[ENTREVISTA] ROBERTO ÁLAMO: "AUNQUE INTERPRETES AL MAYOR ASESINO DE LA HISTORIA, NO PUEDES JUZGARLO" [www.facebook.com/actoresdirectoresguionistas]
El brutal thriller Que Dios Nos Perdone le obligó a meterse en la piel de su personaje más perturbador hasta la fecha. Actores, Directores y Guionistas de Latinoamérica habló con Roberto Álamo sobre pasear por el lado salvaje de la vida
"Si te digo la verdad, lo primero que pensé al verme en pantalla dentro de este personaje fue muy sencillo: no quiero que mi hijo me vea. Y no quiero decir que los niños de esa edad no deberían acceder a una película como esta, sino que no me gustaría que mi hijo, en concreto, me viera en esa situación. Me dio pudor. Muchísimo pudor".
Reclinado sobre su asiento, Roberto Álamo no habla por hablar. Que Dios Nos Perdone, segundo largometraje en solitario de Rodrigo Sorogoyen, se desarrolla en un universo donde no existe la piedad. En concreto, su personaje (el problemático inspector Alfaro) se ve obligado a adentrarse en algunas zonas realmente oscuras del alma humana mientras libra una batalla sin cuartel contra sus propios demonios. Es la clase de película en la que el cadáver de una anciana se muestra sin ningún tipo de cortapisas sobre una mesa de autopsias, o en la que cualquiera de sus protagonistas puede estallar en un tsunami de violencia autodestructiva. Es, en pocas palabras, material pesado.
"Una vez que llegas a casa es necesario sacudirte de un personaje así", prosigue Álamo. "Si no, acabaríamos todos en un hospital psiquiátrico. Pero hay algo de él que debe acompañarme durante un tiempo largo, sobre todo si estoy haciendo cine. Para empezar, el personaje siempre soy yo. Tiene otro nombre, otra complexión, otras reacciones, otra manera de escuchar. Pero sus emociones sí son las mismas: su ira es mi ira, su violencia es mi violencia y su ternura, si la tiene, también es la mía. Todas esas heridas tienen que permanecer abiertas para poder continuar al día siguiente en el mismo punto. O en la misma búsqueda, que es a lo que se reduce todo cuando te ves obligado a interpretar a un personaje como Alfaro".
La película tiene un marco físico y temporal muy concreto: Madrid durante el verano de 2011. Un tiempo no tan lejano en el que la ciudad era, a falta de una metáfora mejor, como una olla a presión a punto de estallar. "¿Es un retrato fiel de esa época no tan pasada?". Álamo niega con la cabeza: "Lo que cuenta la película es, en mi opinión, atemporal. Pero está bien que, siendo nosotros de esta generación, el referente social que refleja sea el que había en aquellos años: un caos absoluto donde coincidió, en un espacio de meses muy corto, el 15-M, la visita del papa y todos los peregrinos, un calor agobiante… Todo ese magma se vivía en la capital, y es donde mi personaje y el de Antonio de la Torre están inmersos. No pueden escapar de ahí". Actores consagrados y auténticos tesoros de la pantalla y las tablas, Álamo y De la Torre ya habían coincidido en otras ocasiones, pero Que Dios Nos Perdone aportó algo a su química que ninguno de los dos había experimentado hasta entonces: "Habíamos hecho otro tipo de proyectos juntos, nunca nada así. Recuerdo perfectamente cuando leí el guión por primera vez, tumbado en mi cama. La película se abría con una secuencia que, al final, se cayó del montaje. Consistía en un diálogo entre el personaje de Antonio y una niña pequeña. Al llegar a la tercera página me di cuenta de que me había pasado algo que nunca me pasó antes: estaba llorando. Imagínate la fuerza que tenía esa secuencia, el impacto de todo lo que se decía ahí (y, sobre todo, de lo que no se decía). Al acabar el guión no me cabía ninguna duda de que esta es una de esas películas españolas que quedarán. Más allá de los premios o de las críticas o de la taquilla: esta película quedará".
¿Está cómodo, entonces, con que se le recuerde por su papel más salvaje? Álamo está de acuerdo en que su inspector es una auténtica mala bestia, así que el reto era encontrar su alma: "Aunque tengas que hacer del mayor asesino de la historia, lo que no tienes que hacer es juzgarlo mientras lo estás interpretando. Si logras eso, consigues hacer ver que el mayor asesino de la historia también es un ser humano. Ha tenido una infancia, ha querido a alguien. El problema de Alfaro no es que carezca de afectividad: él sabe que su familia y sus compañeros de trabajo están en una situación terrible por su culpa, pero no puede luchar contra ello por más que quiera. Simplemente no tiene armas afectivas para hacerlo".
Esta resulta ser una de las obsesiones del actor, hasta el punto de que le gustaría que su primera aventura en la dirección (si alguna vez llega, algo sobre lo que tiene sus dudas) sea una exploración "sobre la dificultad del ser humano para amar. Pero no quiero hablar sobre ello tangencialmente, sino hacer una película que vaya de verdad sobre eso. Con pequeñas cosas: ¿por qué no podemos abrazar de verdad a un hermano o a un amigo? ¿Por qué parece que estamos deseando separarnos? Nos da miedo el contacto, el calor humano. Y claro: no me imagino a ningún productor matándose por un proyecto así… Seguramente me preguntarían qué papel hará Mario Casas".
