WINONA RYDER: LA MUSA DE LOS 90 RECLAMA EL TRONO DE LA CULTURA POP [www.facebook.com/actoresdirectoresguionistas]
Ya cumplió 45 años la mujer que lo ha sido todo: niña promesa, adolescente reconfirmada, ídolo vertebral de una generación influyentísima y ángel caído con muchos intentos de comeback
Las estrellas de Hollywood son como los cargadores de iPhone: tienen obsolescencia programada. Es posible que te salga uno bueno de entre mil que aguante toda la vida útil de tu celular, pero los años de cargador de los smartphones de alta gama, y también las de tus actores favoritos, equivalen a siete de los caninos. Haz un recorrido mental por tu biografía y párate a pensar en quiénes han estado allí todo el rato percutiendo la taquilla y tu simpatía a un ritmo insoslayable y es posible que acabes respondiéndote: "Tom Cruise con muchos peros". Pocos son capaces de gustar mucho poco rato, aún menos te fascinarán a pleno pulmón en dos décadas distintas de tu vida y casi nadie será tu favorito de principio a fin.
Por eso, cada vez que aparece una supernova, y Winona lo fue en los 80, cabe ilusionarse con ella, pensando que quizá sea ella la elegida para cambiar las establecidas reglas del star system. Y bien cerca que estuvo. Comenzar de la mano de Tim Burton a los 14 años para, a continuación, devenir en estandarte de la generación más indeterminada de cuantas han analizado las revistas de tendencias, hablaba de dos iconos por el precio de uno. El de la adolescente retraída que acababa tomando parte activa en los cuentos de hadas y el de la talentosa graduada que se erigía en sujeto pasivo de la inapetente resaca que nos dejaron los baby boomers. Tan famosa era por su CV extralaboral poblando ora sí, ora "¿me destatúa a Johnny Depp del brazo, por favor?", que no le hizo ninguna falta dejar de tomar riesgos cabalgando blockbusters. En serio, tómate un par de minutos y chequea su IMDb: no encontrarás ni una sola película autocomplaciente.
Y así habría llegado hasta bien entrada la tardocuarentena -en esas estamos-, sorteando los habituales problemas de las grandes damas hollywoodienses con guiones que no les hacen justicia. Pero hace exactamente década y media, cuando tenía 30, edad a la que muchos empiezan a despuntar y ella ya contaba con dos docenas de éxitos de la crítica, algo se torció: una cleptomanía extraordinariamente publicitada en una era en la que internet aún era un bebé la dejó fuera de juego durante un lustro entero. Y de esos lodos que, uno tras otro, muchos de los grandes directores de la industria (Darren Aronofsky, Richard Linklater, J. J. Abrams y, una vez más, Tim Burton) hayan intentado devolverle un aura que se llevó injustamente la enfermedad y cuya restitución computa como labor social.
Hoy Winona ya no es "la ex de" (bueno, la verdad es que sí lo es) a pesar de que Depp se convirtiera en la estrella más rutilante del mundo durante los 2000. Contaba Ethan Hawke en una entrevista durante el pasado festival de San Sebastián que este tenía la mejor carrera de la industria hasta que se convirtió en Jack Sparrow, un gran logro para su cuenta corriente pero una decisión muy perjudicial en términos de estrategia a medio plazo. Debe de ser cierto eso de que se gasta el amor de tanto usarlo, como los cables de los cargadores de los smartphone cuya pantalla es muy resplandeciente o las carreras de los actores sobreexpuestos.
Hoy Ryder sigue siendo, todo en una, niña promesa, adolescente reconfirmada, ídolo vertebral de una generación influyentísima para la cultura popular y ángel caído con muchos intentos de comeback en su haber. El enésimo de ellos, a cargo de los televisivos hermanos Duffer, la sitúa como explosiva madre coraje, almodovariana criatura chillona errada casi en cada plano. Parece como si Winona hubiera perdido el oremus y aquel encanto suyo tan orgánico intentara ser capturado en cada una de sus bocanadas como por casualidad. Ya no es una actriz de instinto, sino de oídas, pero es tan imponente su presencia y tan elevada la institución de sí misma a la que apela que Stranger Things podría ser los 80 enteros -es lo que pretende- sin haber simulado su ambientación sólo por el hecho de tenerla encabezando sus títulos de crédito. Larga vida a la Norma Desmond de los 80, la década más chifladamente nostálgica de cuantas viviremos.
