BEYOND THE WALL: EL CAPÍTULO QUE DEJÓ VER TODAS LAS FALENCIAS DE GAME OF THRONES [www.facebook.com/actoresdirectoresguionistas]
Ahora parece que esto se trata de encajar a varios personajes en un despropósito narrativo que lo único que quiere es llegar como sea a su capítulo final
En el mundo antiguo (es decir, cuando Game Of Thrones aún estaba adaptando una saga literaria, en lugar de expandiéndola), el penúltimo episodio de cada temporada solía ser el punto exacto de ebullición al que los maestres Benioff & Weiss nos habían estado llevando todo el tiempo. La ejecución final de Baelor, el despliegue bélico de Blackwater y The Watchers On The Wall, el shock de The Rains Of Castamere o la apoteosis de sangre y barro de Battle Of The Bastards -Hardhome, de la quinta temporada, se saltó la regla al ir antepenúltimo- funcionaban porque suponían una inmersión directa en la pura acción, en el ojo del huracán, en un momento decisivo para un andamiaje argumental que, durante el resto de la temporada, se había ido construyendo pacientemente a través de diálogos y saltos en el mapa. Con Beyond The Wall, dirigido por el veterano Alan Taylor, la serie descubre que esa fórmula deja de tener sentido tras cinco episodios caracterizados por el movimiento perpetuo y los momentos de doble-o-nada. Si todo el sexto año de Game Of Thrones ha sido un inmenso penúltimo episodio, o un clímax contínuo capaz de desdeñar su lógica interna en favor de la acción y velocidad, ¿qué nos puede ofrecer este cara a cara con el ejército de los muertos para destacar sobre, pongamos por caso, los últimos minutos de The Spoils Of War?
La respuesta a esa pregunta pone de manifiesto todas las debilidades de una temporada que llevaba demasiado tiempo pisando el acelerador y olvidándose de las consecuencias. Si la formación de ese grupo salvaje con el que Jon Snow planeaba dar caza a un zombie fue patosa y apresurada, sus peripecias más allá del Muro no pueden dejar de resultar insatisfactorias. De hecho, es posible que el primer acto contenga algunas de las escenas más toscas de toda la serie: un grupo de hombres avanzando por parejas en plano medio mientras se intercambian precisamente los beats informativos que el gran esquema argumental necesita que se intercambien antes de la batalla. La conversación entre Jon y Jorah Mormont (Iain Glen) sobre la herencia de la espada debería haber sido emotiva, pero tanto el guión como la dirección y los actores parecen tomársela como un engorroso peaje. Game Of Thrones ya no vive para estos pequeños momentos de personajes y, por tanto, ya se ha olvidado de cómo hacerlos. Ahora vive para un encadenado de golpes de efecto que, a la postre, encorseta a todos sus héroes y heroínas en un circo de tres pistas absolutamente centrado en los highlights, pero sin ninguna consideración por su tejido conectivo.
Impaciente por llegar a su plano final, Beyond The Wall va revelando atajos (ahora resulta que sólo necesitas matar a un White Walker para hacer desaparecer a varios muertos vivientes de un solo palmazo), dosificando con poco disimulo sus Deus Ex Machina (hola y adiós, Tío Benjen), dando pequeñas pinceladas de lo que podría haber sido su gran inmersión en el terror e incluyendo pequeñas viñetas de Winterfell y Dragonstone para que, bueno, no se note demasiado que el grupo de Jon, así como su número indeterminado de fans prescindibles, parece atrapado en un escenario de Bertolt Brecht.
La proverbial sorpresa 'cientochentagraduense' del penúltimo episodio acaba, así, convirtiéndose más bien en la constatación de un deseo fan, como tantas otras cosas en estas dos últimas temporadas. Sólo que la serie nunca había sucumbido tanto a su propia estructura épica como en Beyond the Wall, el episodio donde todos sus problemas y debilidades acaban colapsando de manera espectacular. O, por utilizar una metáfora más adecuada, donde la fina capa de hielo por la que Game Of Thrones se había acostumbrado a caminar acaba deshaciéndose al fin.
Aún queda un (se supone, extralargo) episodio para cerrar tramas y allanar (y salvar) el terreno de cara al gran final, previsto para 2018. Por muchos callejones sin salida en los que Game Of Thrones se haya metido a sí misma a lo largo de esta temporada, es indudable que también ha sabido orquestar el mayor espectáculo televisivo que existe: una apisonadora de sangre y fuego que no sólo nos ha mantenido pegados al sofá semana tras semana, sino que también nos ha regalado un valiosísimo material de conversación. Por debajo de todo su sturm und drang, además, hemos podido intuir un interesante discurso sobre las dificultades a las que se enfrentan las nuevas generaciones a la hora de heredar (muchas veces, por encima de los cadáveres de sus mayores) un mundo corrupto y roto, pero aún así digno de salvar. Beyond The Wall ha tenido breves interludios de esa serie, siempre más relevante (pero menos vistosa) que su envoltorio de blockbuster. La conversación final entre Arya (Maisie Williams) y Sansa (Sophie Turner) nos recuerda que, a veces, sólo necesitas una habitación y a dos actrices para lograr el tipo de tensión al que trescientos no-muertos generados por ordenador y un dragón de ojos azules sólo pueden aspirar.