De momento tendremos que seguir disfrutando con su trabajo ante las cámaras. Y su pasión por los personajes complejos, con aristas. En una palabra, humanos. "Me da igual que sean policías al límite o cualquier otra cosa: yo voy a su interior. No sé cuál es el interior de Kim Kardashian, no podría saberlo, pero a mis personajes sí los conozco".
"Si te digo la verdad, lo primero que pensé al verme en pantalla dentro de este personaje fue muy sencillo: no quiero que mi hijo me vea. Y no quiero decir que los niños de esa edad no deberían acceder a una película como esta, sino que no me gustaría que mi hijo, en concreto, me viera en esa situación. Me dio pudor. Muchísimo pudor".
Reclinado sobre su asiento, Roberto Álamo no habla por hablar. Que Dios Nos Perdone, segundo largometraje en solitario de Rodrigo Sorogoyen, se desarrolla en un universo donde no existe la piedad. En concreto, su personaje (el problemático inspector Alfaro) se ve obligado a adentrarse en algunas zonas realmente oscuras del alma humana mientras libra una batalla sin cuartel contra sus propios demonios. Es la clase de película en la que el cadáver de una anciana se muestra sin ningún tipo de cortapisas sobre una mesa de autopsias, o en la que cualquiera de sus protagonistas puede estallar en un tsunami de violencia autodestructiva. Es, en pocas palabras, material pesado.
"Una vez que llegas a casa es necesario sacudirte de un personaje así", prosigue Álamo. "Si no, acabaríamos todos en un hospital psiquiátrico. Pero hay algo de él que debe acompañarme durante un tiempo largo, sobre todo si estoy haciendo cine. Para empezar, el personaje siempre soy yo. Tiene otro nombre, otra complexión, otras reacciones, otra manera de escuchar. Pero sus emociones sí son las mismas: su ira es mi ira, su violencia es mi violencia y su ternura, si la tiene, también es la mía. Todas esas heridas tienen que permanecer abiertas para poder continuar al día siguiente en el mismo punto. O en la misma búsqueda, que es a lo que se reduce todo cuando te ves obligado a interpretar a un personaje como Alfaro".
La película tiene un marco físico y temporal muy concreto: Madrid durante el verano de 2011. Un tiempo no tan lejano en el que la ciudad era, a falta de una metáfora mejor, como una olla a presión a punto de estallar. "¿Es un retrato fiel de esa época no tan pasada?". Álamo niega con la cabeza: "Lo que cuenta la película es, en mi opinión, atemporal. Pero está bien que, siendo nosotros de esta generación, el referente social que refleja sea el que había en aquellos años: un caos absoluto donde coincidió, en un espacio de meses muy corto, el 15-M, la visita del papa y todos los peregrinos, un calor agobiante… Todo ese magma se vivía en la capital, y es donde mi personaje y el de Antonio de la Torre están inmersos. No pueden escapar de ahí". Actores consagrados y auténticos tesoros de la pantalla y las tablas, Álamo y De la Torre ya habían coincidido en otras ocasiones, pero Que Dios Nos Perdone aportó algo a su química que ninguno de los dos había experimentado hasta entonces: "Habíamos hecho otro tipo de proyectos juntos, nunca nada así. Recuerdo perfectamente cuando leí el guión por primera vez, tumbado en mi cama. La película se abría con una secuencia que, al final, se cayó del montaje. Consistía en un diálogo entre el personaje de Antonio y una niña pequeña. Al llegar a la tercera página me di cuenta de que me había pasado algo que nunca me pasó antes: estaba llorando. Imagínate la fuerza que tenía esa secuencia, el impacto de todo lo que se decía ahí (y, sobre todo, de lo que no se decía). Al acabar el guión no me cabía ninguna duda de que esta es una de esas películas españolas que quedarán. Más allá de los premios o de las críticas o de la taquilla: esta película quedará".
¿Está cómodo, entonces, con que se le recuerde por su papel más salvaje? Álamo está de acuerdo en que su inspector es una auténtica mala bestia, así que el reto era encontrar su alma: "Aunque tengas que hacer del mayor asesino de la historia, lo que no tienes que hacer es juzgarlo mientras lo estás interpretando. Si logras eso, consigues hacer ver que el mayor asesino de la historia también es un ser humano. Ha tenido una infancia, ha querido a alguien. El problema de Alfaro no es que carezca de afectividad: él sabe que su familia y sus compañeros de trabajo están en una situación terrible por su culpa, pero no puede luchar contra ello por más que quiera. Simplemente no tiene armas afectivas para hacerlo".
Esta resulta ser una de las obsesiones del actor, hasta el punto de que le gustaría que su primera aventura en la dirección (si alguna vez llega, algo sobre lo que tiene sus dudas) sea una exploración "sobre la dificultad del ser humano para amar. Pero no quiero hablar sobre ello tangencialmente, sino hacer una película que vaya de verdad sobre eso. Con pequeñas cosas: ¿por qué no podemos abrazar de verdad a un hermano o a un amigo? ¿Por qué parece que estamos deseando separarnos? Nos da miedo el contacto, el calor humano. Y claro: no me imagino a ningún productor matándose por un proyecto así… Seguramente me preguntarían qué papel hará Mario Casas".
De momento tendremos que seguir disfrutando con su trabajo ante las cámaras. Y su pasión por los personajes complejos, con aristas. En una palabra, humanos. "Me da igual que sean policías al límite o cualquier otra cosa: yo voy a su interior. No sé cuál es el interior de Kim Kardashian, no podría saberlo, pero a mis personajes sí los conozco".
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