¿ES FARGO EL MEJOR REMAKE DE LA HISTORIA DE LA TELEVISIÓN? [www.facebook.com/actoresdirectoresguionistas]
En una industria repleta de revivals, Fargo es un caramelo para la prensa especializada y los espectadores más refinados que se ha conseguido colar entre las grandes series modernas
Puede parecer una pregunta demasiado ambiciosa, pero vamos por más: hemos usado remake como concepto comodín, pero podríamos incluir en el título de este artículo a las secuelas, los reboots y los spin-offs de películas y series que se han grabado para exhibir en televisión, e incluso adaptaciones de la literatura. Quizá este último término, adaptación, sea el más correcto, ya que a muchos les escama el uso indiscriminado de la palabra remake, y en realidad Fargo no lo es como tal, sino más bien la reimaginación de un específico universo muy concreto en otra obra artística. Ya vemos que hemos tensado mucho la cuerda, pero es curioso lo difícil que es ponerse diametralmente en contra. Esa es parte de la contribución de Fargo al panorama televisivo actual: a) legitimar vampirizando una dinámica tan demonizada como la nostálgica (o, para hablar en términos marxistas, es una serie chupasangre, pues se sirve de creaciones y éxitos de otros), b) poner un remake en el top de grandes series modernas y c) consagrar en el olimpo a un autor interesante, Noah Hawley, más allá de su revisión de las glorias ajenas.
En una industria televisiva donde encontramos tantos revivals, Fargo, que regresó con una tercera temporada protagonizada por Ewan McGregor, es un caramelo para la prensa especializada y los espectadores más refinados. Y no porque series como MacGyver, Lethal Weapon o Prison Break, por mencionar un par de remakes y secuelas recientes, sean malos productos: emitirse en la televisión abierta les limita en lo que cuentan y en cómo lo cuentan, pero son respetuosos con el material original, e incluso entretenidos. Por eso no tiene sentido seguir poniendo el grito en el cielo cada vez que se anuncia un proyecto televisivo basado en otro anterior. Antiguos triunfos llaman a nuevos triunfos, pero más allá de las audiencias pueden alumbrar buenas ficciones. Un ejemplo ideal es The Exorcist: es una serie accesible, de atmósfera inquietante y que actualiza con inteligencia la premisa y las conexiones de la película.
Pero, ¿qué tiene Fargo para haber enamorado a todo el mundo y, el más difícil todavía, haberse alzado como el remake televisivo ejemplar? Lo primero lo tenemos claro: ser una ficción adictiva, de conflictos morales inciertos, personajes estimulantes y extravagantes y una puesta en escena impecable. Respecto a lo segundo, probablemente sea su fidelidad al espíritu y al universo que crearon los hermanos Coen en la cinta homónima de 1996, pero también su independencia, su propia personalidad y su propuesta de autor.
La labor de Noah Hawley, showrunner de Fargo, ha sido casi más encomiable: sus referencias argumentales a los Coen son anecdóticas, pero de un acierto insólito en su tono gélido y sangriento, entrañable, azaroso (acuérdate que hay hasta OVNIs) y cruel. Este escritor estadounidense, curtido en la literatura más que en la televisión, demostró un firme pulso como guionista y director en la primera temporada, un relato adictivísimo sobre la moralidad en tiempos modernos, pero su tranco largo llegó un año después. Con la segunda entrega reinventó el universo coeniano y convirtió a Fargo en un ejercicio de estilo audiovisual, un tributo nostálgico al noir. Antes de la tercera temporada de Fargo, Hawley cambió de tercio con Legion, inspirada en Marvel, pero sin renunciar a sus claves visuales.
