LEONARD COHEN: SE FUE EL ÚLTIMO TROVADOR DE AMÉRICA [www.facebook.com/actoresdirectoresguionistas]
El cantautor canadiense de 82 años se fue con la discreción y la humanidad que caracterizó su vida
Se nos fue a los 82 años una de las voces y cabezas compositivas más fundamentales de Occidente. Lo supimos por un comunicado que hizo su familia en la página de Facebook oficial del poeta, novelista y cantautor. El detalle está en que el canadiense se preparaba para este momento desde el carácter de despedida que encerraba su último disco.
Si teníamos alguna duda para calificar este 2016 como annus horribilis, aquellas quedan disipadas con la muerte de Leonard Cohen. Aparte de la indudable pérdida artística, irreparable y dolorosísima, se va una persona excepcional, de una sensibilidad y una humanidad superlativas, que nada tenía que ver con convenciones sociales o superficialidades. Leonard Cohen era un grandísimo ser humano: culto, sereno, preclaro, que permanecía como un bastión cultural inalterable.
El despertar negro del 11 de noviembre nos dejó tambaleando por los mismos cimientos de una sociedad que necesita más que nunca volver a la credibilidad de la sabiduría y la bondad. Leonard Cohen fue uno de los más grandes cantautores de la música moderna. Su muerte ocurre justo después de la publicación de su último disco, el número 14 de su carrera. You Want It Darker es un disco oscuro, desgarrado, pero delicado, en el que ahora parece que el poeta se preparaba para una partida inminente: "Si eres el que reparte, déjame salir de la partida. Estoy listo, mi señor", decía en la primera de sus canciones, una especie de canto espiritual de otro planeta.
La inmensidad artística de Leonard Cohen en el último medio siglo como poeta, músico y cantante sólo es comparable a la de coetáneos tan de actualidad como Bob Dylan o David Bowie. Nacido en Montreal en 1934, su vida es una historia de la persecución de la belleza, en el amplio sentido de la palabra. Judío, monje budista, galán, enamoradizo y apasionado de la vida, Cohen fue el gran trovador de nuestros días, el último de ellos, que se aprovechó de las fuentes de Yeats, Miller o Federico García Lorca, al que ha traducido en varias ocasiones y al que profesaba una admiración sin igual (su hija se llama Lorca Cohen). Vivió durante años en una isla griega junto con su primer gran amor y musa Marianne Ihlen, también fallecida este año, y ya cumplidos los 30, se marchó a New York donde comenzó una tardía carrera musical, en parte y medio en broma, porque la poesía no le daba para vivir. Fue una de las figuras más interesantes de los 70 y 80 y, posteriormente, se retiró durante 6 años a un monasterio budista.
Leonard Cohen se ha ido como vivió, con una discreción absoluta y con la serenidad con la que mueren las personas que viven un palmo sobre el suelo, en el mejor sentido de la expresión. Sabíamos que estaba enfermo, que su salud era delicada, pero albergábamos la esperanza de que hubiera llegado a la inmortalidad física para el disfrute de sus fans. La edad pone en perspectiva, y lo que antes nos parecía algo tan desgraciadamente inevitable y abstracto, la muerte, en un personaje como Cohen alcanza una dimensión humana, física, que casi se puede tocar. En una de sus últimas entrevistas a David Remnick, de The New Yorker, el cantautor se mostraba inteligente, sereno y con el fino sentido del humor que siempre le caracterizó. Pero también se mostraba frágil, preparado y conformista ante lo inevitable. La influencia de Cohen en todos los músicos contemporáneos es inmensa. Sus himnos absolutos, como Suzanne, Everybody Knows o Hallelujah son piezas imprescindibles de la cultura mundial.
Les dejamos cuatro discos de cuatro décadas diferentes para entender la magnitud de un hombre único, bueno, culto y tremendamente humano.
Songs Of Leonard Cohen (Columbia, 1968), su primer disco y su Suzanne.
Death Of A Ladies Man (Columbia, 1977), con Phil Spector, donde el Amor verdadero no deja huellas.
I'm Your Man (Columbia, 1988), conquistando Manhattan en la decadencia de los ochenta.
You Want It Darker (Sony, 2016), su carta de despedida.
"Hice lo que pude, no fue mucho,
no podía sentir, así que aprendí a tocar.
Dije la verdad, no te engañé.
