OK COMPUTER CUMPLE 20 AÑOS EN LOS REPRODUCTORES MUSICALES: ¿PODEMOS DECIR YA QUE NO ERA LA GRAN COSA? [www.facebook.com/actoresdirectoresguionistas]

La nostalgia ha ganado. OKNOTOK es el nombre del relanzamiento de OK Computer, el tercer disco de Radiohead, que cumplió 20 años este 2017. Igual que les pasó en su momento con Creep, Radiohead se ha rendido a la evidencia a la que se negaron desde que empezó el siglo XXI: OK Computer es el disco por el que serán recordados por miles de generaciones. El disco que, depende a quien preguntes, aún no ha sido superado. Así, sin asco.

OKNOTOK, aparte de costar 120 euros en su edición física en Europa (un libro en tapa dura con más de 30 ilustraciones inéditas; una libreta facsímil de 104 páginas con las notas de Thom Yorke; otras 48 páginas de bocetos y preliminares; tres discos en vinilo y un casete de 90 minutos. El CD no cabía, por lo visto en la edición física más cool del mundo. Se vende aparte), añade tres canciones extra y ocho caras B a los 12 temas originales, todos "remasterizados desde las cintas originales analógicas". La excusa no es sólo el aniversario, sino ofrecer una versión mejorada, más cercana a esas cintas analógicas originales.


Pero, ¿queda algo por decir de OK Computer? A estas alturas es como preguntarse si queda algo por decir de los Beatles. Y la comparación no es gratuita. En el verano europeo de 1997, OK Computer (un disco británico) se convirtió en los Beatles. No el grupo, Radiohead: su disco. Quedaban tres años y medio por delante para que se acabase el siglo XX, pero a la crítica le daba igual: ese disco ya era el mejor del siglo. Algo que se explica mejor si tienes en cuenta que los hijos de los padres beatlemaníacos por fin tenían algo que tirarle a la cara a sus progenitores. Un disco generacional, que sonaba a su propio tiempo y a lo que se nos venía encima, y no a refrito constante de todo lo sucedido entre 1963 y finales de los 70. Un punto y aparte.

Pero, como dijo mi amigo Jack The Ripper, vamos por partes. Un año antes, en agosto de 1996, Oasis (que a todos los efectos eran el primo badass de los Beatles) juntaban a 250.000 personas en Knebworth durante dos días consecutivos. Mientras los Gallagher ponían a parir a Blur sobre el escenario, Radiohead estaban a un océano de distancia, en un tour estadounidense. Como teloneros de Alanis Morissette.

Es decir, eran poquita cosa. The Bends, su segundo disco, no había producido ni un single a la altura de aquel single de Pablo Honey. Ya sabes, Creep, su hit de 1992. El que estuvieron años evitando tocar en vivo, que odiaban con todas sus fuerzas y que, salvo la de Richard Cheese, no tiene ni una versión buena. Es que, puta, si los Korn te versionan significa que has hecho algo muy mal. En la música y en la vida.

De Creep, por lo menos, habían aprendido algo, además de a "chuparle la pinga a Satán": la producción importa. Así que, acabados los fastos de The Bends, la idea fue encerrarse a tiempo completo (la mitad en su estudio de Oxford, Canned Applause y la otra mitad en una mansión de finales del siglo XVI) a gestar de principio a fin la criatura. El proceso, según han contado mil veces, fue algo muy parecido a una comuna anarquista, con Thom Yorke como líder tácito.

Y el arranque de esa gestación ni siquiera fue para un proyecto: Lucky fue casi un encargo, un favor a un disco benéfico de Brian Eno. En el que daban gracias a todos los fans que se habían quedado con ellos durante el viaje del desierto de The Bends. Una canción ninguneada por la BBC y que le hizo pensar que en ese sonido de avant-bajona estaba la clave del mundo. Del relevo generacional, de la era digital, de Internet y el auge del individualismo. De la desintegración de la sociedad conocida y la desafección al sistema. De todas las cosas sobre las que habla OK Computer y que subraya Fitter Happier, ese spoken cyber inmune al paso del tiempo que, incluso hoy, resume el 90% de los artículos sobre nesting, malviving, y todos los teaguanting que nos meten cada día para que nos alegremos de que ser pobres y vivir peor que nuestros padres sea hoy tendencia.

OK Computer era un disco listo. Avanzadito. Juntaba en el mismo barco a Noam Chomsky, a Philip K. Dick, a un montón de referencias sesudas. Tenía una canción que se llamaba 'policía del karma'. Y la gente se lo tomó en serio. Todo él. Sirvió para que demasiada gente trazase con el canto del CD en la arena la terrible línea divisoria en la que, si no te gustaban Radiohead, era porque no los entendías, arrojando encima del disidente montañas de ejemplares de Rockdelux en las que quedaba claro que era El Disco Más Importante de Todos los Tiempos Porque Para Empezar No Eran Los Fucking Beatles. El zeitgeist por excelencia, el que contaba TODO lo que estaba pasando, y que además permitía elaborar por igual covers y versiones jazz de los pianistas más respetados del momento.

Todo ello a pesar de que no es, ni nunca fue, un disco conceptual. El nombre del disco y la voz Loquendo de Fitter Happier no eran nexos de nada. Exit Music (For a Film), por ejemplo, es la canción de los títulos de crédito del Romeo + Julieta, de William Shakespeare, un encargo de Baz Luhrmann mientras estaban dame que te doy con Morissette. Una canción para gente que se enamora trágicamente a través de peceras. Punto. OK Computer sólo es una colección de canciones casi perfecta. Pese a sus fans.

Como mucho, fue un intento de hacer por el pop-rock lo que Miles Davis había hecho con el jazz en 1970, con Bitches Brew: convertir la fórmula en algo más experimental. Algo político, algo prestado, algo social, algo avanzado, algo experimental… es decir, OK Computer fue el disco que convertiría en comercial y aceptada toda la carrera de Frank Zappa.

El concepto, tal vez, residía en ver en qué se convertirían los Radiohead desde entonces. Un grupo en constante huída hacia adelante, en la búsqueda de algo, a sabiendas de que cada disco sería observado con el filtro de OK Computer por partida doble. Kid A, por supuesto, se convirtió en "el disco más importante de la década de los 2000", según Pitchfork y un montón de medios más. Porque era difícil, porque hacía falta escucharlo muchas veces, porque era un disco todavía más listo y pipiris nice que OK Computer. O, como escribía Nick Hornby en New Yorker, un disco pop que te exige esfuerzo es un disco para gente de 16 años: "Cualquiera con edad suficiente para votar tendrá otras necesidades que exijan su tiempo: una relación, por ejemplo, o un trabajo, o comprar comida, o escuchar cualquier otro CD que hayan comprado ese día. Los críticos musicales que adoran Kid A, sospecho, lo aman porque su trabajo les obliga a consumir música como lo haría alguien de 16 años".

Y el resto, ya sabemos a dónde llegó a parar.

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