DISNEY YA EMPEZÓ SU NUEVA EDAD DE ORO CONVIRTIENDO SUS CLÁSICOS EN VERSIONES DE CARNE Y HUESO [www.facebook.com/actoresdirectoresguionistas]
Los resultados en taquilla de Cinderella y The Jungle Book han servido para espolear un revival en versión digital. La fórmula consiste en descubrirle estas historias a un público infantil, mientras se apela al (siempre lucrativo) factor nostálgico de los padres
Elton John ya nos explicó cómo funcionaba el Circle of Life allá por 1994: lo envuelve todo, hay un gran legado, etcétera, etcétera. Así que cuando Disney anunció, vía comunicado de prensa, que unía fuerzas con el director Jon Favreau para crear una "reimaginación" (sus palabras) de El Rey León, nadie tenía derecho a sentirse sorprendido. Para empezar, porque su anterior trabajo conjunto, The Jungle Book, acabó arañando la muy respetable cifra de mil millones de dólares. Y, bueno, también porque Favreau había tuiteado horas antes: Excited for my next project, y el emoticon de un león y una corona.
Antes de hablar de crisis creativa y agotamiento de ideas, consideremos los hechos: El Rey León no sólo fue el pináculo del renacimiento disneyiano en los años 90, sino que sigue viva hoy en día como una de las propiedades más exitosas de la casa. En su fundamental 'cultura mainstream', Frédéric Martel describe su adaptación a Broadway como uno de las mayores genialidades de la actual industria del entretenimiento, una perfecta joint venture entre una multinacional con hambre de respetabilidad cultural y una escena teatral necesitada de un gran fenómeno rompetaquillas. Simba sigue siendo uno de los personajes estrella de los cruceros Disney, "hakuna matata" no ha desaparecido nunca del argot popular y, como dijimos antes, The Jungle Book superó todas sus expectativas comerciales y casi llegó a imprimir su propio dinero. Este era, en suma, un proyecto condenado a obtener luz verde.
La noticia de que Disney ha dado prioridad alfa a la reimaginación de su sabana africana ha coincidido en el tiempo con el anuncio de una fecha de estreno para el reboot de Mulan (2 de noviembre de 2018, por si necesitas apuntarlo ya en la agenda). Por tanto, es posible hablar ya de una fiebre por los remakes en imagen digital, o una segunda vuelta de los Clásicos Disney a la gran pantalla. La década prácticamente se inauguró con la primera de estas operaciones: Alice In Wonderland, estrenada en 2010 como parte de un retorno del hijo pródigo, Tim Burton, a la casa que lo vio nacer (y no lo trató demasiado bien) como artista. Por tanto, el cineasta accedió a darles un producto en 3D digital capaz de competir contra Avatar a cambio de que le dejaran remodelar Frankenweenie, uno de sus proyectos más personales. Alice In Wonderland acabó superando la barrera de los mil millones, indicándole a La Casa del Ratón que había un camino en la recuperación de su propio catálogo.
En esencia, la fórmula está compuesta por dos ingredientes: a) el público infantil descubre por primera vez relatos clásicos a los que, debido a su alergia por la animación tradicional, no se acercaría ni en broma; y b) sus padres siguen montando en el lucrativo tren de la nostalgia que amenaza con devorar todo el entretenimiento contemporáneo. No siempre ha funcionado del modo correcto: The Sorcerer's Apprentice fue un patinazo que se apartaba demasiado del modelo original, además de optar por un modelo de fantasía orientado más hacia los adolescentes. El resto de reimaginaciones han tenido mucho más claro su tono familiar, sobre el que han podido construir otros enfoques: el revisionismo feminista de Maleficent, los homenajes al cine clásico de Cinderella (o Kenneth Branagh poseído por Powell & Pressburger) y The Jungle Book (o Favreau insertando sutiles homenajes a Shane y Apocalypse Now).
En 2017 llegará Beauty and the Beast, con Emma Watson en el vestido amarillo y Dan Stevens en versión motion capture. Lo que, por cierto, abre otro debate: ¿podemos seguir hablando de animación en estos remakes digitales? The Jungle Book incluía una sorprendente presencia de carne y hueso -Neel Sethi, fabuloso Mowgli entre cromazos y marionetas de calcetines-, pero Maleficent, Cinderella y (casi con toda seguridad) Beauty and the Beast serán simples películas en imagen real con personajes animados digitalmente. Sin embargo, es de esperar que El Rey León de Favreau sea pura captura de movimiento, o teatrillo digital para algunas de las voces más famosas de Hollywood. Y eso es algo que crea un problema para los puristas de la animación: no hay duda de que el Baloo de Bill Murray es un regalo para el que animadores y profesionales del CGI han dado lo mejor de sí mismos. El maldito oso no sólo habla como él, sino que también tiene su inconfundible personalidad (además de, a su manera, reverenciar el inmortal trabajo de Phil Harris y los animadores de 1967). ¿Quizá esta nueva edad de oro de los Clásicos Disney origine, también, un nuevo lenguaje cinematográfico, capaz de hibridar efectos visuales y animación digital? Veremos hacia dónde nos lleva el eterno retorno del Circle of Life.
