THE QUEEN'S JUSTICE: FILOSOFÍA A MARTILLAZOS Y ARMADURAS REVESTIDAS CON CUERO PARA EL FRÍO [www.facebook.com/actoresdirectoresguionistas]
"Lucha cada batalla, en todos lados, siempre. En tu cabeza. Todo el mundo es tu enemigo, todo el mundo es tu amigo. Toda posible serie de eventos está sucediendo al mismo tiempo. Vive así y nada te sorprenderá. Cualquier cosa que ocurra será algo que ya has visto antes" - Littlefinger
Hemos tenido decapitaciones, Blackwater, una Red Wedding, una Hardhome, un puñal clavado en el corazón de Jon Snow -dejemos que el Equipo Daenerys crea, de momento, que se trata de una metáfora norteña- y una Battle Of The Bastards, pero la narrativa mítica que llevamos ya demasiados años siguiendo, ya sea en forma de caudalosas novelas o episodios de HBO, no fue bautizada en honor a ninguno de esos acontecimientos. George R.R. Martin se refirió a todo este maldito embrollo como A Song of Ice and Fire, y eso es exactamente lo que obtuvimos durante los primeros minutos de The Queen's Justice, tercer episodio de la séptima temporada. Puede que el primer elemento se negara a arrodillarse ante el segundo, pero ahora que nuestros Danny y Jonny se han conocido lo que los quieren casar y hacerles hijos se han multiplicado por cien mil millones, pero la serie también ha alcanzado el primero de sus (suponemos) muchos momentos climáticos antes de la batalla que acabará con todas las batallas. La batalla contra La Muerte Que Camina.
Pero el problema está en que la reina Targaryen no cree en su existencia, dejando en manos de Tyrion Lannister la consecución de una victoria diplomática que, como sabemos, acabará siendo fundamental en la resistencia contra el Night King. Peter Dinklage y Kit Harington están magníficos en su gran escena del acantilado, quizá la que mejor ejemplifica el gran tema de todo este episodio: la confianza. Tyrion se fía en ese compañero bastardo que una vez lo vio orinando desde el Muro, tanto que es capaz de convencer a su jefa (a través de una deliciosa revisión del meme de Wayne Gretzky/Michael Scott "You Miss 100% Of The Shots You Don't Take") de que le deje excavar en Dragonstone. Y Jon, melancólica encarnación del síndrome de Casandra para unos receptores más obcecados aún que los negacionistas del cambio climático, sabe que aún no se ha ganado la confianza de esta superheroína y sus tres dragones, pero quizá deba conformarse con su respeto. De momento. Aunque Internet esté empeñada en acelerar las cosas entre dos personajes que, recordemos, son familiares de sangre.
No obstante, que Danny sea tía carnal de Jon no es óbice para nada en este juego de incestos, como demuestran los ya abiertamente amantes Cersei y Jaime. Todo es pana y elegancia por parte del ama de los Siete Reinos, justo después de tener que concederle a Euron Greyjoy (quizá el único personaje que se comporta como si de verdad viviera en esta serie) su favor, pero no su lecho. Por supuesto, Cersei también confía en la astucia de su hermano para aplicar una vieja lección impartida por el difunto Rob Stark: deja que tus enemigos se confíen... y atácalos donde creían que nunca les ibas a atacar. La última secuencia del episodio es especialmente dura para los fans de la dama Olenna Tyrell (es decir, para el 99% de las féminas), pero el golpe inesperado era necesario para que la Casa Lannister pudiera evitar que el dinero -Mark Gatiss, siempre bienvenido en esta serie- depositase su confianza en otra jugadora. Porque esta séptima temporada se está convirtiendo a pasos agigantados entre un pulso entre la tirana y la rompedora de cadenas, con el Norte como primera línea de defensa ante el cambio de paradigma que convertirá sus pequeñas intrigas en meras anécdotas. Lena Headey vuelve a mostrar pequeños destellos de humanidad cuando recuerda a sus hijos, pero el episodio en el que consigue vengar la muerte de dos de ellos (la culpa de lo que le sucedió al tercero es sólo suya) supone, también, el episodio en el que demuestra hasta dónde está dispuesta a llegar. Una villana sin nada que perder salvo el propio poder absoluto es, con permiso de Littlefinger, la villana más temible del juego.