En el mundo antiguo (es decir, cuando Game Of Thrones aún estaba adaptando una saga literaria, en lugar de expandiéndola), el penúltimo episodio de cada temporada solía ser el punto exacto de ebullición al que los maestres Benioff & Weiss nos habían estado llevando todo el tiempo. La ejecución final de Baelor, el despliegue bélico de Blackwater y The Watchers On The Wall, el shock de The Rains Of Castamere o la apoteosis de sangre y barro de Battle Of The Bastards -Hardhome, de la quinta temporada, se saltó la regla al ir antepenúltimo- funcionaban porque suponían una inmersión directa en la pura acción, en el ojo del huracán, en un momento decisivo para un andamiaje argumental que, durante el resto de la temporada, se había ido construyendo pacientemente a través de diálogos y saltos en el mapa. Con Beyond The Wall, dirigido por el veterano Alan Taylor, la serie descubre que esa fórmula deja de tener sentido tras cinco episodios caracterizados por el movimiento perpetuo y los momentos de doble-o-nada. Si todo el sexto año de Game Of Thrones ha sido un inmenso penúltimo episodio, o un clímax contínuo capaz de desdeñar su lógica interna en favor de la acción y velocidad, ¿qué nos puede ofrecer este cara a cara con el ejército de los muertos para destacar sobre, pongamos por caso, los últimos minutos de The Spoils Of War?
La respuesta a esa pregunta pone de manifiesto todas las debilidades de una temporada que llevaba demasiado tiempo pisando el acelerador y olvidándose de las consecuencias. Si la formación de ese grupo salvaje con el que Jon Snow planeaba dar caza a un zombie fue patosa y apresurada, sus peripecias más allá del Muro no pueden dejar de resultar insatisfactorias. De hecho, es posible que el primer acto contenga algunas de las escenas más toscas de toda la serie: un grupo de hombres avanzando por parejas en plano medio mientras se intercambian precisamente los beats informativos que el gran esquema argumental necesita que se intercambien antes de la batalla. La conversación entre Jon y Jorah Mormont (Iain Glen) sobre la herencia de la espada debería haber sido emotiva, pero tanto el guión como la dirección y los actores parecen tomársela como un engorroso peaje. Game Of Thrones ya no vive para estos pequeños momentos de personajes y, por tanto, ya se ha olvidado de cómo hacerlos. Ahora vive para un encadenado de golpes de efecto que, a la postre, encorseta a todos sus héroes y heroínas en un circo de tres pistas absolutamente centrado en los highlights, pero sin ninguna consideración por su tejido conectivo.
Impaciente por llegar a su plano final, Beyond The Wall va revelando atajos (ahora resulta que sólo necesitas matar a un White Walker para hacer desaparecer a varios muertos vivientes de un solo palmazo), dosificando con poco disimulo sus Deus Ex Machina (hola y adiós, Tío Benjen), dando pequeñas pinceladas de lo que podría haber sido su gran inmersión en el terror e incluyendo pequeñas viñetas de Winterfell y Dragonstone para que, bueno, no se note demasiado que el grupo de Jon, así como su número indeterminado de fans prescindibles, parece atrapado en un escenario de Bertolt Brecht.
La proverbial sorpresa 'cientochentagraduense' del penúltimo episodio acaba, así, convirtiéndose más bien en la constatación de un deseo fan, como tantas otras cosas en estas dos últimas temporadas. Sólo que la serie nunca había sucumbido tanto a su propia estructura épica como en Beyond the Wall, el episodio donde todos sus problemas y debilidades acaban colapsando de manera espectacular. O, por utilizar una metáfora más adecuada, donde la fina capa de hielo por la que Game Of Thrones se había acostumbrado a caminar acaba deshaciéndose al fin.
Aún queda un (se supone, extralargo) episodio para cerrar tramas y allanar (y salvar) el terreno de cara al gran final, previsto para 2018. Por muchos callejones sin salida en los que Game Of Thrones se haya metido a sí misma a lo largo de esta temporada, es indudable que también ha sabido orquestar el mayor espectáculo televisivo que existe: una apisonadora de sangre y fuego que no sólo nos ha mantenido pegados al sofá semana tras semana, sino que también nos ha regalado un valiosísimo material de conversación. Por debajo de todo su sturm und drang, además, hemos podido intuir un interesante discurso sobre las dificultades a las que se enfrentan las nuevas generaciones a la hora de heredar (muchas veces, por encima de los cadáveres de sus mayores) un mundo corrupto y roto, pero aún así digno de salvar. Beyond The Wall ha tenido breves interludios de esa serie, siempre más relevante (pero menos vistosa) que su envoltorio de blockbuster. La conversación final entre Arya (Maisie Williams) y Sansa (Sophie Turner) nos recuerda que, a veces, sólo necesitas una habitación y a dos actrices para lograr el tipo de tensión al que trescientos no-muertos generados por ordenador y un dragón de ojos azules sólo pueden aspirar.
Excelente crítica! Muy buen desglose de ese infame sexto capítulo!
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