¿Y AHORA QUIÉN SALVA A ESTADOS UNIDOS DEL TRUMPISMO?: MENOS MAL QUE LES QUEDA TOM HANKS [www.facebook.com/actoresdirectoresguionistas]

Mientras el trumpismo quiere convencernos de que Estados Unidos es un basurero ardiente, necesitamos más que nunca que Hollywood nos muestre la vía del humanismo radiante


Una y otra vez tenemos que recordarnos a nosotros mismos que los actores sólo interpretan personajes. Kristen Wiig no tiene por qué ser una de las personas más divertidas del planeta para todo el mundo que se cruza con ella, del mismo modo que Jordi Molla no tiene vínculos con redes criminales operando actualmente en Latinoamérica. A veces, ese choque entre la realidad de un intérprete y la percecpción pública proyectada sobre él genera anécdotas realmente divertidas, como aquella ocasión en la que Christopher Lee y su mujer se quedaron botados con el carro en la costa española y el tipo caminó hasta una casa cercana para poder llamar por teléfono, con la mala suerte de que su propietario creyó estar viendo al mismísimo Dracula llamando a su puerta. Imagina que te pasa eso a ti. Y ahora imagina, por un sólo momento, que existe una excepción a esta regla lógica y natural. Que sí conocemos a una persona tan agradable y encantadora en la vida real como en sus películas.

Imagina, sin ir más lejos, a Tom Hanks.

Las historias de su amabilidad con los fans son material de leyenda, así como de artículos recopilatorios. Lleva años apareciendo en la posición más alta de la lista Forbes con las celebridades vivas más de fiar, aquellas a las que le prestarías un millón de tu propio dinero. En caso de que Hanks necesitase alguna vez tu ayuda económica, puedes estar seguro de que no te equivocas: ni siquiera la web Mean Stars, especializada en anécdotas de estrellas portándose mal con la gente común, tiene nada malo que decir sobre un tipo encantado de repetir aquello de "¡Hay una serpiente en mi bota!" cada vez que coincide con un niño o niña fan de Toy Story. En 2007, el actor parodió esta faceta suya de tipo intachable en The Simpsons Movie, donde arrasaba con una frase inmortal: "El gobierno de los Estados Unidos ha perdido su credibilidad, así que me ha pedido prestada un poco de la mía".

Incluso si dejásemos a un lado su comportamiento en la vida real, las películas de Tom Hanks ya hablan por sí solas. Con Philadelphia, el gran punto de giro de su carrera, consiguió lo impensable: que el pueblo estadounidense dejase de estigmatizar la epidemia del sida. Las cosas malas le pueden pasar también a la gente buena, y si él y Denzel Washington (los mejores actores de su generación) te dicen que la homofobia ya no tiene cabida en el tejido social de su país, entonces más te vale creértelo. Después vinieron Forrest Gump, Apollo 13, Saving Private Ryan, Green Mile y Cast Away: la quintaesencia del norteamericano medio, de la buena persona, del tipo sencillo y modesto que acaba marcando la diferencia. Su estancia en aquella isla con Wilson fue realmente paradigmática: no tanto por las secuencias de Robinson Crusoe, sino por su (tan malinterpretado en su momento) tercer acto. Esas secuencias de reconexión con la vida -y redescubrimiento de esa grandiosa aventura que es la cotidianeidad- son, por resumirlo de algún modo, Hanks 101. El secreto último de su persona cinematográfica, el compendio purísimo de todas las emociones que su rostro y sus inconfundibles gestos nos han querido transmitir alguna vez.

En una carrera presidencial marcada por la grotesca indecencia de uno de los dos candidatos, la cartelera parece acudir al rescate con doble dosis de Tom Hanks. Por desgracia, ninguna de estas películas están a la altura de lo esperado: Inferno es el mínimo común múltiplo de Dan Brown retorcido hasta generar una serie Z de alto presupuesto y bajísimo impacto, mientras que Sully ya ha sido definida por algunos críticos como la película oficial del trumpismo, una en la que la amenaza son los hechos, los expertos y el sistema. Olvidémonos de ellas y centrémonos en una obra maestra absoluta que aún tenemos muy reciente: Bridge Of Spies, su más reciente colaboración con Steven Spielberg y todo un do de pecho para ambos. Es una fábula histórica sobre la decencia, ese ideal moral y política que siempre, siempre, siempre nos separará de nuestros enemigos, y cuya pérdida significa, también, la da nuestra propia alma. Por tanto, su mensaje sólo podría haber funcionado si, frente a la cámara, Spielberg contase con uno de los tres únicos actores capaces de encarnar ese valor sin que el público huela a impostura ni por un segundo.

Los otros dos se llaman James Stewart y Spencer Tracy, pero ya no están disponibles.

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