CRÍTICAS DEL FESTIVAL DE LIMA: TESIS SOBRE UN HOMICIDIO

SIN SECRETOS EN LA MIRADA Y CON UN FINAL DE LO PEOR


Lo mejor: Darín. Siempre Darín.
Lo peor: El final.

Avalada por un éxito apabullante en la taquilla argentina y auspiciada por el sello del productor español de El secreto de Sus Ojos, Gerardo Herrero(también director de algún thriller notable como El Corredor Nocturno), esta coproducción no deja de ser un descarado intento por aprovecharse de la estela del filme de Juan José Campanella -uno de los preferidos de quien aquí escribe- sin tan siquiera arañar en la superficie de su genialidad narrativa o poderío visual y tan sólo consiguiendo equipararse en lo que respecta al titánico trabajo de su protagonista. Y es que el título deHernán Goldfrid intenta convertirse en el nuevo caso del taciturno abogado reconvertido en detective en el que se transforma Ricardo Darín de vez en cuando en thrillers como los mencionados o la también floja Carancho (Pablo Trapero, 2010) y, por mucho que el argentino siempre sea la mejor piedra angular sobre la que sustentar cualquier proyecto, la calidad y honestidad de su trabajo son insuficientes para compensar la ceguera del realizador del título que nos ocupa.

Estructurada en torno a un caso concreto -descubrir la identidad del asesino de una estudiante-, la excesiva simplicidad del tratamiento de la historia que tenemos entre manos es visible desde el propio juego del gato y el ratón que supone el único foco de suspense de la premisa: el enfrentamiento entre el profesor Bermúdez y uno de sus nuevos alumnos, el recién llegado de España Gonzalo, convertido en el principal sospechoso a ojos del maestro. La película se estructura en encuentros entre ambos personajes con pasajes intercalados en los que el protagonista reflexiona sobre los mismos; sobre cada palabra, gesto o, en definitiva, detalle susceptible de delatar a su pupilo. "Detalles. Todo está en los detalles" recita incesantemente el personaje central mientras, en efecto, la narración va aportando cada vez más retazos y pinceladas de ambos roles con la intención de difuminar paulatinamente la fe ciega que teníamos en Bermúdez.



Darín hace suyos los amaneramientos del personaje, desde ese medidor de estrés que es su afición al cigarrillo y la copa hasta esa mirada penetrante que se va desencajando conforme Roberto se va quedando solo en posesión de la certeza absoluta. No funciona de la misma forma la figura antagónica a la que encarna Alberto Ammann (La Caja 507, Eva), no por culpa del intérprete, sino por la preferencia del realizador por enfocarle más como un sujeto de observación que como una némesis real del protagonista, y más cuando es el otro intérprete el que está ofreciendo un recital en la construcción de su personaje. A pesar de ello, su discurso es otra cosa. Gonzalo, un joven redicho y bastante pagado de sí mismo, no duda en recitar frente a su mentor varios de los diálogos más apasionantes de la película al cuestionar la utilidad de la justicia y afirmar sin miramientos que, casi 4 siglos después de la muerte de Hobbes, su visión pesimista del orden social está más justificada que nunca a la luz del trágico suceso con el que se abre la trama.

Dejando a un lado el análisis sesudo, lo que realmente importa es que Tesis Sobre un Homicidio no es ni por asomo el thriller bien medido que se espera de ella. El mejor ejemplo de cómo y por qué 'Tésis' ni se acerca a 'El Secreto', a pesar de la tonelada de paralelismos intencionados entre ambos proyectos, lo encontramos en una complicada escena que transcurre en el interior de una discoteca abarrotada de gente. La secuencia se supone que ocupa el lugar del ya célebre encontronazo en el estadio que vimos en la película de 2009; una especie de clímax tempranero, cuya idea es que funcione también como una pieza visual apabullante, donde se mezcla un peligro acechante con la pirotécnia de un espectáculo electrónico en vivo. Por desgracia, esas herramientas en manos de Goldfrid como mucho dejan entrever un par de buenas y vistosas ideas entre un resultado de lo más anticlimático y forzado que lastra a partes iguales la tensión del momento y la oportunidad de grabar un par de planos en la retina del espectador.



Una vez nos ha quedado claro que el tal Goldfrid, autor de la simpática comedia Música En Espera, no es Juan José Campanella, entendemos que su única baza es abusar del Darín más reflexivo, de los diálogos estupendamente escritos por Patricio Vega (La Señal, Los Simuladores) y, lamentablemente, de la pura fórmula, es decir, de las expectativas del espectador. La película juega conscientemente con la previsión de un giro final que resuelva los interrogantes de la trama mientras, a ser posible, descoloque por completo a la audiencia. El problema es que ese último sopapo nunca llega o, por lo menos, no dentro de la historia en sí misma, con lo que el realizador se ve obligado, de la misma forma que un Cobb cualquiera, a introducir la idea en la cabeza del espectador contando esa resolución de la forma mas abrupta y manipuladora posible; mezclandoflashbacks, ensoñaciones y primeros planos de pupilas dilatadas para difuminar que la respuesta siempre ha estado ante tus ojos y no era precisamente un secreto.

Por: Pablo de los Rios
Del Blog: La Palomita Mecánica
www.lapalomitamecanica.com 

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