[RESEÑA] DOCTOR STRANGE INTENTA SUPERAR LA FÓRMULA MARVEL CON TRUCOS DE FERIA [www.facebook.com/actoresdirectoresguionistas]

Un par de set pieces ingeniosas y Tilda Swinton no son suficientes para paliar la sensación de rutina que empieza a imperar en el Universo Cinematográfico Marvel


El tiempo se detiene (literalmente) en uno de los momentos clave de este blockbuster entrenado en las artes místicas, de manera que dos de sus personajes principales pueden mantener una conversación bajo la tormenta. En ella se defiende la necesidad de romper de vez en cuando tu propio código de honor, o en la mano izquierda necesaria para mantener a flote un conjunto de reglas rígidas que, quizá, son lo único que protege al universo de su destrucción. De alguna manera, Doctor Strange nos está proporcionando la clave para interpretarla no sólo a ella, sino al Universo Cinematográfico Marvel (UCM) en su conjunto: ni se te ocurra alternar de forma significativa el molde narrativo y visual que te ha permitido dominar la economía del entretenimiento global, pero introduce los suficientes cambios superficiales para que la audiencia no se de cuenta que, practicamente, estás estrenando la misma película dos veces al año.

En muchas ocasiones, el elemento diferencial reside en la adscripción de una serie de códigos genéricos -el thriller conspiranoico en The Winter Soldier, el cine de atracos en Ant-Man- que, hacia el tercer acto, son doblegados por la propia lógica de producción marvelesca. Otras veces, el secreto está en reducir la escala, como ese clímax final de Civil War que, tras años de ciudades siendo reducidas a cenizas (un motivo tan aparentemente inescapable como la crucifixión en el arte cristiano), nos hizo creer que jamás habíamos visto a dos superhéroes enzarzados en un combate íntimo y sólo aparentemente ideológico. El caso de Doctor Strange es especial: la naturaleza del propio personaje, creado en 1963 por el genio reclusivo Steve Ditko, exigía elevar el listón estético del Universo Cinematográfico Marvel, una suerte de artesanía funcional y bañada por el sol que sólo cineastas con la personalidad de James Gunn o Shane Black se han atrevido a cuestionar. La película del Hechicero Supremo debía ser, por definición, la que dejase con la boca abierta a las plateas de IMAX en todo el mundo. Ese sería el as bajo la manga que debía hacernos olvidar todo lo demás y engañarnos para concluir, una vez más, que el UCM se ha reinventado.

La buena noticia es que el director Scott Derrickson, que viene de aplicarle a la posesión diabólica un tsunami de tenebrismo excéntrico en Deliver Us from Evil, ha podido reproducir esa potencia estilística en dos momentos concretos: el primer viaje astral del protagonista y el ingenioso clímax, una forma de resolver el ya paradigmático Problema del Tercer Acto a través de ideas no testadas antes y atención a los detalles del héroe en cuestión. El Marvel cósmico de Doctor Strange es más atractivo que el de la saga Thor, y uno puede incluso detectar los guiños a Ditko y Gene Colan en los fondos digitales. Las secuencias de realidad alterada, geométricas y urbanas, no se pueden sacudir del todo el recuerdo de Inception, pero hacen un trabajo aceptable a la hora de aplicarle una cierta lógica escheriana a las peleas de superhéroes. El problema llega cuando uno se da cuenta de que todo este Sturm und Drang visual ocupa apenas el 25% de Doctor Strange, antes que nada es una aplicación punto por punto del esquema narrativo acuñado con Iron Man (es decir, allá por 2008) y no un intento honesto por abrir las puertas de la percepción e introducir psicodelia real en la cóctel marvelesca. No se trata de un blockbuster revolucionario, sino de su simulación: a la hora de la verdad, ninguno de sus componentes es realmente inédito, ninguna de sus ideas desafía el statu quo, ninguna set piece se esfuerza por elevar el listón estético del folleto multimedia. Humo y espejos. Misticismo de impostor. Trucos de salón.


El grueso de la propuesta, una historia de orígenes pintada por números y tan dependiente del plano-contraplano que huele a segunda unidad donde no debería, podría haber sido más atractiva si Benedict Cumberbatch cumpliese con su parte del trato. Es inegable que da la talla, especialmente cuando se enfunda la capa, pero no hay nada especial en su Stephen Strange, ni rastro de esa chispa que le permitió reinventar a un icono como Sherlock Holmes para toda una nueva generación. Aquí el actor deja de ser y pasa a estar, musitando una tonelada de frases irónicas que parecen descartes de diálogos escritos para Robert Downey Jr. y poniendo el piloto automático en una historia de amor tan artificial como la de Thor y Jane Foster. De hecho, sólo Tilda Swinton consigue brillar con luz propia dentro de un reparto lleno de presencias encasilladas: su personaje está sobrevolado por la polémica, pero finalmente es el único que consigue aportar algo singular y único al Universo Marvel. Su Ancient One es un triunfo inesperado dentro de un conjunto excesivamente rutinario.

Habrá que ver cómo evoluciona la serial más ambiciosa del mundo en los próximos años. Habrá que contener la heterodoxia de Derrickson dentro de un portal mágico, impiendo que escape para infectar al resto de Doctor Strange. Esta película pedía a gritos a un visionario dispuesto a hacer cosquillas en nuestro tercer ojo, pero sólo nos ha regalado la clase de estímulos que podemos esperar de un espectáculo de magia en Las Vegas.

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