentero, iría de cabeza a las series de madrugada.
Comentarios
Publicar un comentario