¿POR QUÉ LOS DÍAS DE LLUVIA NOS PONE TRISTES? [www.facebook.com/actoresdirectoresguionistas]

No es que tus lágrimas no te dejen ver el sol, es la órbita terrestre la que te lo impide


Los días de lluvia son como The Notebook: te remueven cosas del amor y el bajón va por dentro, te vas a ese café noventero con porcelana blanca por todos lados a apoyar la mano sobre la mesa lánguidamente mientras piensas en la insignificancia de la vida y tres o cuatro de tus ex. No lloras, porque para eso ya está el cielo reflejando tu estado de ánimo, pero ya que andas ahí te das cuenta que la procesión va por dentro. Arrastras una carga tremebunda mientras te enamoras de cada chica con abrigo verde que recorre las calles con la tez pálida. Eres una bolsita de té de lugares comunes y tristeza otoñal.

La ciencia dice que algo de eso hay, pero sin pasarse de la raya. En realidad los días de lluvia no tienen mayor impacto en tu estado de ánimo. Ni la nieve. Ni las nubes grises. En realidad, si te deprimen el otoño y el invierno hay que buscar causas más cósmicas: nuestra órbita terrestre está acortando los días y la falta de luz solar te está ciscando el metabolismo. Sufres un trastorno afectivo estacional, posiblemente el nombre más bello para una depresión.

La responsable de tus desvelos no es ni una ex ni una desconocida vestida de Anastasia, sino la vitamina D, que sólo podemos aprovechar gracias a esa bola termonuclear que te ha acompañado durante los largos días de verano. Dicha vitamina tiene consecuencias directas sobre los niveles de serotonina (tu hormona de la dicha) de tu cerebro. Y se sospecha que la luz solar tiene otras influencias: su falta aumenta la fatiga diaria convirtiendo todos los días en un perpetuo lunes -o domingos de los que cantaba Morrissey, ya que estamos estupendos-. Arrastras una modorra descomunal (y sí, son síntomas distintos). Estás de mala leche, propenso a que todo te moleste, te zahiera y no quieras ver a nadie hasta que empiecen las alergias de la primavera. Oh, y algún extraño mecanismo evolutivo hace que nos apetezca hincharnos a carbohidratos y azúcares: la dieta aquí tiene tanta verdad antropológica como esas películas de dinosaurios contra trogloditas y mujerones en bikinis atigrados.

También podemos tomar el asunto con pinzas. El trastorno afectivo estacional no tiene de momento un diagnóstico claro -es decir, ninguna neuróloga puede sacar un examen de tu cerebro donde ponga que tienes la cabeza al mismo nivel que Dylan Thomas-. Aunque sí está más o menos claro que, por alguna razón, esto afecta más a las mujeres que a los hombres, y que su prevalencia depende de las latitudes y del clima. Un sudamericano la sufrirá más que un centroamericano, con lo que resulta que la lluvia y los nubarrones influyen.

¿El tratamiento? También es bastante bello: terapia lumínica. Si el sol no quiere mimarte, para algo somos una civilización capaz de aterrizar sondas en cometas e imaginar el interior de los agujeros negros. Si no hay sol, nos inventamos una fuente artificial de luz que lo sustituya y santo remedio. Eso sí, como en cualquier cosa relativa a la salud -mental o física da igual, en ADG queremos tu bienestar- el autodiagnóstico y el Doctor Google son malísimos referentes. Acude a un especialista si ves que esa tristeza estacional va un poco más allá del lugar común. No te intoxiques con drogas legales y eutimizantes. Aparte, un bajón no implica una depresión, ni viceversa: no confundamos enfermedades mentales con estados del alma. Ah, y otro consejo útil: utiliza esas apps meteorológicas para saber cuándo tienes que tender la ropa en el balcón.

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