EN LAS EMPRESAS CAPITALISTAS TAMBIÉN PUEDE TRIUNFAR UN PAISANO CON GRANDES SUEÑOS COMO CLAUDIO RANIERI [www.facebook.com/actoresdirectoresguionistas]

El italiano sería de esos líderes amables en situaciones de crecimiento, pero que no ofrecen su mejor versión en momentos de tensión


Claudio Ranieri (65 años) es un verso suelto entre los gigantes del banquillo. Posiblemente, el entrenador del Leicester, actual campeón de la Premier League, sea el paradigma de técnico capaz de convertir un grupo de futbolistas agobiados por perder la categoría en una familia invencible, en el equipo más admirado y con más nuevos simpatizantes del fútbol mundial. El año pasado ocupaba los puestos de descenso y esta temporada se ha impuesto a clubes con presupuestos 50 veces mayores que el suyo. Ha sabido sacarle el lustre a jugadores descartados de otros equipos y muchachos acostumbrados a leer en los tabloides que no eran lo suficientemente buenos como para formar parte de la aristocracia de la Premier League. Unos porque eran pequeños, otros porque eran grandes, otros porque eran lentos y uno de ellos -N'Golo- porque corría "como pollo sin cabeza". Sobre este dijo que sería capaz de centrar el balón desde la banda y rematarlo en el área. Jamie Vardy, el goleador del King Power Stadium, trabajaba con 23 años en una fábrica y se divertía pegando patadas al balón en su equipo de aficionados. Kanté vino de la tercera división francesa y Mahrez de la cuarta.

Ranieri se quedó en para después de que la selección de Grecia hiciera el ridículo contra las Islas Feroe. Aterrizó en el Leicester como una apuesta a la desesperada. De su trayectoria ya se conocía su querencia por las lágrimas y por reírse de sus propias chanzas. Frente al fulgor de los Guardiola o Mourinho, Ranieri se siente fuerte como motivador. Es humilde, amable y de discurso sencillo. "En el fútbol no hay que inventar nada", reitera a los periodistas cuando le cuestionan sobre tácticas. En el mundo de la empresa, Ranieri sería un jefe de esos que reciben las despedidas más entrañables cuando se jubilan. Si fuera americano tendría su película. "¿Qué necesitas para llegar? ¿Un gran nombre? No. ¿Un gran contrato? No. Sólo necesitas abrir la mente y el corazón, una batería cargada y correr con libertad", proclamó el italiano.

Sus pupilos son capaces de alimentarse como si no hubiera un mañana, ajenos a la ortodoxia de los dietistas, y de descansar mucho más que el resto. "Si corren tanto pueden comer lo que quieran", dicen que dijo. En su doctrina prevalece lo colectivo sobre las individualidades, donde solidaridad es una palabra recurrente en el vestuario. La disciplina puede a la genialidad, aunque sin hacer ascos a la calidad de los más hábiles. "Aquí todos se sienten partícipes, jugar mal significa traicionar al resto". En un despacho de alguna gran corporación, Ranieri se dejaría de manuales de management para fiarse de su olfato. "El fútbol no es una ciencia, no hay reglas universales, todo se reduce a sacar lo mejor del grupo que tienes", predica.

Ranieri es bueno para hacer creer a los demás en sus posibilidades, en desarrollar el talento y en ofrecer oportunidades a personas que tienen potencial. Sería un excelente fichaje para corporaciones con planes de expansión en otros países, pero no serviría para dirigir un equipo de cracks. De hecho, siempre ha tenido problemas en esas circunstancias. El italiano sería de esos líderes amables en situaciones de crecimiento, pero que no ofrecen su mejor versión en momentos de tensión. El liderazgo de Ranieri es poco común en la empresa moderna y en el fútbol. El día que vengan las vacas flacas lo pasará fatal.

Ranieri sería comparable con aquellos ejecutivos capaces de crear un equipo desde cero, hábiles para cambiar actitudes gracias a una dirección compartida. Con un liderazgo motivacional, donde no destaca ni la estrategia ni el método de otros técnicos, Ranieri puede enseñar a los directivos que todo es posible si se logra dar un giro radical y positivo hacia la consecución de metas importantes.

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