X-MEN: APOCALYPSE ES UN FIESTÓN EN EL QUE NADIE SE DIVIERTE DEMASIADO [www.facebook.com/actoresdirectoresguionistas]

Bryan Singer se despide de la saga con su blockbuster más desenfrenado, aunque estos mutantes más parecen autómatas
 

Un grupo de mutantes adolescentes sale de ver Return Of The Jedi y comienza a discutir sobre la saga. Uno de ellos piensa que Star Wars merece todos los elogios por haber construido un universo, pero otro cree que The Empire Strikes Back gana por ser más oscura y compleja. "Hay algo en lo que todos estaremos de acuerdo -dice Jean Grey (Sophie Turner)- la tercera es la peor".

Sobre el papel, atendiendo a la propia estructura del diálogo y a sus implicaciones, lo anterior es un chiste. Sin embargo, por la forma en la que está grabado o las interpretaciones sin chispa que realizaron los actores, es muy difícil identificarlo como tal. Y esta meta-reflexión sobre las terceras partes abre dos opciones igual de desconcertantes: a) Bryan Singer está lanzando una indirecta gratuita a X-Men: The Last Stand, esa tercera parte de la saga original que decidió saltarse (y que, gracias a X-Men: Days Of The Future Past, borró a efectos prácticos del canon mutante); o b) Bryan Singer está autocriticándose y disparándose una bala al pie sobre la propia película que estamos viendo; teóricamente, la entrega final de una trilogía abierta con X-Men: First Class. Uno tiende a inclinarse más por la última opción, ya que X-Men: Apocalypse es la película de un cineasta al que esto (los personajes, la mitología, el placer del público o cualquier cosa más allá de su cheque) ha dejado de importarle.



Así que Singer puede permitirse ironizar sobre el material que maneja, pero eso no significa que estamos ante un blockbuster twilightero que sepa sacar oro de su propia decadencia. X-Men: Apocalypse es tan descabellada e irresponsable que debería haber sido divertida, pero ni el director ni Simon Kinberg (productor ascendido a guionista y demiurgo principal de la saga) parecen estar en esto por el goce, sino más bien por una extraña forma de fanservice funcionarial. Sí, por supuesto que el personaje que todo el mundo espera ver hace un cameo, pero no es más que la recreación plana de una de sus portadas más populares. Lo mismo se puede aplicar al villano de la función, un semidios púrpura que le proporciona a Oscar Isaac su primer papel insulso: Apocalypse utiliza un televisor como si fuera internet y está tan obsesionado con la exterminación total que... ¡debería tener una maldita razón para ello! pero la película no nos la proporciona. Cada personaje y cada secuencia son un cliché, así que los malos tienen que intentar acabar con todo y los buenos tienen que impedírselo (un esquema clásico que, en un año en el que vimos Civil War, Batman v Superman y Deadpool, no puede haberse quedado más atrás).

Esta dependencia del lugar común convierte a X-Men: Apocalypse, no en una película de superhéroes modélica, sino en su simulacro, o casi en una abstracción de las películas de este género donde nada llega a tener consecuencias reales. Así, su dilatado clímax final se resuelve en las ruinas de una ciudad previamente arrasada, pero no hay cadáveres de civiles a la vista: simplemente escombros y personajes tan planos como Psylocke (Olivia Munn, o tal vez un animatronic más o menos convincente) ejecutando peleas coreográficas. Esa sensación penetrante de que Singer ha olvidado la escala humana llega a su paroxismo en una de las secuencias más problemáticas del cine de acción moderno, en la que Magneto literalmente arrasa Auschwitz. Allá por el año 2000, Singer consiguió un prólogo poderosísimo al enraizar su opereta mutante en los horrores del mundo real; el hecho de que, dieciséis años después, haya decidido hacer volar por los aires ese anclaje realista dice mucho del estado de la franquicia. Lo más asombroso es que ese momento debería pesar en el balance final de las cosas, pero X-Men: Apocalypse es tan artificial que le concede más importancia dramática al hecho de que un personaje pierda el cabello.


La experiencia es especialmente dolorosa para aquellos que creíamos haber visto la luz tras First Class y Days Of The Future Past: Singer sacrifica la coherencia de la franquicia, pero no lo hace en nombre de la diversión, sino de la desidia. Hay colores chillones, secundarios abracadabrantes y una escala más épica que nunca, pero todo en el nombre del derroche al servicio de la nada. Jennifer Lawrence y Michael Fassbender son dos autómatas cumpliendo compromisos contractuales, la nueva promoción (en realidad, versiones más jóvenes de Cyclops, Nightcrawler y Jean Grey) hace lo que puede con los diálogos que han puesto en sus manos y la tajada más grande, una vez más, le toca al Quicksilver de Evan Peters, pero ya no es lo mismo: su nuevo número de "tiempo en una botella" debería estudiarse como ejemplo de por qué las secuelas no deberían formularse como simples remixes de los grandes éxitos de la entrega anterior. 

Al final, X-Men: Apocalypse transcurre en los años 80, pero su sentido del absurdo sin diversión, así como su decisión de sobresaltar los trajes a costa de los personajes, están más cerca de la Marvel de los 90. Hay una rima visual, probablemente no intencionada, que lo resume todo: la expresión y los gestos de Fassbender cuando trabaja en una fábrica al principio de la película son los mismos que cuando está intentando arrancar de raíz las placas tectónicas de la Tierra al final. No hay alma, no hay convicción y, sobre todo, no hay una buena razón para que al espectador le importe más que a los responsables de esta tercera entrega.

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