STORMBORN SIGUE CALENTANDO LOS MOTORES PERO AÚN ES MUCHO FLORO Y POCA ACCIÓN [www.facebook.com/actoresdirectoresguionistas]

La Khaleesi a Lord Varys: "A ver, repíteme eso de que Stannis era el elegido"


Si bien la manera tradicional de dividir a los espectadores de Game Of Thrones se basa en tener en cuenta a aquellos que han leído las novelas originales y a aquellos que no, hay una segunda división algo más interesante: los que disfrutan con las intrigas palaciegas, los diálogos afilados como cuchillas de Dorne y las endebles alianzas entre personas cargadas de agendas ocultas, frente a los que sólo están en esto por las batallas, la acción salvaje y la sangrecita de virgen. Stormborn ofrece alicientes a ambos subgrupos, aunque de manera algo descompensada: el veterano guionista Bryan Cogman (autor, entre otros, de Kissed by Fire y The Broken Man) entrega otro de sus proverbiales episodios de transición, estructurado como una serie de parlamentos entorno a un tema que culminan, inevitablemente, con uno de los choques más brutales y asimétricos que hayamos contemplado jamás en la serie. Sabíamos desde la semana pasada que Euron Greyjoy iba a ofrecerle un regalo a la reina Lannister, pero no que iba a actuar con tanta velocidad. No obstante, así son las cosas en la séptima temporada: Game Of Thrones se ha convertido en una bola de demolición que no puede permitirse malgastar un segundo sin avanzar considerablemente sus múltiples tramas.

En ocasiones, ese afán por colocar las piezas sobre el tablero pierde algo de la cualidad meándrica de las primeras temporadas para caer en el terreno de lo demasiado bien atado. Por ejemplo, esa secuencia en la que Arya encuentra exactamente a quien necesita encontrar en la misma taberna donde lo dejó, entablando así una conversación que tarda unos pocos segundos en proporcionarle la información que necesita. O el modo en que Tyrion intuye de forma precisa el discurso xenófobo con el que su hermana intenta atraer a los nobles westerenses a su causa. O, bueno, la simple consulta a un manual de la biblioteca que acaba convenciendo a Sam de que puede curar la enfermedad de Sir Jorah. En ocasiones, Stormborn parece tres episodios de una vieja temporada montados en un "Anteriormente en..." de una hora de duración. Tal es su urgencia por llegar allí donde la serie necesita llegar que sus personajes ni siquiera tienen tiempo de ponderar las amenazas que se ciernen sobre ellos: en una secuencia tienen miedo de los tres dragones de Daenerys, en la siguiente ya están probando el arma capaz de derribar incluso al más fiero de ellos.


Resulta, por tanto, irónico que un episodio dotado de semejante velocidad de crucero acabe resultando tan insatisfactorio. Decenas de cosas ocurren en Stormborn, pero ninguna de ellas, ni siquiera la victoria final de la flota fiel a la causa Targaryen, se siente como una revelación de peso o una sorpresa (¿alguien dudaba de a qué se refería Euron cuando hablaba de un regalo?). Con todo, los amantes de los diálogos por encima de las batallas encontrarán no pocos asideros en un episodio que cuenta con Olenna Tyrell y Petyr Baelish, dos personajes que -si existiese algo de justicia en Westeros- deberían subir juntos al Iron Throne. La primera comparte un momento genuinamente interesante con Daenerys, amén de recordarnos la suerte que tiene esta serie de contar con una actriz como Diana Rigg, capaz de convertir cada una de sus frases en un caramelo envenenado. Por su parte, Littlefinger sigue manteniendo toda nuestra atención con respecto a sus planes concretos: estamos seguros que tienen que ver con Sansa (maldita sea: él mismo no tiene problemas para confesárselo a Jon), pero aún se admiten apuestas sobre los pasos concretos a seguir. Con el King in the North en misión diplomática, se avecina un tercer episodio centrado en los tejemanejes de Littlefinger. Y sabemos, por anteriores temporadas, que eso siempre significan buenas noticias.

Al final, Game Of Thrones vuelve a imponerse (incluso en un episodio tan predecible como este) gracias a su talento natural para los puntos de quiebre y a su trabajo de personajes. Dos secuencias de su último tramo ejemplifican estas cualidades de manera diáfana: el reencuentro de Arya con Nymeria, esa mascota que perdió allá por la primera temporada, y la decisión final de Theon Greyjoy. La primera es un recuerdo de todo lo que hemos vivido con estos personajes a lo largo de siete largos años: una cosa es que Hot Pie reconozca que haya cambiado, pero otra es que su propia loba huarga (con la que mantenía un vínculo especial) no huela en ella ni rastro de la niña que una vez fue. Y la devastadora decisión de saltar por la borda es Stormborn haciendo lo que Game Of Thrones mejor sabe hacer: retorcer nuestras expectativas en cuanto a heroismo de manual en las series de televisión, tomar una decisión a contracorriente y dejarnos clavados en el sofá hasta la semana que viene. La sensación de que esta temporada sólo está calentando sigue siendo inapelable, pero eso no signfica que se olvide de dejar destellos de calidad en su veloz camino hacia la inevitable guerra.

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