LA CRÍTICA DE TEATRO: SHOPPING AND FUCKING

Autor: Mark Ravenhill - Director: Jaime Nieto
Teatro Auditorio Miraflores

La historia nos ha enseñado que para apreciar mejor un punto de vista es preferible encontrarse lo más alejado de cualquier efecto de repercusión que cause el objeto a criticar. En Shopping and Fucking, de Mark Ravenhill, sucede que la crítica a la sociedad y la homosexualidad quedan manchadas por la misma homosexualidad del autor. Es de muy mal gusto que en una obra, novela, cuento, película, fotografía, cuadro o etc.; se llegue a saber cuáles son o fueron las preferencias sexuales o fantasías eróticas que el autor tiene en su cabeza, con sólo ver la obra. Cuando leemos o vemos un producto de un Tennessee Williams, un Truman Capote, un Oscar Wilde o hasta un Arthur Rimbaud, vemos su arte independientemente de su, ya sea agradable u horrenda, sexualidad. Claro que un Almodóvar o un Freud nos sacarían del cuadro, pero estas raras excepciones se dan con acuerdo de más mensajes y elementos significativos extras a las obras que ellos plasman.



Ignorando como espectador el origen de los motivos del montaje, se hace uno la pregunta del porqué del poco uso de ropa, del descamisamiento continuo, y del desnudo exagerado en el cuento. ¿Acaso se necesita desvestir gente para criticar la homosexualidad o la sociedad enferma de un sector de la comunidad? 

Si lo que se quería era tener la atención del espectador centrada en saber lo que pasaba, se logra de una manera bastante arriesgada, ya que la obra se empieza a entender recién desde después de haber transcurrido la mitad de su duración, esto sin contar que es larga, de una duración de casi dos horas y media, propia por ejemplo de un musical contemporáneo, pero: ¿de una obra convencional? Y así como es arriesgado para montar, también es arriesgado para contar con actores que brillan de manera diferente que los personajes que proponen. El personaje principal es propuesto como un Sid Vicious homosexual, que llegó a pasar los 30 años, que tiene problemas de personalidad y que ahora quiere rehabilitarse de la podrida vida que le tocó vivir; incluso usa una ropa parecida a la del mítico bajista, pero el actor que lo interpreta (Pietro Sibille) hace de las suyas y le pone una fuerza única y propia, tan propia que descalza con la imagen que se quiere mostrar. La animalidad es una forma de crear un personaje, pero siempre es necesario manejar otros tipos de técnicas para hacerlo. Si fuera este el primer trabajo del actor, en una obra o ficción audiovisual, se podría discutir otra cosa, pero, en este caso en particular, además de ya comernos la misma forma de expresarse que siempre nos muestra, ¿también tenemos que ver a este nuevo personaje interpretado de la misma manera que se interpretan todos los personajes? Con este tipo de técnica se eliminó totalmente el matiz (si alguna vez se le quiso buscar) y la forma de expresarse se vuelve plana y, si la forma de expresarse en un escenario teatral es gran parte del personaje, entonces, el personaje se vuelve plano. Pero, si el personaje anda explotando en cada momento de la historia, con cada situación que se le presenta oportunamente: ¿Deja de ser plano? No, ya que su estándar se convierte justamente en eso, en las explosiones, y más aún hay que aprovechar los momentos en que se puede cambiar, para justamente cambiar, ser tierno un momento, ser loco al otro, ser afeminado con algo, ser un bárbaro con alguien, ser calculador con alguna situación o ser impulsivo y golpear al enemigo en otra. Sin estas dimensiones en el personaje, éste se vuelve plano, aburrido y nada interesante. Para una obra de casi dos horas y media, un personaje plano, más si es el principal, es un suicidio.

Pero Sibille no deja de ser un gran intérprete que, aún desde la última butaca, el espectador nota que arrastra gran pasión con él. La pasión con la que actúa es desbordante. Anima. Se le quiere ir a abrazar y decirle que todo está bien. El primer problema mencionado arriba se resuelve con una adecuada dirección, aunque el actor es tan profesional que no debe esperar una dirección adecuada sino que debe hacer lo adecuado por sí mismo. Esa es la ventaja de contar con grandes intérpretes que si fallan en algo, te recompensan con otra cosa. Si el físico de Tommy Párraga, que interpreta a un homosexual afeminado, no va con el personaje, te recompensa la gran calidad de interpretación que te está brindando. Esto dejará una audiencia dividida, por un lado los que reclamen un mejor casting (suelen ser los exigentes), y por otro los que aplaudan tan impecable interpretación, acá descontamos los familiares, amigos, conocidos, y demás opiniones, que como ya hemos mencionado al principio, están muy afectados con la crítica.

