¿ES M. NIGHT SHYAMALAN EL CINEASTA QUE MEJOR HA ENTENDIDO LA CULTURA ONLINE? [www.facebook.com/actoresdirectoresguionistas]
El renacido M. Night Shyamalan le habla de tú a tú a los youtubers. Los tiempos dorados de The Sixth Sense y Unbreakable ya no están tan lejanos tras sus dos recientes éxitos
M. Night Shyamalan vuelve a gustar a todo el mundo. Y podría deberse a que ha entendido mejor que nadie el Internet y cómo se consume el audiovisual hoy en día. Split, su nueva película, ha roto la taquilla (lleva tres semanas como el número 1 en Estados Unidos), y gran parte del público y la crítica coinciden en que es su mejor trabajo desde The Sixth Sense (1999) y Unbreakable (2000). Esta última apreciación no es del todo correcta. Salvo por un par de tropiezos, su filmografía está llena de películas excelentes de las que se pueden discutir muchas cosas menos una: lo increíblemente bien dirigidas que están.
Entre Unbreakable y Split no hay, pues, ningún abismo. Pero es cierto que en ese arco temporal Shyamalan cayó en un paulatino ensimismamiento que lo alejó de parte del público. Se replegó tanto que olvidó la clave del éxito de The Sixth Sense y Unbreakable: la complicidad con un espectador que se sentía atendido e interpelado. El clímax de su ofuscamiento -y fracaso- llegó con The Last Airbender (2010) y After Earth (2013), sus peores películas. ¿Cómo podía perderse así un tipo tan brillante? ¿Era recuperable? Sí. Dos años después de caer en picada, se marcaba la irresistible The Visit (2015).
Una de las razones por las que The Visit y, especialmente, Split hayan ido como la seda es lo bien que le ha sentado a Shyamalan hacer películas más pequeñas y de claro espíritu B. Al liberarse de presiones de producción y recepción, ha firmado sus obras más libres (y libertinas) y ha enloquecido para bien. Son dos de las películas de género más brillantes, chifladas y divertidas de los últimos años. Pero otro motivo es, claramente, que Shyamalan vuelve a vivir en la realidad. Lo que es doblemente noticioso al tratarse de un director que, hasta hace nada, vivía exclusivamente en su cabeza.
The Visit y Split no pueden ser más modernas. Rompiendo con la tendencia actual de los directores de cine de género a mirar hacia el pasado, Shyamalan observa con atención el presente y lo devora. Esas dos películas se alimentan conceptual, temática y formalmente de internet y de otras formas actuales de consumo popular de audiovisual.
Modern Fears
Es cierto que The Visit y Split recurren a temas típicos del cine de terror, como la psicopatía, el secuestro o la suplantación de la identidad. Pero los arrastran hacia la actualidad haciéndose eco de las singularidades del presente y, sobre todo, de los miedos modernos, lo que provoca la complicidad instantánea del espectador.
Hay muchos ejemplos. The Visit era un claro caso de catfish, pues apelaba a algo tan actual y real como el pavor a conocer por internet a algún chiflado. Shyamalan ironizaba en ella con bastante mala baba sobre un cambio en las relaciones personales, sobre el peligro de confiar en una imagen virtual probablemente falsa. Considerada en su momento un fallo de guión, la ligereza con la que la madre de The Visit enviaba a sus hijos con unos abuelos a los que no veía desde hacía quince años (que contactan con ella por internet) tiene mucha guasa en ese sentido. Esa película es puro internet, como lo es Split. Las veintitrés identidades del protagonista (James McAvoy) pueden funcionar perfectamente como una representación llevada al extremo de los muchos rostros que una persona puede mostrar en sus redes sociales… y del rostro que (casi) todo el mundo oculta: el de La Bestia (aquí la identidad número veinticuatro). Y eso es really bad.
Sigamos con las Formas
Lo absolutamente consciente que es Shyamalan de la coyuntura, de cómo la tecnología determina nuestra identidad y de la avalancha de nuevos lenguajes audiovisuales también se nota en la narrativa de sus películas y, sobre todo, en la puesta en escena. Es importantísimo, por ejemplo, lo que hace en The Visit con la estética found footage (digo estética porque en esa película las grabaciones no se presentan como metraje encontrado, sino como work in progress). El director va más allá que en otras películas del estilo al no usar ese recurso sólo para dar sensación de realidad, cotidianidad o inmediatez. La niña protagonista graba lo que sucede en casa de sus supuestos abuelos con la intención de hacer un documental sobre su madre. La mayor parte del tiempo, elige, planifica y filtra lo que quiere grabar, algo que tiene mucho más que ver con Snapchat y derivados que con el video casero de antaño.
