¿SE EQUIVOCA JAMES CAMERON AL JUGARSE ENTERO POR UNA FRANQUICIA SIN FANS COMO AVATAR? [www.facebook.com/actoresdirectoresguionistas]
Nuestros héroes azules se enfrentan a la política norteamericana, el desarrollo industrial, las empresas petrolíferas... ¡rayos, esto va a estar difícil de vender!
En su artículo 'Por qué a la gente no le interesa Avatar', David Haglund señalaba las razones por las que la épica digital de James Cameron fue, antes que un hito cultural imperecedero, una lucrativa flor de un día. Entre ellas, destaca una teoría que podemos comprobar esta misma semana: el planeta Pandora tuvo más influciencia entre cineastas como Ang Lee (Life of Pi) y Jon Favreau (The Jungle Book) que entre el público, incapaz de conectar con unos personajes y una mitología tan poco estimulantes. Avatar era un espectáculo del Cirque du Soleil, un acontecimiento que sólo tenía sentido en pantalla grande y en 3D (antes de que los asiduos a las salas se cansasen del 3D). Siete años después de su estreno, prácticamente nadie puede nombrar su personaje favorito o señalar una sola secuencia que lo haya dejado impresionado.
Entonces, ¿por qué Cameron ha anunciado que ya ha empezado la producción de cuatro secuelas durante los próximos cinco años? "No me centro sólo en Avatar 2, sino en Avatar 2, 3, 4 y 5 a la vez", ha dicho el hombre de Kapuskasing.
Desde el punto de vista comercial, incluso industrial, comenzar la producción Avatar 2 tenía sentido a principios de esta década, cuando el fenómeno aún estaba caliente y los fans se acordaban de que una vez se pintaron la cara de azul. No obstante, el cineasta asegura que sus planes para la saga son tan revolucionarios que la tecnología aún no está del todo preparada. Es la misma razón que demoró tanto el estreno de la primera entrega, y digamos que el resultado no supuso un giro copernicano que trascendiese para siempre el arte cinematográfico. Por supuesto que elevó el listón técnico considerablemente, pero el lenguaje ya estaba tendiendo hacia allí de todos modos. El T-1000 de Terminator 2: El Juicio Final fue un antes y un después, los dragones de Avatar fueron un peldaño más en la evolución.
Lo más llamativo de la noticia es su confirmación implícita de que James Cameron y Avatar son ahora una sola entidad, de modo que podemos ir olvidándonos de cualquier otro proyecto de ficción con su firma. En la práctica, el director va a dedicar la segunda mitad de su carrera a una franquicia sin fans, a una mitología que (sospechamos) solamente él encuentra cercana a su corazón. No es exactamente como si Cameron se hubiera dejado devorar por la lógica mercantil de Hollywood, pues este es, al fin y al cabo, su bebé. Pero también es muy posible que sea su obsesión, una que lo ha llevado a convencer a Fox de que los espectadores de todo el mundo necesitan conocer que sucedió en Pandora tras los acontecimientos de una primera entrega que, en realidad, nadie recuerda. ¿Y si la segunda parte no está a la altura de sus expectativas comerciales? ¿Y si el estudio lo ha apostado todo a una antigua canción sin peso real en la cultura pop contemporánea? ¿Y si, digámoslo ya, Cameron se ha acabado embarcando en su propio Titanic?
EL PROBLEMA DE LA FRANQUICIA
Scott Mendelson explicaba muy bien el problema de la franquicia: no hay presencia de Avatar más allá de una película "de la que nadie recuerda el nombre de sus personajes". No hay muñecos, no hay videojuegos, no hay presencia transmedia que se traduzca en dinero. El blockbuster actual franquiciado tiene que ser un monstruo recaudador que vaya más allá de los estudios, algo parecido a lo que Warner o Disney llevan a cabo con sus emporios.
Bob Iger, el presidente de Disney, presentó el 9 de febrero los resultados del trimestre más apabullante de la multinacional: "nuestros estudios han superado los mil millones de dólares por primera vez en su historia gracias al increíble éxito de Star Wars. Nuestros parques temáticos también han hecho historia, con casi otros mil millones. Y nuestras divisiones de productos de consumo e interactiva han ganado otros 860 millones de dólares".
Esa última frase se refiere a los muñequitos, los videojuegos, las camisetas, las apps y demás exprimedólares de sus franquicias. Mira las cifras otra vez: The Force Awakens tiene sólo un poco más de empuje que la venta de cosas relacionadas con Marvel y Disney. Harry Potter fue magia para todos los implicados en sus licencias. Un videojuego de Batman puede ingresar 300 millones de dólares en un par de meses.
