¿POR QUÉ LOS NIÑOS VEN LA MISMA PELÍCULA UNA Y OTRA VEZ? [www.facebook.com/actoresdirectoresguionistas]
¿Existe una Tecla Disney Mágica que haga que un niño quiera ver 91 veces seguidas Lady and the Tramp? Más o menos. Y tiene un elemento positivo en el aprendizaje
Estamos acostumbrados a que un niño vea 200 veces seguidas su película favorita, que pida todas las noches que se le lea el mismo cuento o relea una y otra vez los mismos comics y libros. Nosotros fuimos así. Pero, ¿cuál es el motivo? ¿Por qué sólo funciona en los niños? ¿Qué hace que una canción deje de emocionarnos cuando somos mayores? El Fan Page Actores, Directores y Guionistas de Latinoamérica te lo explica a continuación:
La causa es el funcionamiento del cerebro de los niños. Están preparados para aprender habilidades mediante la repetición de patrones. Y no sólo habilidades prácticas o físicas (que explican el gusto de los niños por jugar siempre a los mismos juegos en el recreo, a través de las generaciones: para perfeccionar mediante la repetición), sino el propio sentido del mundo.
En el caso de las películas o la televisión, incluso seguir un argumento sencillo les supone un gran esfuerzo. De ahí que cada vez que vean la película se sientan contentos por entender cada vez mejor el hilo -mismo caso para los cuentos, los libros y las historias-. La repetición constante no sólo les permite desarrollar mejores habilidades cerebrales (lingüísticas y narrativas), sino que "la repetición literal -ver el mismo contenido una y otra vez- mejora la comprensión y el aprendizaje. Con los niños más pequeños, la repetición no hace que la atención decaiga, y está demostrado que incrementa la participación de la audiencia".
PREDECIR EL FUTURO ES SER UN SEMIDIOS
Es algo que sabe cualquier animador infantil: si los payasos de la tele utilizaban fórmulas y canciones es porque a los niños les encanta poder gritar -incluso a la propia pantalla- algo que conocen. Joan Wenter, doctora en psicología del desarrollo, lo explicaba mejor al afirmar que "una vez que un niño ha dominado el diálogo de una película o la letra y baile de una canción, quiere celebrar su éxito participando de lo que ha visto, así que quiere continuar viendo la película". Aprenderse la sintonía de Dora la Exploradora es un éxito absoluto para un chico, y quiere regodearse en él.
Se trata de una de las técnicas más básicas de aprendizaje, la misma por la que la educación clásica ha sometido a los niños a la tortura de las tablas de multiplicar cantadas o cualquier otra forma de convertir el saber en un patrón. En el caso de las películas animadas, la música y los colores brillantes atraen todavía más su atención, con lo que la cantidad de estímulos y recompensas de los visionados le hacen todavía más feliz.
Pero el mayor éxito de la repetición es permitirles anticipar el futuro. Werter, otra vez, contaba que "para los niños pequeños, hacer predicciones correctas es la muestra definitiva de habilidad. Dado que la vida es bastante impredecible para ellos, se sienten especialmente competentes al poder anticipar lo que sucede a continuación". Y presumir delante de sus compañeros de edad: un niño que sabe lo que va a pasar a continuación en una historia es poco menos que un semidiós para otro que no tenga el mismo nivel de dominio.
Sobre todo en una narrativa compleja como es la del cine. Las películas tienen un lenguaje propio que todos hemos tenido que aprender, con convenciones sobre qué significan los planos, cómo se estructuran las historias y por qué en un momento podemos estar en un punto viendo a unos personajes y al siguiente en otro distinto, o incluso años después. Cuando Simba se hace mayor en El Rey León nos parece un proceso sencillo, pero incluso esa simple elipsis cantarina es toda una proeza para un niño que todavía no entiende cómo funciona el tiempo.
¿Y CUANDO NOS HACEMOS MAYORES?
La edad destroza el placer que podemos extraer de la repetición. Ya sabemos cómo funciona el mundo y no necesitamos poder anticipar una narración conocida. El mejor ejemplo es la música: escuchar la misma canción mil veces funciona hasta que el cerebro se acostumbra y deja de darnos dopamina -felicidad- en cada escucha. Las experiencias se gastan. El sexo, el ocio, la aventura. Buscamos siempre la sensación más intensa, pero la reiteración -paradojas de nuestro cerebro- termina abotargándola, dejando KO el placer que extraemos de ella.
Con la salvedad de las películas de nuestra infancia: el ritual de ver por 168ª vez en Navidad Die Hard nos satisface no sólo porque sea una obra maestra de películas de matar terroristas descalzo, sino por el contexto con el que se relaciona. Desarrollamos vínculos afectivos con nuestras ficciones, que nos devuelven a tiempos más simples. Y es por lo que las canciones que nos gustaron en nuestros años formativos no se "gastan" como las novedades de nuestra vida adulta: el valor musical importa menos que el tiempo al que nos remiten, y el ritual que acompaña su consumo.
Es la misma razón por la que hemos visto mil veces Star Wars sin juicio crítico: no porque nos gustase tanto, sino porque se convirtió en parte de nosotros cuando todo era mejor. De ahí que el Episodio VII fuese tan similar a la original: Disney sabe que hemos ido a verla para revivir la nostalgia de nuestra propia vida, no porque en realidad estemos tan interesados en gente con palos de luz. Nos ha dado exactamente lo que buscábamos. Algo que no tiene relación con la calidad de la película, sino con la experiencia.
