CHARLIZE THERON QUIERE SER LA ACTRIZ DE ACCIÓN MÁS BADASS DEL CINE CONTEMPORÁNEO [www.facebook.com/actoresdirectoresguionistas]

Es claro que el mujerón sudafricano se ha preocupado por cultivar personajes caracterizados por su fuerza y malotismo interior


Definida como una versión de John Wick que se desarrolla en el universo de John Le Carré, Atomic Blonde transforma la elegancia blanquinegra de la novela gráfica original en una hiperbólica ensalada de lapos con ventilador. Charlize Theron no estaba de pasada por allí para interpretar el papel principal, sino que llevaba cinco años desarrollando activamente un proyecto que sólo recibió luz verde tras el éxito de Mad Max: Fury Road. Como parte de su formación, la actriz insistió en tener nada menos que ocho preparadores físicos, y de paso quería ponerse en contacto con Keanu Reeves, quien se encontraba rodando la secuela de Wick al mismo tiempo que ella trabajaba junto al co-director de la primera entrega. El proceso le costó dos patas de gallo y, según afirmó en entrevistas, le hizo sentir increíblemente orgullosa de su nueva faceta como, probablemente, la heroína de acción más importante de nuestros tiempos.

Tendríamos que retrotraernos hasta Salt' (Phillip Noyce, 2010) para encontrar otra película de acción tan centrada en lo físico con una mujer como protagonista. Theron no es ajena al género, pero la diferencia entre Atomic Blonde y, pongamos por caso, The Italian Job (F. Gary Gray, 2003) cae por su propio peso, como un cuerpo de espía soviético lanzado desde un cuarto piso. Incluso un trabajo como Æon Flux (Karyn Kusama, 2005), para el que la actriz debió entrenar duro junto a acróbatas del Cirque du Soleil, tenía un argumento tan fantástico como pseudo científico y un cachito de producto pre-armado, tanto que, ahora, su nuevo estreno rechaza todo eso frontalmente. En otras palabras: ahora el espectáculo no lo brindan las carreras de carros o los saltos mortales en escenarios futuristas, sino que brota de ella misma y su entrega total a un proyecto tan exigente que, orgullosamente, declara ser alérgico a los dobles o a los especialistas que suelen siempre suplir las carencias de la estrella principal. Aquí ella es el show, y tal show no se podría entender con ninguna otra actriz del universo en su lugar.


La carrera cinematográfica de Charlize Theron comenzó, al parecer, con un papel no acreditado en -¡sí, los niños del maiz!- Children of the Corn III: Urban Harvest (James D.R. Hickox, 1995). Por suerte, luego vendrían un par de películas que cimentarían su camino hacia el estrellato y, además, definirían las dos pulsiones en las que se iba a mover la primera fase de su filmografía: la novia del protagonista en That Thing You Do! (Tom Hanks, 1996) y la femme fatale viudanegrésca en 2 Days in the Valley (John Herzfeld, 1996). Aunque el segundo se parezca más a los papeles de mujer fuerte por los que acabó siendo famosa, su importancia dentro de esa compota sub-tarantiniana aún estaba decididamente marcada por la mirada masculina. Lo mismo se puede decir de The Devil's Advocate (Taylor Hackford, 1997) u Reindeer Games (John Frankenheimer, 2000), en las que aún representaba esa idea de la actriz/supermodelo que Celebrity (Woody Allen, 1998) la ayudó a satirizar con mucha bilis. El cambio de milenio comenzó a allanarle el terreno hacia el Oscar, ya sea con proyectos tan prestigiosos como The Yards (James Gray, 2000) o con un thriller tan aparentemente previsible como Trapped (Luis Mandoki, 2002), donde su personaje ya empezó a tener una independencia y unos matices inéditos hasta entonces.

Monster (Patty Jenkins, 2003) lo cambió absolutamente todo, haciendo posibles personajes como los de North Country (Niki Caro, 2005) o The Burning Plain (Guillermo Arriaga, 2008). No obstante, incluso sus proyectos no personales para Hollywood mostraban a una Charlize Theron nada interesada en ser actriz/supermodelo o "novias de"; por ejemplo supremo tenemos a Hancock (Peter Berg, 2008): no era un complemento para los personajes masculinos, sino una heroína en igualdad de condiciones -fórmula que pudo mejorar, y de qué manera, en Mad Max-. Por tanto, estamos ante una filmografía que, si bien no es todo lo perfecta que debería, esencialmente porque cuenta con patinadas del tamaño de A Million Ways to Die in the West (Seth MacFarlane, 2014), se ha preocupado por cultivar personajes caracterizados por su fuerza y malotismo interior, ya sea como villana en una revisión de Blancanieves o como peor pesadilla de Dominic Toretto en la saga Fast & Furious. Incluso sus patinadas más recientes, como la desnortada Dark Places (Gilles Paquet-Brenner, 2015) o la demasiado puestita The Last Face (Sean Penn, 2016), se pueden disculpar como intentos sinceros de thriller feminista o drama con conciencia social. Theron puede hacer películas más o menos interesantes, pero desde luego se está asegurando de que ninguno de los papeles que elige vuelva a pecar de blando, débil o poco memorable. Su conversión en heroína de acción con todas las de la ley responde, pues, a ese inquebrantable compromiso. No se nos ocurre ninguna otra estrella femenina que se merezca más el título de Badass Femenino Oficial del Cine Contemporáneo.

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