¿POR QUÉ LOS NIÑOS PUEDEN BEBER LECHE Y LA MAYORÍA DE LOS ADULTOS NO? [www.facebook.com/actoresdirectoresguionistas]

Si la leche no te sienta mal, el Fan Page Actores, Directores y Guionistas de Latinoamérica te tiene buenas noticias: perteneces a una raza de mutantes con 7.500 años de existencia

Cualquier niño, en cualquier parte del planeta, puede beber leche, ya sea humana, de vaca, de cabra o de cualquier otro mamífero que se les ocurra ocurra. Así, el niño recibe calcio, vitaminas y un combo de nutrientes diseñado para crecer a toda velocidad y pasar a otra dieta en algún momento. Sin embargo, dale leche a un tercio de los peruanos adultos o a más de la mitad de la población del planeta y te toparás con un problemón; uno compuesto de hinchazón, indigestión, diarrea y gases. Y la culpa no es de la leche en sí, sino de la evolución humana que decidió, hace bastantes milenios, que la leche es para los niños, apagando el interruptor (el de una enzima llamada lactasa) que nos permite digerir uno de sus azúcares: la lactosa.



Por defecto, los niños pequeños producen grandes cantidades de lactasa, suficientes como para aguantar una dieta basada exclusivamente en leche. Sin embargo, la pubertad, en la mayor parte de los humanos, viene acompañada de un descenso brutal de lactasa (de un 90% o más), lo que hace que la leche se convierta en algo inadecuado para nuestro sistema digestivo.

Cuando hablamos de intolerancia a la lactosa no nos estamos refiriendo a un problema moderno, sino al diseño normal de la mayoría de los humanos. Es la razón por la que en Japón, Corea o China la leche no es parte de la dieta en los adultos, por citar sólo tres países asiáticos. Simplemente no pueden digerirla. Tampoco los indígenas americanos, la mayor parte de los africanos, y los países de Oriente Medio.


Entonces, ¿por qué algunos adultos sí pueden beber leche?

Analicemos lo que sucedió en el, no en vano llamado, Viejo Continente. Lo que pasó es que gran parte de los europeos (sobre todo del norte) y sus descendientes, se convirtieron en mutantes hace unos 7.500 años. También, de forma independiente, parte de los africanos y algunas poblaciones de Oriente Medio. Mutantes capaces de digerir leche en mayor o menor medida incluso después de la pubertad, con un superpoder llamado "persistencia de la lactasa". Una de las teorías más extendidas de por qué nos volvimos mutantes afirmaba que estas primeras poblaciones podían suplir con la leche el déficit de vitamina D, que en los países más cálidos no supone un problema: con tomar el sol basta. Algo que explicaría por qué los países europeos con mayor índice de intolerancia a la lactosa son mediterráneos: Italia, Grecia y España, entre ellos.


Esta es una teoría que pusieron a prueba en España: Examinando la genética de los restos del yacimiento de Atapuerca, donde comprobaron que hace 3.800 años, cuando el resto de los europeos del norte ya llevaban casi 4.000 años bebiendo leche, los españoles de la antigüedad aún no podían consumirla. Sin embargo, hoy es parte habitual de la dieta de los españoles actuales, aunque su consumo en forma de líquido esté en retroceso. ¿La otra teoría? El hambre. Desarrollar la persistencia de la lactasa viene muy bien para aprovechar todo de los animales que pastoreábamos y no morirse en cualquiera de las hambrunas que azotaban a nuestros ancestros.


¿La intolerancia a la lactosa implica renunciar al queso?

No. No al menos en la intolerancia que estamos tratando aquí, la de la disminución de la lactasa en los adultos. La lactasa no desaparece por completo en los adultos no mutantes, y el queso o el yogur (también la mantequilla) apenas tienen lactosa en comparación con la leche. Puede que un intolerante no pueda beber seco y volteado una botella de litro de leche pero, afortunadamente, puede seguir comiendo queso (la cantidad ya es otra historia). Y el queso es lo único que importa en esta vida.


¿Es por eso que bebemos menos leche en general?

Y, bueno, es discutible. Antes enlazábamos el caso de Corea del Sur, donde las granjas lecheras están desapareciendo, pero es debido a una razón muy sencilla: el descenso de natalidad. Menos niños, menos leche. Hay que ver también el dato de que la leche tradicional (entera, semidescremada y 
descremada) ya sólo es el 66% en el mercado mundial en comparación con el año pasado. También tenemos que el consumo de leche líquida en Estados Unidos ha caído un 37% en cuatro décadas, y allí no tienen el mismo problema de natalidad. Las causas parecen más relacionadas con el aspecto más ecológico y saludable con el que se perciben las bebidas vegetales en comparación con la leche. Y, sobre todo, a la percepción de que la leche no es necesaria en la dieta de un adulto, sea mutante o no. Pese a los intentos del lobby lácteo de seguir imponiendo la leche como algo fundamental.


¿Pueden las bebidas vegetales sustituir a la leche animal?


La leche de soya y de almendras apenas llevan 15 años en nuestro país (hasta 2001 no podías encontrar este tipo de productos en los supermercados). Sin embargo, su crecimiento es espectacular. Aunque todavía les queda bastante terreno que andar, han conseguido arañar una buena cuota en pocos años: en Perú ya rondan el 4% del total de toda la "leche" líquida que bebemos, y en Estados Unidos la leche de almendras (triunfadora frente a la de soya) ya ocupa el 5% del consumo total. Sin embargo, la industria láctea todavía no ha dicho su última palabra: la leche sin lactosa ha adelantado a las bebidas vegetales y ya ocupa casi un 40% del mercado en nuestro país. 

Sin embargo, la pregunta es: ¿hasta cuándo podrá sostenerse en el mercado un producto prehistorico que sólo empezamos a beber (y no todos) debido a un accidente genético?

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