Con estas cartas sobre la mesa, parece que Noah Hawley ya no podrá superarse a sí mismo. De hecho, las críticas de medios como Variety o Uproxx son cautas (alertan de que se empiezan a notar sus trucos de magia, y de que algunos personajes recuerdan irremediablemente a otros), pero también deja lugar a la esperanza de que un Fargo contenido sigue siendo mejor que cualquier otro en su estado de mayor gracia. Por lo pronto, ver a Ewan McGregor echándose un pulso interpretativo contra sí mismo (interpreta a dos hermanos enfrentados), y a las siempre hipnóticas Carrie Coon (The Leftovers) y Mary Elizabeth Winstead (10 Cloverfield Lane), es una tentación imposible de resistir. Además, es difícil que Fargo deje de sobresalir en una escena televisiva abarrotada de todo tipo de propuestas de ficción, y eso es una hazaña de valientes; pocas series presumen de ese equilibro entre el clasicismo y el riesgo, entre el entretenimiento y la poesía, entre la nostalgia y la personalidad.
En una industria televisiva donde encontramos tantos revivals, Fargo, que regresó con una tercera temporada protagonizada por Ewan McGregor, es un caramelo para la prensa especializada y los espectadores más refinados. Y no porque series como MacGyver, Lethal Weapon o Prison Break, por mencionar un par de remakes y secuelas recientes, sean malos productos: emitirse en la televisión abierta les limita en lo que cuentan y en cómo lo cuentan, pero son respetuosos con el material original, e incluso entretenidos. Por eso no tiene sentido seguir poniendo el grito en el cielo cada vez que se anuncia un proyecto televisivo basado en otro anterior. Antiguos triunfos llaman a nuevos triunfos, pero más allá de las audiencias pueden alumbrar buenas ficciones. Un ejemplo ideal es The Exorcist: es una serie accesible, de atmósfera inquietante y que actualiza con inteligencia la premisa y las conexiones de la película.
Pero, ¿qué tiene Fargo para haber enamorado a todo el mundo y, el más difícil todavía, haberse alzado como el remake televisivo ejemplar? Lo primero lo tenemos claro: ser una ficción adictiva, de conflictos morales inciertos, personajes estimulantes y extravagantes y una puesta en escena impecable. Respecto a lo segundo, probablemente sea su fidelidad al espíritu y al universo que crearon los hermanos Coen en la cinta homónima de 1996, pero también su independencia, su propia personalidad y su propuesta de autor.
La labor de Noah Hawley, showrunner de Fargo, ha sido casi más encomiable: sus referencias argumentales a los Coen son anecdóticas, pero de un acierto insólito en su tono gélido y sangriento, entrañable, azaroso (acuérdate que hay hasta OVNIs) y cruel. Este escritor estadounidense, curtido en la literatura más que en la televisión, demostró un firme pulso como guionista y director en la primera temporada, un relato adictivísimo sobre la moralidad en tiempos modernos, pero su tranco largo llegó un año después. Con la segunda entrega reinventó el universo coeniano y convirtió a Fargo en un ejercicio de estilo audiovisual, un tributo nostálgico al noir. Antes de la tercera temporada de Fargo, Hawley cambió de tercio con Legion, inspirada en Marvel, pero sin renunciar a sus claves visuales.
Con estas cartas sobre la mesa, parece que Noah Hawley ya no podrá superarse a sí mismo. De hecho, las críticas de medios como Variety o Uproxx son cautas (alertan de que se empiezan a notar sus trucos de magia, y de que algunos personajes recuerdan irremediablemente a otros), pero también deja lugar a la esperanza de que un Fargo contenido sigue siendo mejor que cualquier otro en su estado de mayor gracia. Por lo pronto, ver a Ewan McGregor echándose un pulso interpretativo contra sí mismo (interpreta a dos hermanos enfrentados), y a las siempre hipnóticas Carrie Coon (The Leftovers) y Mary Elizabeth Winstead (10 Cloverfield Lane), es una tentación imposible de resistir. Además, es difícil que Fargo deje de sobresalir en una escena televisiva abarrotada de todo tipo de propuestas de ficción, y eso es una hazaña de valientes; pocas series presumen de ese equilibro entre el clasicismo y el riesgo, entre el entretenimiento y la poesía, entre la nostalgia y la personalidad.
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