Nadie pone en duda lo bien que se lo está pasando Aidan Gillen durante esta temporada, mucho menos ahora que le ha deletreado su secreto más preciado (y también su raison de vivre) a Sansa: "Lucha cada batalla, en todos lados, siempre. En tu cabeza. Todo el mundo es tu enemigo, todo el mundo es tu amigo. Toda posible serie de eventos está sucediendo al mismo tiempo. Vive así y nada te sorprenderá. Cualquier cosa que ocurra será algo que ya has visto antes". En otras palabras, la serie está empezando a concederle su debida importancia a una presencia que siempre ha sabido colocar, con mucha astucia, entre bambalinas, manejando las piezas en la sombra de un modo que incluso Varys aprendió a temer, y a quien quizá sólo Bran (o El Cuervo de Tres Ojos, como prefiere ser llamado ahora) y su visión absoluta podrán desenmascarar.
Littlefinger es el personaje más intrigante de todo Game Of Thrones, y de este episodio en concreto, precisamente porque no confía ni desconfía de nadie. Sencillamente, está en un nivel superior al propio concepto. Sin embargo, puede que un viejo y buen apretón de manos siga significando algo en este universo: cuando Sir Jorah le da las gracias a Sam por haberle salvado la vida, cuando ambos hombres hablan de cruzar sus caminos en el futuro, uno tiene la sensación de que se trata del tipo de alianzas entre personas sin importancia que acaban dando vida a la canción "de hielo y fuego". Nadie escribirá sobre ellos en los viejos pergaminos, pero los pequeños gestos entre simples peatones en esta guerra por el alma de Westeros significan tanto como cualquier decisión táctica de una Targaryen (o de dos Targaryen destinados a casarse para que millones de personas griten al unísono que esto está casi igual de mal que el chape de Luke y Leia en The Empire Strikes Back).
Hemos tenido decapitaciones, Blackwater, una Red Wedding, una Hardhome, un puñal clavado en el corazón de Jon Snow -dejemos que el Equipo Daenerys crea, de momento, que se trata de una metáfora norteña- y una Battle Of The Bastards, pero la narrativa mítica que llevamos ya demasiados años siguiendo, ya sea en forma de caudalosas novelas o episodios de HBO, no fue bautizada en honor a ninguno de esos acontecimientos. George R.R. Martin se refirió a todo este maldito embrollo como A Song of Ice and Fire, y eso es exactamente lo que obtuvimos durante los primeros minutos de The Queen's Justice, tercer episodio de la séptima temporada. Puede que el primer elemento se negara a arrodillarse ante el segundo, pero ahora que nuestros Danny y Jonny se han conocido lo que los quieren casar y hacerles hijos se han multiplicado por cien mil millones, pero la serie también ha alcanzado el primero de sus (suponemos) muchos momentos climáticos antes de la batalla que acabará con todas las batallas. La batalla contra La Muerte Que Camina.
Pero el problema está en que la reina Targaryen no cree en su existencia, dejando en manos de Tyrion Lannister la consecución de una victoria diplomática que, como sabemos, acabará siendo fundamental en la resistencia contra el Night King. Peter Dinklage y Kit Harington están magníficos en su gran escena del acantilado, quizá la que mejor ejemplifica el gran tema de todo este episodio: la confianza. Tyrion se fía en ese compañero bastardo que una vez lo vio orinando desde el Muro, tanto que es capaz de convencer a su jefa (a través de una deliciosa revisión del meme de Wayne Gretzky/Michael Scott "You Miss 100% Of The Shots You Don't Take") de que le deje excavar en Dragonstone. Y Jon, melancólica encarnación del síndrome de Casandra para unos receptores más obcecados aún que los negacionistas del cambio climático, sabe que aún no se ha ganado la confianza de esta superheroína y sus tres dragones, pero quizá deba conformarse con su respeto. De momento. Aunque Internet esté empeñada en acelerar las cosas entre dos personajes que, recordemos, son familiares de sangre.
