¿ES DAVID FINCHER EL DIRECTOR QUE MEJOR RETRATA NUESTRA ERA? [www.facebook.com/actoresdirectoresguionistas]

En todas las listas de mejores películas del siglo XXI siempre aparecen al menos dos del genio de Denver: ¡Viva la Finchamanía!


Nadie debería sorprenderse, pero hay un 20% de David Fincher en la cúspide de todas nuestras listas con las mejores películas del siglo XXI (hasta el momento). Impresionante, ¿verdad? Tampoco tanto: aparte de Zodiac (2007) y The Social Network (2010), nuestros amados colaboradores podían seleccionar Panic Room (2002), The Curious Case of Benjamin Button (2009), The Girl with the Dragon Tattoo (2011) y Gone Girl (2014), que forman la totalidad de su corpus estrenado a partir del año 2000 -videoclips y series de televisión no cuentan-. Sin embargo, casi todos los votos se concentran en dos trabajos, ignorando el resto. Lo cual nos lleva a plantearnos si Fincher es el director clave y más completo de nuestro tiempo o, quizá, sólo han calado su thriller sobre el Asesino del Zodiaco y su deconstrucción de Mark Zuckerberg.

Hay una cuestión insoslayable a la hora de analizar su figura y su posición de privilegio en la conversación cultural: David Fincher aúna reconocimiento crítico y éxito popular en unas proporciones inéditas desde los tiempos de Alfred Hitchcock. Puede que Steven Spielberg lo consiga en ocasiones concretas, pero la habilidad del director de Fight Club para articular un discurso complejo y exigente dentro de los parámetros de la industria es incomparable. También puede que haya pesado su fama de perfeccionista, algo que lo emparenta directamente con Stanley Kubrick. Fincher es famoso por declaraciones como la siguiente: "No es cierto que haya mil maneras de rodar una escena, sino sólo una. La manera correcta". También se ha referido a los primeros planos como un bien preciado (es la razón por la que, cuando los utiliza, se asegura de que cuenten), además de inventar diferentes fórmulas para sumar las infinitas posibilidades del CGI al plano tradicional. Su cámara penetra literalmente en los cuerpos, las paredes, los cerebros, los mecanismos ocultos del universo. Su puesta en escena es imitada con frecuencia, pero jamás ha sido superada. Ponerse en manos de Fincher es abandonarse a los placeres del mejor formalismo clásico, reconceptualizado para la era del cine digital.

También podemos hablar de él como autor con todas las de la ley. La obsesión que recorre toda su obra es la figura del demiurgo, o el creador supremo de mundos a medida que acaban, o no, colapsando a su alrededor. Hasta el momento, y dejando fuera Alien 3 por decisión personal suya, Fincher ha tratado la figura del artista reclusivo (¿de qué otro modo podríamos definir al John Doe de Se7en?), la megacorporación especializada en monetizar pensamientos paranoicos (The Game), el revolucionario/apóstol de la destrucción creativa (Fight Club), la arquitecta de espacios seguros para la psique (Panic Room), el fabulador de su propia vida (The Curious Case of Benjamin Button), los maestros secretos de una Europa sumergida (The Girl with the Dragon Tattoo) y la novelista que escribe su propia voladura controlada del patriarcado (Gone Girl). No importan los detalles, como tampoco si el resultado es una instalación de arte moderno construida con carne de pecadores, un diario o el fin del capitalismo: sus protagonistas son, sin excepción, constructores o inventores de realidades homólogas, de alguna manera, la experiencia del cineasta. Y las dos películas imperdibles suyas son:

Zodiac retrata la construcción de sentido como una patología. El inspector David Toschi (Mark Ruffalo), Paul Avery (Robert Downey Jr.) y, sobre todo, Robert Graysmith (Jake Gyllenhaal) son tres hombres psicológicamente atrapados en un laberinto de sangre, criptogramas, fechas, pseudónimos, huellas y llamadas telefónicas. Al igual que en Se7en, el asesino psicópáta es un mero síntoma social: los tres investigadores sólo quieren escuchar el caos del mundo moderno y discernir algo con sentido entre el ruido de fondo. Graymisth llega a olvidar su objetivo y a vivir, en cuerpo y alma, sólo para la persecución: su familia, su trabajo y su salud mental pasan a un segundo plano cuando únicamente importa su consagración a algo tan fantasmal e inalcanzable como La Verdad. Al final, sólo una mirada profunda a los ojos de su objeto de estudio puede justificar la obra de toda una vida.

El Zuckerberg (Jesse Eisenberg) de The Social Network es como un narrador de Fight Club incapaz de disociarse de su Tyler Durden interior. La escena con los Wincklevoss siendo informados de un cambio de guardia en la elite de Harvard recuerda a los edificios explotando a ritmo de Where Is My Mind: las dos retratan una vieja narrativa hegemónica colapsando para dejar paso a la nueva. El creador de Facebook, esencia shakespeariana en cuerpo de nerd, modeló el mundo moderno con sus propias manos, lo que lo convierte en el demiurgo más quintaesencial de todo el cine de David Fincher. De hecho, la película termina con su noche más oscura, o un pequeño vistazo a la intimidad del asocial que nos conectó a todos para siempre. Quizá los últimos minutos de The Social Network sean la paradoja secreta de nuestra era, que el director sabe leer como si se tratara de código informático. Desde las cloacas hasta los rascacielos, pasando por nuestros dormitorios o el ciberespacio, el ojo de Fincher lo disecciona todo con la precisión quirúrgica de alguien que entiende a los creadores como metáfora de la contemporaneidad. Es imposible pretender que tenemos secretos para él.

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