En Split, Shyamalan no insiste de una forma tan evidente como en The Visit en la importancia (y doble filo) de la tecnología. Sin embargo, hace gala de una percepción todavía mayor del signo de los tiempos. La planificación y el montaje de Split son alucinantes, muy extraños. Descifrar la intención y el misterio de cada encuadre o cambio de plano darían para un ensayo muy potente. Pero, a efectos de este artículo, vale la pena destacar que varias apariciones del protagonista (bajo distintas identidades) son, como decíamos, puro Internet: en plano medio, con el personaje de frente y definiéndose en muy pocos segundos. Las cumbres están a) en los clips del ordenador del protagonista, en los que sus distintas identidades hablan mirando a la cámara y b) en el playback de un rap que, como si se tratara de un youtuber, se marca Hedwig (la identidad infantil del protagonista) en su habitación, espacio cerrado y autosuficiente donde, no por casualidad, la única ventana al exterior es un trampantojo. Hedwig actúa para Casey (Anya Taylor-Joy), una de las víctimas, pero podría estar haciéndolo perfectamente delante de una webcam. Nota: el chico de The Visit también quería ser youtuber y tenía tan poquita gracia como él. Revisen los créditos finales.
Es evidente que Shyamalan ha decidido absorber en sus películas otros lenguajes, y lo ha hecho de una manera totalmente orgánica. Otro ejemplo sería la conexión entre los subterráneos de la pesadilla de Split, esquemáticos, de líneas muy rectas, casi sin abalorios, y los escenarios de un videojuego. Y, ya de remate, ¿no tiene Split, su espacio principal y su diseño de identidades, mucho de Los Sims?
Jugadas de Nuestro Tiempos
Hay otras dos cosas que han convertido a Shyamalan en un autor totalmente ligado al presente. Una ha sido la explosión definitiva con Split de un universo y una mitología propios gestados a lo largo de los años. La simbología de sus películas y, sobre todo, los extraños vínculos por los que están conectadas son temas de debate, alimento de las teorías más ingeniosas, disparatadas y perturbadoras en las redes sociales. La otra tiene que ver con el maravilloso final de Split y la próxima película de Shyamalan. El último tuit del autor, sus declaraciones para el podcast Happy Sad Confused y el sentido común indican que su próxima película será Split 2 y estará conectada con Unbreakable. ¿Hay jugada más de nuestro tiempo que esa? Expectativas, conjeturas, mitomanía… M. Night Shyamalan tira la piedra y esconde la mano. Y nosotros, felices de perdernos en el fascinante tejido de especulaciones que tenemos a un clic, en todas nuestras pantallas.
M. Night Shyamalan vuelve a gustar a todo el mundo. Y podría deberse a que ha entendido mejor que nadie el Internet y cómo se consume el audiovisual hoy en día. Split, su nueva película, ha roto la taquilla (lleva tres semanas como el número 1 en Estados Unidos), y gran parte del público y la crítica coinciden en que es su mejor trabajo desde The Sixth Sense (1999) y Unbreakable (2000). Esta última apreciación no es del todo correcta. Salvo por un par de tropiezos, su filmografía está llena de películas excelentes de las que se pueden discutir muchas cosas menos una: lo increíblemente bien dirigidas que están.
Entre Unbreakable y Split no hay, pues, ningún abismo. Pero es cierto que en ese arco temporal Shyamalan cayó en un paulatino ensimismamiento que lo alejó de parte del público. Se replegó tanto que olvidó la clave del éxito de The Sixth Sense y Unbreakable: la complicidad con un espectador que se sentía atendido e interpelado. El clímax de su ofuscamiento -y fracaso- llegó con The Last Airbender (2010) y After Earth (2013), sus peores películas. ¿Cómo podía perderse así un tipo tan brillante? ¿Era recuperable? Sí. Dos años después de caer en picada, se marcaba la irresistible The Visit (2015).
Una de las razones por las que The Visit y, especialmente, Split hayan ido como la seda es lo bien que le ha sentado a Shyamalan hacer películas más pequeñas y de claro espíritu B. Al liberarse de presiones de producción y recepción, ha firmado sus obras más libres (y libertinas) y ha enloquecido para bien. Son dos de las películas de género más brillantes, chifladas y divertidas de los últimos años. Pero otro motivo es, claramente, que Shyamalan vuelve a vivir en la realidad. Lo que es doblemente noticioso al tratarse de un director que, hasta hace nada, vivía exclusivamente en su cabeza.
The Visit y Split no pueden ser más modernas. Rompiendo con la tendencia actual de los directores de cine de género a mirar hacia el pasado, Shyamalan observa con atención el presente y lo devora. Esas dos películas se alimentan conceptual, temática y formalmente de internet y de otras formas actuales de consumo popular de audiovisual.