Las estrellas de Hollywood son como los cargadores de iPhone: tienen obsolescencia programada. Es posible que te salga uno bueno de entre mil que aguante toda la vida útil de tu celular, pero los años de cargador de los smartphones de alta gama, y también las de tus actores favoritos, equivalen a siete de los caninos. Haz un recorrido mental por tu biografía y párate a pensar en quiénes han estado allí todo el rato percutiendo la taquilla y tu simpatía a un ritmo insoslayable y es posible que acabes respondiéndote: "Tom Cruise con muchos peros". Pocos son capaces de gustar mucho poco rato, aún menos te fascinarán a pleno pulmón en dos décadas distintas de tu vida y casi nadie será tu favorito de principio a fin.
Por eso, cada vez que aparece una supernova, y Winona lo fue en los 80, cabe ilusionarse con ella, pensando que quizá sea ella la elegida para cambiar las establecidas reglas del star system. Y bien cerca que estuvo. Comenzar de la mano de Tim Burton a los 14 años para, a continuación, devenir en estandarte de la generación más indeterminada de cuantas han analizado las revistas de tendencias, hablaba de dos iconos por el precio de uno. El de la adolescente retraída que acababa tomando parte activa en los cuentos de hadas y el de la talentosa graduada que se erigía en sujeto pasivo de la inapetente resaca que nos dejaron los baby boomers. Tan famosa era por su CV extralaboral poblando ora sí, ora "¿me destatúa a Johnny Depp del brazo, por favor?", que no le hizo ninguna falta dejar de tomar riesgos cabalgando blockbusters. En serio, tómate un par de minutos y chequea su IMDb: no encontrarás ni una sola película autocomplaciente.
Y así habría llegado hasta bien entrada la tardocuarentena -en esas estamos-, sorteando los habituales problemas de las grandes damas hollywoodienses con guiones que no les hacen justicia. Pero hace exactamente década y media, cuando tenía 30, edad a la que muchos empiezan a despuntar y ella ya contaba con dos docenas de éxitos de la crítica, algo se torció: una cleptomanía extraordinariamente publicitada en una era en la que internet aún era un bebé la dejó fuera de juego durante un lustro entero. Y de esos lodos que, uno tras otro, muchos de los grandes directores de la industria (Darren Aronofsky, Richard Linklater, J. J. Abrams y, una vez más, Tim Burton) hayan intentado devolverle un aura que se llevó injustamente la enfermedad y cuya restitución computa como labor social.
Hoy Winona ya no es "la ex de" (bueno, la verdad es que sí lo es) a pesar de que Depp se convirtiera en la estrella más rutilante del mundo durante los 2000. Contaba Ethan Hawke en una entrevista durante el pasado festival de San Sebastián que este tenía la mejor carrera de la industria hasta que se convirtió en Jack Sparrow, un gran logro para su cuenta corriente pero una decisión muy perjudicial en términos de estrategia a medio plazo. Debe de ser cierto eso de que se gasta el amor de tanto usarlo, como los cables de los cargadores de los smartphone cuya pantalla es muy resplandeciente o las carreras de los actores sobreexpuestos.
Hoy Ryder sigue siendo, todo en una, niña promesa, adolescente reconfirmada, ídolo vertebral de una generación influyentísima para la cultura popular y ángel caído con muchos intentos de comeback en su haber. El enésimo de ellos, a cargo de los televisivos hermanos Duffer, la sitúa como explosiva madre coraje, almodovariana criatura chillona errada casi en cada plano. Parece como si Winona hubiera perdido el oremus y aquel encanto suyo tan orgánico intentara ser capturado en cada una de sus bocanadas como por casualidad. Ya no es una actriz de instinto, sino de oídas, pero es tan imponente su presencia y tan elevada la institución de sí misma a la que apela que Stranger Things podría ser los 80 enteros -es lo que pretende- sin haber simulado su ambientación sólo por el hecho de tenerla encabezando sus títulos de crédito. Larga vida a la Norma Desmond de los 80, la década más chifladamente nostálgica de cuantas viviremos.
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