Estamos acostumbrados a que un niño vea 200 veces seguidas su película favorita, que pida todas las noches que se le lea el mismo cuento o relea una y otra vez los mismos comics y libros. Nosotros fuimos así. Pero, ¿cuál es el motivo? ¿Por qué sólo funciona en los niños? ¿Qué hace que una canción deje de emocionarnos cuando somos mayores? El Fan Page Actores, Directores y Guionistas de Latinoamérica te lo explica a continuación:
La causa es el funcionamiento del cerebro de los niños. Están preparados para aprender habilidades mediante la repetición de patrones. Y no sólo habilidades prácticas o físicas (que explican el gusto de los niños por jugar siempre a los mismos juegos en el recreo, a través de las generaciones: para perfeccionar mediante la repetición), sino el propio sentido del mundo.
En el caso de las películas o la televisión, incluso seguir un argumento sencillo les supone un gran esfuerzo. De ahí que cada vez que vean la película se sientan contentos por entender cada vez mejor el hilo -mismo caso para los cuentos, los libros y las historias-. La repetición constante no sólo les permite desarrollar mejores habilidades cerebrales (lingüísticas y narrativas), sino que "la repetición literal -ver el mismo contenido una y otra vez- mejora la comprensión y el aprendizaje. Con los niños más pequeños, la repetición no hace que la atención decaiga, y está demostrado que incrementa la participación de la audiencia".
PREDECIR EL FUTURO ES SER UN SEMIDIOS
Es algo que sabe cualquier animador infantil: si los payasos de la tele utilizaban fórmulas y canciones es porque a los niños les encanta poder gritar -incluso a la propia pantalla- algo que conocen. Joan Wenter, doctora en psicología del desarrollo, lo explicaba mejor al afirmar que "una vez que un niño ha dominado el diálogo de una película o la letra y baile de una canción, quiere celebrar su éxito participando de lo que ha visto, así que quiere continuar viendo la película". Aprenderse la sintonía de Dora la Exploradora es un éxito absoluto para un chico, y quiere regodearse en él.
Se trata de una de las técnicas más básicas de aprendizaje, la misma por la que la educación clásica ha sometido a los niños a la tortura de las tablas de multiplicar cantadas o cualquier otra forma de convertir el saber en un patrón. En el caso de las películas animadas, la música y los colores brillantes atraen todavía más su atención, con lo que la cantidad de estímulos y recompensas de los visionados le hacen todavía más feliz.
Pero el mayor éxito de la repetición es permitirles anticipar el futuro. Werter, otra vez, contaba que "para los niños pequeños, hacer predicciones correctas es la muestra definitiva de habilidad. Dado que la vida es bastante impredecible para ellos, se sienten especialmente competentes al poder anticipar lo que sucede a continuación". Y presumir delante de sus compañeros de edad: un niño que sabe lo que va a pasar a continuación en una historia es poco menos que un semidiós para otro que no tenga el mismo nivel de dominio.
Sobre todo en una narrativa compleja como es la del cine. Las películas tienen un lenguaje propio que todos hemos tenido que aprender, con convenciones sobre qué significan los planos, cómo se estructuran las historias y por qué en un momento podemos estar en un punto viendo a unos personajes y al siguiente en otro distinto, o incluso años después. Cuando Simba se hace mayor en El Rey León nos parece un proceso sencillo, pero incluso esa simple elipsis cantarina es toda una proeza para un niño que todavía no entiende cómo funciona el tiempo.
¿Y CUANDO NOS HACEMOS MAYORES?
La edad destroza el placer que podemos extraer de la repetición. Ya sabemos cómo funciona el mundo y no necesitamos poder anticipar una narración conocida. El mejor ejemplo es la música: escuchar la misma canción mil veces funciona hasta que el cerebro se acostumbra y deja de darnos dopamina -felicidad- en cada escucha. Las experiencias se gastan. El sexo, el ocio, la aventura. Buscamos siempre la sensación más intensa, pero la reiteración -paradojas de nuestro cerebro- termina abotargándola, dejando KO el placer que extraemos de ella.
Con la salvedad de las películas de nuestra infancia: el ritual de ver por 168ª vez en Navidad Die Hard nos satisface no sólo porque sea una obra maestra de películas de matar terroristas descalzo, sino por el contexto con el que se relaciona. Desarrollamos vínculos afectivos con nuestras ficciones, que nos devuelven a tiempos más simples. Y es por lo que las canciones que nos gustaron en nuestros años formativos no se "gastan" como las novedades de nuestra vida adulta: el valor musical importa menos que el tiempo al que nos remiten, y el ritual que acompaña su consumo.
Es la misma razón por la que hemos visto mil veces Star Wars sin juicio crítico: no porque nos gustase tanto, sino porque se convirtió en parte de nosotros cuando todo era mejor. De ahí que el Episodio VII fuese tan similar a la original: Disney sabe que hemos ido a verla para revivir la nostalgia de nuestra propia vida, no porque en realidad estemos tan interesados en gente con palos de luz. Nos ha dado exactamente lo que buscábamos. Algo que no tiene relación con la calidad de la película, sino con la experiencia.
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