¿CUÁL HA SIDO EL SECRETO DEL ÉXITO DE FIFTY SHADES OF GREY A LO LARGO DE ESTA DÉCADA? [www.facebook.com/actoresdirectoresguionistas]
La definición popular de "porno para mamás" es sólo la punta del iceberg
Ciento veinticinco millones de copias vendidas en todo el mundo, Universal batiendo récords de preventas con su segunda entrega cinematográfica (la primera recaudó 571 millones de dólares world wide) y una autora de fanfictions tan afortunada que podría comprar los terrenos de una democracia joven para construirse allí un spa. He aquí Fifty Shades of Grey, trilogía de best-sellers que, para no andarnos con rodeos, lleva seis años introduciendo (a su manera) en el bondage sadomasoquista a mujeres de 52 lenguas distintas mientras tú acabas de leer esta frase. ¿Pensabas que J.K. Rowling era la autora viva más vendida? Bueno, datos que publicó Amazon ya en agosto de 2012 afirman que tendría que matar a su compatriota E.L. James para recuperar ese puesto.
Está bien, remontémonos a los orígenes remotos para intentar entender esto: en 1897, Bram Stoker se adelantó a las críticas de los lectores más mojigatos al convertir al protagonista de su novela, el conde Dracula, en una fuerza sexual todopoderosa y subyugante, un Mal absoluto abriéndose paso por la Inglaterra victoriana y temerosa de Dios, obligando al resto de personajes a entregarse (contra su voluntad) a actos impuros. Cristalización de las fantasías de poder y dominación que la sociedad de su época solía esconder en el armario, Dracula no sólo le dio una coartada moral a su autor, sino que prefiguró la idea del vampiro como fantasía sexual oscura. A partir de entonces, las historias sobre vampiros solían repetir el esquema stokeriano de elemento dionisiaco que alteraba el orden de una sociedad apolínea, por no hablar de que el arquetipo de Drácula en nuestro inconsciente colectivo siempre suele ir asociado a una mujer con el camisón abierto, heridas en el cuello y la inconfundible marca del deseo en el rostro.
Hasta que llegó Twilight. Stephenie Meyer acuñó algo que podríamos bautizar como el Neovampiro, un giro de 180 grados al arquetipo que, en lugar de personificar la fuerza arrolladora de los impulsos primarios, aboga por el autocontrol. Chicas, nada de sexo hasta el matrimonio, cuando por fin pueden entregarse a él y descubrir la única cosa para la que sirven: procrear. Las novelas de Meyer no eran precisamente vitaminas para el imaginario lúbrico de las quinceañeras, pero quizá eso fue lo que convirtió a Edward Cullen en un icono tan poderoso: el sabor de lo prohibido. Y eso fue también lo que inspiró cientos y cientos de fanfictions que daban rienda suelta a toda esa pulsión sexual no consumada que bullía en el subtexto de la saga.
Uno de esos relatos escritos por fans, Master of the Universe, era tan explícito que su autora, Snowqueen's Icedragon (sí, ese era su nick), fue obligada a retirarlo de varias páginas especializadas. Pero no había problema: ya tenía habilitada su propia web, donde realizó algunos pequeños cambios en los personajes y la trama, utilizó otro seudónimo más comercial (E.L. James) y, tras firmar un contrato con una editorial, borró todo el contenido. La trilogía de Grey nació, pues, al calor del Neovampiro de la saga Twilight: en un primer momento, eran Edward y Bella los que disfrutaban de sesiones de sadomaso en la oficina (y en el avión privado, y en el piano, y en...). James convirtió a sus protagonistas en Christian Grey y Anna Steele, pero la semilla siempre estará allí.
Fifty Shades of Grey, bautizada como "porno para mamás" por su éxito entre las lectoras de más de 35 años, es la mutación del virus Corín Tellado para unos tiempos de profunda desigualdad social, en los que la idea de someterse a los deseos de un joven viril y millonario es, al mismo tiempo, repugnante y cautivadora. La protagonista puede parecer una víctima sin dignidad, pero E.L. James (como Stephenie Meyer antes que ella) también está escribiendo en código unas políticas sexuales muy complejas: es ella la que decide someterse, al igual que era Bella la que decidía quedarse con el muerto mojigato (Edward) en lugar de zumbarse al musculoso (Jacob).
Por su parte, el atractivo de Grey está claro, y podríamos resumirlo como una versión masculina de la femme fatale. De hecho, es Dracula por otros medios: sigue siendo ese extraño irresistible y dionisiaco ante el que la voluntad de una mujer indefensa poco puede hacer. Incluso tiene una cámara subterránea, sólo que esta vez está llena de látigos y consoladores. Pobre Edward Cullen: su manifiesto a favor de la abstinencia no caló. A las lectoras de novelas de consumo (y como a todas las chicas del mundo) les sigue gustando 'la mujer dentro del cuerpo de un hombre' que en realidad es Grey.