La obra, a simple vista, reclama un poco de trabajo en su edición, no pensando tanto en informar, ya sea sobre el personaje o la situación, sino en no aburrir al espectador. Tenemos claro que escribir una obra de teatro no es como escribir un texto en un libro. Dejar a dos personajes hablando durante 15 minutos sobre dos sillas sin moverse, requiere un texto tan rico que el espectador disfrute de analizar en su cabeza para así no aburrirse de sólo ver a los dos personajes sentados y conversando. Pero, si se van a poner a hablar de algo que cuyo significado recién se va a saber luego, perdemos a la audiencia. Todos se van a preguntar: ¿de qué están hablando?, ¿esto de qué va?, ¿es otra acto? Sucede cuando la chica punk habla con su jefe, el que le expende las pastillas que luego ella vende en las discotecas.

La chica punk, además, da la impresión de ser flojamente analizada. Esto se hubiera ido de la cabeza de la audiencia de haberse escogido otro vestuario. Nos damos cuenta que el vestuario, la forma de mostrarse al mundo de una persona, es bastante influyente en los ojos de los demás. La chica punk, Katia Salazar, es justamente eso: punk. Usa unas panties rotas, una minifalda negra, un corte de cabello estilo cleopatra y una remera de los Sex Pistols, pero, como sabemos, nadie usa una remera de los Sex Pistols sin saber qué son los Sex Pistols y qué representan. Entonces, la forma de comportarse de este personaje, con ese vestuario, implica un señalamiento de prejuicio en la audiencia: “esa chica es una posera o se viste así para no llamar la atención en el trabajo”. Su trabajo, es, claro, vender drogas. En la obra ella aparenta ser pura pose, como lo sugiere su forma de ser, entonces, ciertamente lo es. Si la intención era mostrar lo que se quiso hacer y se logró, excelente, se hizo de maravilla, pero si no se quiso hacer eso, entonces, pulgar abajo. El problema no es lo que se quiso hacer, el problema es que el espectador no debería estarse haciendo estas preguntas. Cuando uno termina de leer una novela, ver una obra o una película, no se quiere uno ir de la sala con preguntas sin resolver, uno se quiere ir sabiendo todo e incluso más que lo que el personaje se sabe de sí mismo. Así se disfruta y se emociona indefectiblemente. Cuando vemos a Amon Goeth (Raph Fiennes) decirle a Schindler que no le importa lo más mínimo “esa sucia perra judía”, nosotros decimos: “sí, como no”.
Al principio de la crítica se señala que la sobreexposición del desnudismo es irrelevante. Un prostituto puede usar camiseta y pantalones y simplemente bajárselos para que le laman el ano, por eso da la impresión de haber sido hecha a propósito por el autor como caprichos innecesarios.

El gran signo de interrogación aparece en la escena final. No se ve adecuado que una chica, que se ha mostrado como punk posera en toda la obra (por lo tanto sólo queda un mujer sufrida, deprimida y víctima de la sociedad desigual), se quede a presenciar y disfrute de cerca la penetración anal que un homosexual le hace a otro, y que luego otro hombre le hace al mismo otra vez. A menos que esa chica sea una enferma sexual. ¿Que en la vida real pueden pasar esas situaciones? Ciertamente, sí. Pero, ¿es justificación decir que pasó en la vida real y por eso lo pongo en el escenario? Caemos en una discusión demasiado grande y de puntos de vista muy complicados. Queremos hacer una obra de teatro, no justarnos a resolver el problema del colapso de las ecuaciones matemáticas en el inicio del Big Bang.

Pero la obra funciona de todas maneras. Está bien interpretada y con mucha pasión. Se mejoraría con el corte de escenas largas y que incomodan, como la escena de las llamadas eróticas, que ciertamente buscan hacer reír pero lo logran a las malas. O como las escenas de la visualización de videos, que si bien no logran la esencia del sarcasmo por cuestiones ya de actuación, ayudan al dramatismo de algunas otras situaciones mostradas.

Lo más disfrutable de este cuento es la fuerza y calidad con la que se interpreta. Una obra que tiene interpretaciones dramáticas de primer nivel; que, aunque como ya hemos observado, tiene técnicas ya recicladas hasta el hartazgo en el personaje principal (la forma de expresarse y los gestos engorilados), no carece de un nivel imperdible para todo aquel que quiera aprender o esté interesado por este tipo de arte, más allá de si el intérprete es un artista o un actor. Eso sí, el nivel de concentración de Párraga y Sibille es tal, que desborda por todo el escenario, lo trasforma por ratos, y hasta se lo contagia a los demás (Salazar y Ballardo), y así, hasta las mismas butacas. Ese poder de interpretación, no se dan todos los días ni gratuitamente.

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