MEL GIBSON CAMINO A LA REDENCIÓN: ¿SERÁ POSIBLE SEPARAR SU VIDA DE SU OBRA? [www.facebook.com/actoresdirectoresguionistas]

Venecia acaba de acoger Hacksaw Ridge, su primera película tras las cámaras en diez años. ¿Cómo enfrentarnos al dilema de separar al hombre del artista?


A mediados de los 90, Gibson decidió pasarse a la dirección con The Man Without A Face y Braveheart, dos ejemplos supremos de lo que la intelligentsia de Hollywood considera proyectos de prestigio. La lluvia de Oscar con la que premiaron a la segunda es la mejor manera de refrendar una visión autoral mansa, no problemática, sin ninguna de las aristas que la personalidad del tipo en cuestión comenzaba ya a mostrar. Todo cambió con su tercer proyecto tras las cámaras, el primero sin él como actor y, de hecho, sin una sola palabra hablada en la lengua de Shakespeare. The Passion of the Christ fue la definición de "problemática" desde sus primeras fases de desarrollo, y sus acusaciones de antisemitismo (que deberían haberse disipado una vez que la gente viera realmente la película) no hicieron más que reavivarse cuando, en 2006, Gibson fue arrestado por conducir bajo los efectos del alcohol y, según declaró más adelante, "habló bruscamente durante un episodio de insania".

Esas horribles palabras seguían flotando en el ambiente cuando estrenó Apocalypto, su obra maestra hasta el momento. "Ese tipo no era yo", sentenciaba el director cada vez que un periodista intentaba desviar la conversación hacia su arresto, en lugar de preguntarle por su tratado sobre la violencia endémica al universo y la negación de toda posibilidad de humanismo en el marco de una naturaleza implacable. Dos papeles como actor lo mantuvieron a flote durante el cambio de década: Edge of Darkness y, sobre todo, The Beaver, con la que su amiga Jodie Foster la brindó una cierta posibilidad de redención. No arraigó: en 2010 había estallado otro escándalo personal, y todo apuntaba a que esta vez sería el definitivo.


CINE DE SANGRE Y GRITOS

Es probable que no exista una forma correcta de enfrentarnos al dilema de separar entre arte y vida privada. Al menos, no cuando se trata de artistas contemporáneos, sin que la distancia del tiempo nos pueda servir de bálsamo. Sin embargo, tendremos que concluir que las listas negras no tratan a todo el mundo por igual: mientras Mel Gibson comenzaba una travesía por el desierto hace ya cuatro años, cineastas como Roman Polanski o Woody Allen eran juzgados en el tribunal de la opinión pública con menos severidad. Y, más importante aún, no dejaron nunca de trabajar.


Este mismo mes, Mel Gibson tiene una nueva (¿quizá final?) posibilidad de redención. Tras Get the Gringo, estrenada cuando el calor de su última polémica aún no se había disipado, y un par de pequeñas intervenciones en las fiestas de otros (Machete Kills y The Expendables 3), la recién estrenada Blood Father activa una nueva etapa en su carrera actoral: el Gibson crepuscular, apaleado, casi como dibujado por Frank Miller. No sólo eso, sino que el Festival de Venecia ha acogido Hacksaw Ridge, su retorno a la dirección después de diez años. Una vez más, la violencia como tema: Andrew Garfield interpreta a Desmond T. Doss, el primer objetor de conciencia en mitad del infernal Tifón de Acero. Mientras Hollywood le persigue y arrincona, Mad Mel sigue encontrando cualquier oportunidad para reflexionar sobre la brutalidad y el lado oscuro de la experiencia humana. Dos realidades que parece conocer bien y que le atormentan. Su siguiente proyecto soñado como director, no obstante, apunta en otra dirección: una secuela de The Passion of the Christ que no se centre en la carnalidad, los gritos y la sangre, sino en el misterio beatífico de la resurrección. No puede haber un proyecto más interesante, ni tampoco más significativo.

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