No obstante, que Danny sea tía carnal de Jon no es óbice para nada en este juego de incestos, como demuestran los ya abiertamente amantes Cersei y Jaime. Todo es pana y elegancia por parte del ama de los Siete Reinos, justo después de tener que concederle a Euron Greyjoy (quizá el único personaje que se comporta como si de verdad viviera en esta serie) su favor, pero no su lecho. Por supuesto, Cersei también confía en la astucia de su hermano para aplicar una vieja lección impartida por el difunto Rob Stark: deja que tus enemigos se confíen... y atácalos donde creían que nunca les ibas a atacar. La última secuencia del episodio es especialmente dura para los fans de la dama Olenna Tyrell (es decir, para el 99% de las féminas), pero el golpe inesperado era necesario para que la Casa Lannister pudiera evitar que el dinero -Mark Gatiss, siempre bienvenido en esta serie- depositase su confianza en otra jugadora. Porque esta séptima temporada se está convirtiendo a pasos agigantados entre un pulso entre la tirana y la rompedora de cadenas, con el Norte como primera línea de defensa ante el cambio de paradigma que convertirá sus pequeñas intrigas en meras anécdotas. Lena Headey vuelve a mostrar pequeños destellos de humanidad cuando recuerda a sus hijos, pero el episodio en el que consigue vengar la muerte de dos de ellos (la culpa de lo que le sucedió al tercero es sólo suya) supone, también, el episodio en el que demuestra hasta dónde está dispuesta a llegar. Una villana sin nada que perder salvo el propio poder absoluto es, con permiso de Littlefinger, la villana más temible del juego.
Nadie pone en duda lo bien que se lo está pasando Aidan Gillen durante esta temporada, mucho menos ahora que le ha deletreado su secreto más preciado (y también su raison de vivre) a Sansa: "Lucha cada batalla, en todos lados, siempre. En tu cabeza. Todo el mundo es tu enemigo, todo el mundo es tu amigo. Toda posible serie de eventos está sucediendo al mismo tiempo. Vive así y nada te sorprenderá. Cualquier cosa que ocurra será algo que ya has visto antes". En otras palabras, la serie está empezando a concederle su debida importancia a una presencia que siempre ha sabido colocar, con mucha astucia, entre bambalinas, manejando las piezas en la sombra de un modo que incluso Varys aprendió a temer, y a quien quizá sólo Bran (o El Cuervo de Tres Ojos, como prefiere ser llamado ahora) y su visión absoluta podrán desenmascarar.
Littlefinger es el personaje más intrigante de todo Game Of Thrones, y de este episodio en concreto, precisamente porque no confía ni desconfía de nadie. Sencillamente, está en un nivel superior al propio concepto. Sin embargo, puede que un viejo y buen apretón de manos siga significando algo en este universo: cuando Sir Jorah le da las gracias a Sam por haberle salvado la vida, cuando ambos hombres hablan de cruzar sus caminos en el futuro, uno tiene la sensación de que se trata del tipo de alianzas entre personas sin importancia que acaban dando vida a la canción "de hielo y fuego". Nadie escribirá sobre ellos en los viejos pergaminos, pero los pequeños gestos entre simples peatones en esta guerra por el alma de Westeros significan tanto como cualquier decisión táctica de una Targaryen (o de dos Targaryen destinados a casarse para que millones de personas griten al unísono que esto está casi igual de mal que el chape de Luke y Leia en The Empire Strikes Back).
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