Y ésa es la tarea que tienen Cameron y Fox por delante: intentar convertir un puñado de seres azules y mechas de combate en algo que la gente quiera tener en sus salones, en sus smartphones y en sus camisetas. Algo más difícil que enfrentarse a balas con arcos y flechas.
En su artículo 'Por qué a la gente no le interesa Avatar', David Haglund señalaba las razones por las que la épica digital de James Cameron fue, antes que un hito cultural imperecedero, una lucrativa flor de un día. Entre ellas, destaca una teoría que podemos comprobar esta misma semana: el planeta Pandora tuvo más influciencia entre cineastas como Ang Lee (Life of Pi) y Jon Favreau (The Jungle Book) que entre el público, incapaz de conectar con unos personajes y una mitología tan poco estimulantes. Avatar era un espectáculo del Cirque du Soleil, un acontecimiento que sólo tenía sentido en pantalla grande y en 3D (antes de que los asiduos a las salas se cansasen del 3D). Siete años después de su estreno, prácticamente nadie puede nombrar su personaje favorito o señalar una sola secuencia que lo haya dejado impresionado.
Entonces, ¿por qué Cameron ha anunciado que ya ha empezado la producción de cuatro secuelas durante los próximos cinco años? "No me centro sólo en Avatar 2, sino en Avatar 2, 3, 4 y 5 a la vez", ha dicho el hombre de Kapuskasing.
Desde el punto de vista comercial, incluso industrial, comenzar la producción Avatar 2 tenía sentido a principios de esta década, cuando el fenómeno aún estaba caliente y los fans se acordaban de que una vez se pintaron la cara de azul. No obstante, el cineasta asegura que sus planes para la saga son tan revolucionarios que la tecnología aún no está del todo preparada. Es la misma razón que demoró tanto el estreno de la primera entrega, y digamos que el resultado no supuso un giro copernicano que trascendiese para siempre el arte cinematográfico. Por supuesto que elevó el listón técnico considerablemente, pero el lenguaje ya estaba tendiendo hacia allí de todos modos. El T-1000 de Terminator 2: El Juicio Final fue un antes y un después, los dragones de Avatar fueron un peldaño más en la evolución.
Lo más llamativo de la noticia es su confirmación implícita de que James Cameron y Avatar son ahora una sola entidad, de modo que podemos ir olvidándonos de cualquier otro proyecto de ficción con su firma. En la práctica, el director va a dedicar la segunda mitad de su carrera a una franquicia sin fans, a una mitología que (sospechamos) solamente él encuentra cercana a su corazón. No es exactamente como si Cameron se hubiera dejado devorar por la lógica mercantil de Hollywood, pues este es, al fin y al cabo, su bebé. Pero también es muy posible que sea su obsesión, una que lo ha llevado a convencer a Fox de que los espectadores de todo el mundo necesitan conocer que sucedió en Pandora tras los acontecimientos de una primera entrega que, en realidad, nadie recuerda. ¿Y si la segunda parte no está a la altura de sus expectativas comerciales? ¿Y si el estudio lo ha apostado todo a una antigua canción sin peso real en la cultura pop contemporánea? ¿Y si, digámoslo ya, Cameron se ha acabado embarcando en su propio Titanic?
EL PROBLEMA DE LA FRANQUICIA
Scott Mendelson explicaba muy bien el problema de la franquicia: no hay presencia de Avatar más allá de una película "de la que nadie recuerda el nombre de sus personajes". No hay muñecos, no hay videojuegos, no hay presencia transmedia que se traduzca en dinero. El blockbuster actual franquiciado tiene que ser un monstruo recaudador que vaya más allá de los estudios, algo parecido a lo que Warner o Disney llevan a cabo con sus emporios.
Bob Iger, el presidente de Disney, presentó el 9 de febrero los resultados del trimestre más apabullante de la multinacional: "nuestros estudios han superado los mil millones de dólares por primera vez en su historia gracias al increíble éxito de Star Wars. Nuestros parques temáticos también han hecho historia, con casi otros mil millones. Y nuestras divisiones de productos de consumo e interactiva han ganado otros 860 millones de dólares".
Esa última frase se refiere a los muñequitos, los videojuegos, las camisetas, las apps y demás exprimedólares de sus franquicias. Mira las cifras otra vez: The Force Awakens tiene sólo un poco más de empuje que la venta de cosas relacionadas con Marvel y Disney. Harry Potter fue magia para todos los implicados en sus licencias. Un videojuego de Batman puede ingresar 300 millones de dólares en un par de meses.
Y ésa es la tarea que tienen Cameron y Fox por delante: intentar convertir un puñado de seres azules y mechas de combate en algo que la gente quiera tener en sus salones, en sus smartphones y en sus camisetas. Algo más difícil que enfrentarse a balas con arcos y flechas.
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