Y aunque todo fuera mal,
estaré ante el Señor de la Canción,
y en mis labios no habrá otra cosa
más que Aleluya."
Se nos fue a los 82 años una de las voces y cabezas compositivas más fundamentales de Occidente. Lo supimos por un comunicado que hizo su familia en la página de Facebook oficial del poeta, novelista y cantautor. El detalle está en que el canadiense se preparaba para este momento desde el carácter de despedida que encerraba su último disco.
Si teníamos alguna duda para calificar este 2016 como annus horribilis, aquellas quedan disipadas con la muerte de Leonard Cohen. Aparte de la indudable pérdida artística, irreparable y dolorosísima, se va una persona excepcional, de una sensibilidad y una humanidad superlativas, que nada tenía que ver con convenciones sociales o superficialidades. Leonard Cohen era un grandísimo ser humano: culto, sereno, preclaro, que permanecía como un bastión cultural inalterable.
El despertar negro del 11 de noviembre nos dejó tambaleando por los mismos cimientos de una sociedad que necesita más que nunca volver a la credibilidad de la sabiduría y la bondad. Leonard Cohen fue uno de los más grandes cantautores de la música moderna. Su muerte ocurre justo después de la publicación de su último disco, el número 14 de su carrera. You Want It Darker es un disco oscuro, desgarrado, pero delicado, en el que ahora parece que el poeta se preparaba para una partida inminente: "Si eres el que reparte, déjame salir de la partida. Estoy listo, mi señor", decía en la primera de sus canciones, una especie de canto espiritual de otro planeta.
La inmensidad artística de Leonard Cohen en el último medio siglo como poeta, músico y cantante sólo es comparable a la de coetáneos tan de actualidad como Bob Dylan o David Bowie. Nacido en Montreal en 1934, su vida es una historia de la persecución de la belleza, en el amplio sentido de la palabra. Judío, monje budista, galán, enamoradizo y apasionado de la vida, Cohen fue el gran trovador de nuestros días, el último de ellos, que se aprovechó de las fuentes de Yeats, Miller o Federico García Lorca, al que ha traducido en varias ocasiones y al que profesaba una admiración sin igual (su hija se llama Lorca Cohen). Vivió durante años en una isla griega junto con su primer gran amor y musa Marianne Ihlen, también fallecida este año, y ya cumplidos los 30, se marchó a New York donde comenzó una tardía carrera musical, en parte y medio en broma, porque la poesía no le daba para vivir. Fue una de las figuras más interesantes de los 70 y 80 y, posteriormente, se retiró durante 6 años a un monasterio budista.
Leonard Cohen se ha ido como vivió, con una discreción absoluta y con la serenidad con la que mueren las personas que viven un palmo sobre el suelo, en el mejor sentido de la expresión. Sabíamos que estaba enfermo, que su salud era delicada, pero albergábamos la esperanza de que hubiera llegado a la inmortalidad física para el disfrute de sus fans. La edad pone en perspectiva, y lo que antes nos parecía algo tan desgraciadamente inevitable y abstracto, la muerte, en un personaje como Cohen alcanza una dimensión humana, física, que casi se puede tocar. En una de sus últimas entrevistas a David Remnick, de The New Yorker, el cantautor se mostraba inteligente, sereno y con el fino sentido del humor que siempre le caracterizó. Pero también se mostraba frágil, preparado y conformista ante lo inevitable. La influencia de Cohen en todos los músicos contemporáneos es inmensa. Sus himnos absolutos, como Suzanne, Everybody Knows o Hallelujah son piezas imprescindibles de la cultura mundial.
Les dejamos cuatro discos de cuatro décadas diferentes para entender la magnitud de un hombre único, bueno, culto y tremendamente humano.
Songs Of Leonard Cohen (Columbia, 1968), su primer disco y su Suzanne.
Death Of A Ladies Man (Columbia, 1977), con Phil Spector, donde el Amor verdadero no deja huellas.
I'm Your Man (Columbia, 1988), conquistando Manhattan en la decadencia de los ochenta.
You Want It Darker (Sony, 2016), su carta de despedida.
"Hice lo que pude, no fue mucho,
no podía sentir, así que aprendí a tocar.
Dije la verdad, no te engañé.
Y aunque todo fuera mal,
estaré ante el Señor de la Canción,
y en mis labios no habrá otra cosa
más que Aleluya."
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