Modern Fears
Es cierto que The Visit y Split recurren a temas típicos del cine de terror, como la psicopatía, el secuestro o la suplantación de la identidad. Pero los arrastran hacia la actualidad haciéndose eco de las singularidades del presente y, sobre todo, de los miedos modernos, lo que provoca la complicidad instantánea del espectador.
Hay muchos ejemplos. The Visit era un claro caso de catfish, pues apelaba a algo tan actual y real como el pavor a conocer por internet a algún chiflado. Shyamalan ironizaba en ella con bastante mala baba sobre un cambio en las relaciones personales, sobre el peligro de confiar en una imagen virtual probablemente falsa. Considerada en su momento un fallo de guión, la ligereza con la que la madre de The Visit enviaba a sus hijos con unos abuelos a los que no veía desde hacía quince años (que contactan con ella por internet) tiene mucha guasa en ese sentido. Esa película es puro internet, como lo es Split. Las veintitrés identidades del protagonista (James McAvoy) pueden funcionar perfectamente como una representación llevada al extremo de los muchos rostros que una persona puede mostrar en sus redes sociales… y del rostro que (casi) todo el mundo oculta: el de La Bestia (aquí la identidad número veinticuatro). Y eso es really bad.
Sigamos con las Formas
Lo absolutamente consciente que es Shyamalan de la coyuntura, de cómo la tecnología determina nuestra identidad y de la avalancha de nuevos lenguajes audiovisuales también se nota en la narrativa de sus películas y, sobre todo, en la puesta en escena. Es importantísimo, por ejemplo, lo que hace en The Visit con la estética found footage (digo estética porque en esa película las grabaciones no se presentan como metraje encontrado, sino como work in progress). El director va más allá que en otras películas del estilo al no usar ese recurso sólo para dar sensación de realidad, cotidianidad o inmediatez. La niña protagonista graba lo que sucede en casa de sus supuestos abuelos con la intención de hacer un documental sobre su madre. La mayor parte del tiempo, elige, planifica y filtra lo que quiere grabar, algo que tiene mucho más que ver con Snapchat y derivados que con el video casero de antaño.
En Split, Shyamalan no insiste de una forma tan evidente como en The Visit en la importancia (y doble filo) de la tecnología. Sin embargo, hace gala de una percepción todavía mayor del signo de los tiempos. La planificación y el montaje de Split son alucinantes, muy extraños. Descifrar la intención y el misterio de cada encuadre o cambio de plano darían para un ensayo muy potente. Pero, a efectos de este artículo, vale la pena destacar que varias apariciones del protagonista (bajo distintas identidades) son, como decíamos, puro Internet: en plano medio, con el personaje de frente y definiéndose en muy pocos segundos. Las cumbres están a) en los clips del ordenador del protagonista, en los que sus distintas identidades hablan mirando a la cámara y b) en el playback de un rap que, como si se tratara de un youtuber, se marca Hedwig (la identidad infantil del protagonista) en su habitación, espacio cerrado y autosuficiente donde, no por casualidad, la única ventana al exterior es un trampantojo. Hedwig actúa para Casey (Anya Taylor-Joy), una de las víctimas, pero podría estar haciéndolo perfectamente delante de una webcam. Nota: el chico de The Visit también quería ser youtuber y tenía tan poquita gracia como él. Revisen los créditos finales.
Es evidente que Shyamalan ha decidido absorber en sus películas otros lenguajes, y lo ha hecho de una manera totalmente orgánica. Otro ejemplo sería la conexión entre los subterráneos de la pesadilla de Split, esquemáticos, de líneas muy rectas, casi sin abalorios, y los escenarios de un videojuego. Y, ya de remate, ¿no tiene Split, su espacio principal y su diseño de identidades, mucho de Los Sims?
Jugadas de Nuestro Tiempos
Hay otras dos cosas que han convertido a Shyamalan en un autor totalmente ligado al presente. Una ha sido la explosión definitiva con Split de un universo y una mitología propios gestados a lo largo de los años. La simbología de sus películas y, sobre todo, los extraños vínculos por los que están conectadas son temas de debate, alimento de las teorías más ingeniosas, disparatadas y perturbadoras en las redes sociales. La otra tiene que ver con el maravilloso final de Split y la próxima película de Shyamalan. El último tuit del autor, sus declaraciones para el podcast Happy Sad Confused y el sentido común indican que su próxima película será Split 2 y estará conectada con Unbreakable. ¿Hay jugada más de nuestro tiempo que esa? Expectativas, conjeturas, mitomanía… M. Night Shyamalan tira la piedra y esconde la mano. Y nosotros, felices de perdernos en el fascinante tejido de especulaciones que tenemos a un clic, en todas nuestras pantallas.
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