Ciento veinticinco millones de copias vendidas en todo el mundo, Universal batiendo récords de preventas con su segunda entrega cinematográfica (la primera recaudó 571 millones de dólares world wide) y una autora de fanfictions tan afortunada que podría comprar los terrenos de una democracia joven para construirse allí un spa. He aquí Fifty Shades of Grey, trilogía de best-sellers que, para no andarnos con rodeos, lleva seis años introduciendo (a su manera) en el bondage sadomasoquista a mujeres de 52 lenguas distintas mientras tú acabas de leer esta frase. ¿Pensabas que J.K. Rowling era la autora viva más vendida? Bueno, datos que publicó Amazon ya en agosto de 2012 afirman que tendría que matar a su compatriota E.L. James para recuperar ese puesto.
Está bien, remontémonos a los orígenes remotos para intentar entender esto: en 1897, Bram Stoker se adelantó a las críticas de los lectores más mojigatos al convertir al protagonista de su novela, el conde Dracula, en una fuerza sexual todopoderosa y subyugante, un Mal absoluto abriéndose paso por la Inglaterra victoriana y temerosa de Dios, obligando al resto de personajes a entregarse (contra su voluntad) a actos impuros. Cristalización de las fantasías de poder y dominación que la sociedad de su época solía esconder en el armario, Dracula no sólo le dio una coartada moral a su autor, sino que prefiguró la idea del vampiro como fantasía sexual oscura. A partir de entonces, las historias sobre vampiros solían repetir el esquema stokeriano de elemento dionisiaco que alteraba el orden de una sociedad apolínea, por no hablar de que el arquetipo de Drácula en nuestro inconsciente colectivo siempre suele ir asociado a una mujer con el camisón abierto, heridas en el cuello y la inconfundible marca del deseo en el rostro.
Hasta que llegó Twilight. Stephenie Meyer acuñó algo que podríamos bautizar como el Neovampiro, un giro de 180 grados al arquetipo que, en lugar de personificar la fuerza arrolladora de los impulsos primarios, aboga por el autocontrol. Chicas, nada de sexo hasta el matrimonio, cuando por fin pueden entregarse a él y descubrir la única cosa para la que sirven: procrear. Las novelas de Meyer no eran precisamente vitaminas para el imaginario lúbrico de las quinceañeras, pero quizá eso fue lo que convirtió a Edward Cullen en un icono tan poderoso: el sabor de lo prohibido. Y eso fue también lo que inspiró cientos y cientos de fanfictions que daban rienda suelta a toda esa pulsión sexual no consumada que bullía en el subtexto de la saga.
Uno de esos relatos escritos por fans, Master of the Universe, era tan explícito que su autora, Snowqueen's Icedragon (sí, ese era su nick), fue obligada a retirarlo de varias páginas especializadas. Pero no había problema: ya tenía habilitada su propia web, donde realizó algunos pequeños cambios en los personajes y la trama, utilizó otro seudónimo más comercial (E.L. James) y, tras firmar un contrato con una editorial, borró todo el contenido. La trilogía de Grey nació, pues, al calor del Neovampiro de la saga Twilight: en un primer momento, eran Edward y Bella los que disfrutaban de sesiones de sadomaso en la oficina (y en el avión privado, y en el piano, y en...). James convirtió a sus protagonistas en Christian Grey y Anna Steele, pero la semilla siempre estará allí.
Fifty Shades of Grey, bautizada como "porno para mamás" por su éxito entre las lectoras de más de 35 años, es la mutación del virus Corín Tellado para unos tiempos de profunda desigualdad social, en los que la idea de someterse a los deseos de un joven viril y millonario es, al mismo tiempo, repugnante y cautivadora. La protagonista puede parecer una víctima sin dignidad, pero E.L. James (como Stephenie Meyer antes que ella) también está escribiendo en código unas políticas sexuales muy complejas: es ella la que decide someterse, al igual que era Bella la que decidía quedarse con el muerto mojigato (Edward) en lugar de zumbarse al musculoso (Jacob).
Por su parte, el atractivo de Grey está claro, y podríamos resumirlo como una versión masculina de la femme fatale. De hecho, es Dracula por otros medios: sigue siendo ese extraño irresistible y dionisiaco ante el que la voluntad de una mujer indefensa poco puede hacer. Incluso tiene una cámara subterránea, sólo que esta vez está llena de látigos y consoladores. Pobre Edward Cullen: su manifiesto a favor de la abstinencia no caló. A las lectoras de novelas de consumo (y como a todas las chicas del mundo) les sigue gustando 'la mujer dentro del cuerpo de un hombre' que en realidad es Grey.
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