Elton John ya nos explicó cómo funcionaba el Circle of Life allá por 1994: lo envuelve todo, hay un gran legado, etcétera, etcétera. Así que cuando Disney anunció, vía comunicado de prensa, que unía fuerzas con el director Jon Favreau para crear una "reimaginación" (sus palabras) de El Rey León, nadie tenía derecho a sentirse sorprendido. Para empezar, porque su anterior trabajo conjunto, The Jungle Book, acabó arañando la muy respetable cifra de mil millones de dólares. Y, bueno, también porque Favreau había tuiteado horas antes: Excited for my next project, y el emoticon de un león y una corona.
Antes de hablar de crisis creativa y agotamiento de ideas, consideremos los hechos: El Rey León no sólo fue el pináculo del renacimiento disneyiano en los años 90, sino que sigue viva hoy en día como una de las propiedades más exitosas de la casa. En su fundamental 'cultura mainstream', Frédéric Martel describe su adaptación a Broadway como uno de las mayores genialidades de la actual industria del entretenimiento, una perfecta joint venture entre una multinacional con hambre de respetabilidad cultural y una escena teatral necesitada de un gran fenómeno rompetaquillas. Simba sigue siendo uno de los personajes estrella de los cruceros Disney, "hakuna matata" no ha desaparecido nunca del argot popular y, como dijimos antes, The Jungle Book superó todas sus expectativas comerciales y casi llegó a imprimir su propio dinero. Este era, en suma, un proyecto condenado a obtener luz verde.
La noticia de que Disney ha dado prioridad alfa a la reimaginación de su sabana africana ha coincidido en el tiempo con el anuncio de una fecha de estreno para el reboot de Mulan (2 de noviembre de 2018, por si necesitas apuntarlo ya en la agenda). Por tanto, es posible hablar ya de una fiebre por los remakes en imagen digital, o una segunda vuelta de los Clásicos Disney a la gran pantalla. La década prácticamente se inauguró con la primera de estas operaciones: Alice In Wonderland, estrenada en 2010 como parte de un retorno del hijo pródigo, Tim Burton, a la casa que lo vio nacer (y no lo trató demasiado bien) como artista. Por tanto, el cineasta accedió a darles un producto en 3D digital capaz de competir contra Avatar a cambio de que le dejaran remodelar Frankenweenie, uno de sus proyectos más personales. Alice In Wonderland acabó superando la barrera de los mil millones, indicándole a La Casa del Ratón que había un camino en la recuperación de su propio catálogo.
En esencia, la fórmula está compuesta por dos ingredientes: a) el público infantil descubre por primera vez relatos clásicos a los que, debido a su alergia por la animación tradicional, no se acercaría ni en broma; y b) sus padres siguen montando en el lucrativo tren de la nostalgia que amenaza con devorar todo el entretenimiento contemporáneo. No siempre ha funcionado del modo correcto: The Sorcerer's Apprentice fue un patinazo que se apartaba demasiado del modelo original, además de optar por un modelo de fantasía orientado más hacia los adolescentes. El resto de reimaginaciones han tenido mucho más claro su tono familiar, sobre el que han podido construir otros enfoques: el revisionismo feminista de Maleficent, los homenajes al cine clásico de Cinderella (o Kenneth Branagh poseído por Powell & Pressburger) y The Jungle Book (o Favreau insertando sutiles homenajes a Shane y Apocalypse Now).
En 2017 llegará Beauty and the Beast, con Emma Watson en el vestido amarillo y Dan Stevens en versión motion capture. Lo que, por cierto, abre otro debate: ¿podemos seguir hablando de animación en estos remakes digitales? The Jungle Book incluía una sorprendente presencia de carne y hueso -Neel Sethi, fabuloso Mowgli entre cromazos y marionetas de calcetines-, pero Maleficent, Cinderella y (casi con toda seguridad) Beauty and the Beast serán simples películas en imagen real con personajes animados digitalmente. Sin embargo, es de esperar que El Rey León de Favreau sea pura captura de movimiento, o teatrillo digital para algunas de las voces más famosas de Hollywood. Y eso es algo que crea un problema para los puristas de la animación: no hay duda de que el Baloo de Bill Murray es un regalo para el que animadores y profesionales del CGI han dado lo mejor de sí mismos. El maldito oso no sólo habla como él, sino que también tiene su inconfundible personalidad (además de, a su manera, reverenciar el inmortal trabajo de Phil Harris y los animadores de 1967). ¿Quizá esta nueva edad de oro de los Clásicos Disney origine, también, un nuevo lenguaje cinematográfico, capaz de hibridar efectos visuales y animación digital? Veremos hacia dónde nos lleva el eterno retorno del Circle of Life.
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