THE SPOILS OF WAR: VIVIENDO CON EL MIEDO AL DEDO QUE ALGUNA VEZ APRETARÁ EL BOTÓN [www.facebook.com/actoresdirectoresguionistas]

Y como en Westeros no hay botones que apretar nos referimos al botón del ordenador en el que se escribe el guión que alguna vez decretará la muerte de uno de los personajes más queridos de este juego: ¿será la Stormborn la próxima en morir? ¿El Iron Bank envenenará a Cersei o Snow visitará el más allá por segunda vez? ¿O nos dejará Jaime por hacer las cosas que tiene que hacer por amor?


Todo empieza con Bronn (Jerome Flynn) reclamando una parte más grande del pastel y acaba él renunciando a su saco de oro para salvarle la vida a Jaime (Nikolaj Coster-Waldau), el hombre que le había prometido su adorado castillo cuando la guerra acabe. Entre lanzas y espadas, lo que ambos han aprendido, lo que sin duda meditan mientras sus respectivas armaduras y/o manos de oro macizo los arrastran hacia el fondo del río Blackwater, es que las viejas guerras murieron con el viejo mundo. En las nuevas, uno no debe ni puede hacer planes sobre cómo repartirse el botín cuando sea alcanzada la victoria. En las nuevas, bárbaros del otro lado del mundo rompen tus defensas sin que tengas tiempo de pestañear y el equivalente en westeros a la maldita bomba atómica diezma tus cosechas y tus ejércitos antes de desayunar... de desayunarte a ti.

Con The Spoils Of War, Game Of Thrones ha respondido a la pregunta más importante desde que tres bestias aniquiladoras nacieran al final de la primera temporada. Si Daenerys Stormborn (Emilia Clarke) cuenta con ellas para avalar su derecho a la corona, ¿qué carajo pueden tener el resto de intrascendentes humanos que decir al respecto? Hasta el momento, la serie había propuesto medidas de contención -Tyrion (Peter Dinklage) como voz de la conciencia de una reina demasiado ansiosa por ganar a toda costa- e incluso posibles revulsivos -esa balista que Bronn maneja durante el clímax-, pero todos sabíamos que los maestres Benioff & Weiss estaban básicamente haciendo trampas hasta que no introdujesen a los dragones en una batalla contra los enemigos reales (esclavistas y caciques de Essos no cuentan) de la causa Targaryen. La forma en que han elegido hacerlo es, al mismo tiempo, enmudecedora y deliberadamente insatisfactoria, pues Danny aún no ha encontrado a los otros dos jinetes de los que habla la profecía y, por tanto, sólo puede emplear una tercera parte de su potencia letal. Por supuesto, esa era la intención. Demostrar a Cersei (Lena Headey) que podría aplastarla, pero sin aplastarla. Forzarla a una rendición antes que resignarse a reducir el mundo a cenizas y gritos de pánico, como dicta la tradición familiar.


Es seguro que los lectores y lectoras del maestre Martin habrán salivado durante un clímax que se parece demasiado a un re-enactment de Field of Fire, aquella batalla en la que Aegon I Targaryen quemó vivos a unos 4.000 Lannister como parte de su conquista absoluta de Westeros. Las novelas no la describen per se (sólo ponen un resumen de lo sucedido en boca de Tyrion), de modo que contemplar esta evidente metáfora de Hiroshima y Nagasaki en todo su esplendor ha debido de suponer toda una descarga de placer para el fandom. O, al menos, una versión sin calorías de la misma, pues Randyll Tarly (James Faulkner) se encarga de comunicarle a Jaime que todo el oro saqueado en Highgarden se encuentra a salvo en King's Landing antes de que Bronn escuche aullar a los dothraki. Si asumimos que ninguno de los tres ha encontrado la muerte en este Field of Fire Redux, algo que sólo de ver el capítulo en detalle se considera como una certeza, tendremos que concluir que Cersei ha recibido simplemente un aviso en letras brillantes: este, y no otro, es el precio real de la guerra.

Porque todo el episodio gira en torno a ese sencillo concepto. Más allá del botín pecuniario, de las tierras y los castillos y la supremacía absoluta (siempre temporal en Westeros), ¿cuál es el coste real de todos estos conflictos bélicos que se llevan sucediendo en el continente desde que los primeros humanos y los Children Of The Forest hicieran frente común contra los no-muertos? La conversación entre Sansa (Sophie Turner), Arya (Maisie Williams) y su hermano el Three-Eyed Raven (Isaac Hempstead Wright), anteriormente conocido como Bran, pone en evidencia cuál ha sido el precio a pagar por los Stark: infancias hechas pedazos, auténticos rituales sádicos de paso a la madurez que los han convertido en una versión increíblemente más sombría de lo que alguna vez fueron, porque se han transformado y deshumanizado para siempre. Aún no sabemos cuáles son las razones que han llevado a Littlefinger (Aidan Gillen) a entregarle a un adolescente en silla de ruedas la daga que puso en marcha la War Of The Five Kings, pero sí entendemos el motivo de su presencia en este episodio: es la chispa que prendió fuego al mundo, el punto de no retorno, el Big Bang que alumbró un nuevo orden mundial tras llevarse consigo el anterior. Si el botín es la consecuencia natural de la guerra, esta daga es su causa primera. Y es posible que el Cuervo sepa exactamente quién es el principal responsable de activar dicha causa: la cara de Baelish cuando le cita su propio aforismo sobre el caos evidencia que la máquina de maquinar ha encontrado, por fin, a alguien capaz de leerla.

¿No sería maravilloso que ese mismo instrumento detonante, ahora en manos de Arya, fuera lo que acabe marcando la diferencia en un posible cara a cara contra el Night King? Al fin y al cabo, todo el mundo parece empeñado en recordar que está hecha de acero valyrio. Pero dejemos a un lado las conjeturas, así como también el ataque de testosterona que le dio a Jon (Kit Harington) frente a Theon (Alfie Allen) para centrarnos en la increíble catarsis que este episodio brinda a sus personajes femeninos.

Arya y Sansa están dispuestas a escribir el final de su propia historia, Brienne (Gwendoline Christie) se alegra al descubrir que una adolescente es el segundo guerrero más poderoso del Norte, Cersei puede demostrarle al Iron Bank que es más astuta de lo que nunca fue su padre y Daenerys... ¿Acaso hay una fantasía de poder más rotunda para la generación millennial que verla a lomos de su dragón, quemando vivos a hombres insignificantes, comandando ejércitos que dan su vida por ella, no porque deban lealtad a su sangre, sino porque realmente creen en su promesa de esperanza? Estos icónicos minutos finales son la razón exacta por la que Game Of Thrones ha capturado la imaginación del público joven como ninguna serie de HBO en años: las viejas estructuras van a caer tarde o temprano porque nosotros, los herederos del mundo, tenemos a la Mother Of Dragons y, por lo tanto, ¡tenemos dragones!

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