EL SURREALISMO ESPACIAL DE VALERIAN SALVA SUS DEFECTOS [www.facebook.com/actoresdirectoresguionistas]

Su principal reto parece haber sido modelar la personalidad de su pareja protagonista a partir de las fortalezas de Dane DeHaan como curiosa declinación del caradura galáctico y Cara Delevingne como enmienda a la totalidad de varios arquetipos sexistas


Utilizar el adjetivo "influyente" cuando se trata de un hito de la historieta francobelga como Valérian et Laureline es la madre de todas las subestimaciones. La saga interestelar imaginada por el guionista Pierre Christin y el insuperable dibujante Jean-Claude Mézières no sólo tuvo un impacto directo y poco menos que revolucionario en el comic francés, sino que sus tentáculos llegaron -en forma de influjo no acreditado- hasta la cantina de Mos Eisley. Como pudimos comprobar con John Carter (Andrew Stanton, 2012), contarte entre los referentes que dieron forma a Star Wars puede llegar a ser una maldición, pues te arriesgas a que una gran parte de la platea piense que estás sableando a George Lucas cuando, en realidad, estás regresando a la fuente original. Algo similar le ha ocurrido a Luc Besson: si en The Fifth Element (1997) contrató a Mézières y a uno de sus hijos espirituales, Moebius, para supervisar un diseño de producción más afín a la sensibilidad de Métal Hurlant, ahora vuelve al texto original sin importarle demasiado el qué dirán. El cineasta no se está copiando a sí mismo veinte años después (aunque hay guiños bien escogidos a aquel memorable trabajo), sino reivindicando el centro neurálgico de la ciencia-ficción europea. Y, si debemos guiarnos por la dedicatoria a su padre, también de su propia sensibilidad como artista, lo que convertiría a Valerian and the City of a Thousand Planets en, al mismo tiempo, la película francesa más cara de la historia y un personalísimo trabajo de amor.

Dotado de un primer acto absolutamente triunfal, este blockbuster para pre-adolescentes en pleno subidón estival europeo (bajadón invernal para nosotros) y para humanoides asociados hace un buen trabajo a la hora de ajustar la idiosincrasia de los discos actuales a los cánones del entretenimiento contemporáneo. Su principal reto parece haber sido modelar la personalidad de su pareja protagonista a partir de las fortalezas de Dane DeHaan como curiosa declinación del caradura galáctico y Cara Delevingne como enmienda a la totalidad de varios arquetipos sexistas. Ambos son, de alguna manera, los Valerian y Laureline de siempre, pero también un par de millennials obligados a decidir si siguen alimentando una maquinaria social tan asimétrica como corrupta o si, por el contrario, rompen con el imperialismo tecnológico en pos de la solidaridad con especies menos avanzadas en lo material (pero infinitamente superiores en lo espiritual). Nada que la inconfundible agenda ideológica, feminista y ecológica de Christin no hiciese ya palpable en los comics originales, pero resulta conmovedor comprobar cómo Besson ha sido fiel a ese progresismo tan siglo XX en su viaje hacia el futuro de la humanidad, condensado (a ritmo de Space Oddity) en un prólogo que deja constancia de su capacidad como narrador audiovisual.


Donde Valerian hace agua es en su dimensión más prosaica y ortodoxa, o en una carpintería narrativa que intenta adaptar las coordenadas maestras de El Embajador de las Sombras y El Imperio de los Mil Planetas (reunidas, por cierto, en una recomendable edición de Norma), dando como resultado un argumento sobre raíles que nunca está a la altura del despliegue imaginativo, ni de la explosión de colores digitales ni del conocimiento profundo del comic original que se palpa en cada plano. En este sentido, la sensación de déja vu sí juega en su contra: cuando tanto Star Trek como Star Wars han hecho ya tramas alrededor de un archivo desaparecido de la base de datos galáctica, y cuando la misma idea te da tanta pereza que acabas desaprovechando a todo un Clive Owen, quizá hubiese sido mejor organizar la película en torno a esos deliciosos desvíos de la ruta principal que Besson coge cada vez que tiene ocasión. Valerian gana puntos cuando se toma su tiempo para que conozcamos la historia de una metaforma con voz de Rihanna, o de un pescador de medusas gigantes tan barbudo que casi no reconocemos a Alain Chabat, o cuando Laureline es secuestrada por unos bichos que pretenden convertirla en camarera (o, al menos, eso cree ella). Con un diseño de criaturas tan fascinante, da mucha rabia que la película no se abandone por completo a sus tendencias episódicas y acabe siendo tan tediosamente humana durante su clímax, todo un bajón cuando lo comparamos con la persecución por el mercado interdimensional del arranque.

Esa incómoda sensación de pérdida de gasolina ya estaba presente en The Fifth Element o Lucy (2014), cuya apoteosis llegaba mucho antes de una supuesta catarsis final que, por tanto, acababa sabiendo a poco. En Valerian es mucho más pronunciada, sobre todo porque se centra en la resolución de un misterio que la espectadora se ha imaginado antes que los propios personajes y, bueno, porque reduce todo su rico universo a una confrontación en un espacio vacío. Es imposible no abandonar la sala con un sabor de boca algo agridulce, como si este espectáculo no hubiera querido confiar del todo en su excéntrica singularidad. Sin embargo, deberíamos olvidarnos de ese final sin chispa y reconocer que, cuando es buena, Valerian es muy buena. Sólo la presentación de una especie alienígena en su planeta natal es un rayo de esperanza sobre las posibilidades del cine futuro: si Besson ha conseguido hacer realidad todo este show sin el apoyo de un gran estudio, las posibilidades son infinitas. Valerian rechaza la ironía y apuesta por un surrealismo plástico y una voluntad de jugar con la imagen cinematográfica: como alternativa a la fórmula interminable para vender tickets de otros blockbusters de ciencia-ficción, esto es más que suficiente.

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